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DECIMOQUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

LUCAS 10: 25-37


Estimados amigos, El abogado judío en el pasaje del Evangelio de hoy no estaba interesado en la respuesta de Jesús a la pregunta “¿quién es mi prójimo? Él tenía su propia agenda. Él estaba tratando de guiar a Jesús hacia algún tipo de violación de la ley judía y la tradición que lo llevaría a la humillación y castigo.

Mientras tanto, Jesús usa el contexto engañoso para darnos uno de los grandes mensajes del amor de Dios y el involucramiento en nuestros quebrantamientos humanos. Es una invitación para entrar en el maravilloso amor redentor de Jesús para todos nosotros. Jesús nos está invitando a participar en el gran acto de salvación por nuestro servicio y presencia sanadora para nuestro prójimo.

En la parábola de “El buen samaritano” Jesús revela la amplitud y profundidad de la presencia de Dios en todos los seres humanos. Esta historia del Buen Samaritano destruye cualquier configuración de la escasa definición que el prejuicio engendra continuamente. En verdad, la historia ha mostrado el tiempo increíblemente largo que podemos pasar aislados, deshumanizando, discriminando y simplemente odiando a nuestro prójimo.

“El buen samaritano” es muy fácil de entender en nuestros días. Incluso es definido en un diccionario como “una persona excepcionalmente caritativa o de ayuda.” Es un poco problemático para nosotros entender el poder de la contradicción que Jesús fija en esta parábola. Dependiendo de sus sensibilidades, su uso hoy en día pudiera ser un militante de Al Qaeda o un supremacista blanco o un odioso anti semita o cualquier otro que salga de su imaginación creativa.

Jesús, sin embargo, destruye todas las expresiones de la normalidad con el samaritano, los más despreciables de los enemigos de los judíos. Esta elección explosiva es seguida con un sentido de grandiosidad en el servicio que continua con el patrón de choque y temor. Cuando el enemigo benefactor paga la cuenta y promete más, estamos bien más allá de cualquier sentido de decencia generosa. Todo esto fluye de la nueva definición de Jesús de lo que es prójimo como alguien en necesidad.

El amor que Jesús devela no tiene límites. El corazón humano es capaz y trabaja constantemente en diseñar límites de este evangelio de amor. Frases como, “la caridad comienza en casa” son trascendidos por el mensaje de Jesús: el amor empieza con nuestra respuesta concreta a la persona que sufre en medio de nosotros.

Podemos identificar fácilmente tres cualidades del amor del samaritano en la parábola de Jesús. Primero, trasciende todo prejuicio y es totalmente inclusivo. Todo lo que él vio fue el dolor y urgente necesidad de la persona. Segundo, la situación fue vista como una oportunidad y no como una carga y gran agravio. Tercero, el amor del samaritano no cuenta el costo, los inconvenientes y la destrucción de sus horarios o calendario y la comodidad. No busca recompensa o reconocimiento.

Todos tenemos un desafío para abrazar estas tres sencillas características en nuestra vida diaria con todas sus responsabilidades y relaciones demandantes. No es tanto que la caridad comienza en casa sino que la caridad empieza donde sea que encontremos dolor y sufrimiento en todas sus variaciones en la escena humana.

La parábola de hoy nos desafía a ver la situación problemática en nuestra vida desde la visión del evangelio. Estamos llamados a compartir la extravagante hospitalidad del samaritano. Como el samaritano, estamos invitados a ver nuestros bienes como un medio de asistencia no exclusivamente como nuestra seguridad personal. Esto es posible solamente por medio de un retiro permanente desde una visión del mundo estrecha y cercada. El fluir de nuestra vida diaria y nuestras responsabilidades ofrecen incontables oportunidades para alcanzar el servicio amoroso. Las palabras de Jesús se mantienen iguales. Nuestra tarea es “Ir y hacer lo mismo.” (Lucas 10: 37)
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DECIMO CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


LUCAS 10: 1-11


Estimados amigos, Jesús fue muy claro. Los setenta y dos elegidos iban a proclamar la llegada del reino de Dios. Este mensaje fue directo y sencillo. Dios está actuando. Su mensaje es la buena nueva de que habrá un día de justicia. Habrá paz salvadora que tiene la última palabra sobre todo mal y toda violencia y sus designios interminables de nuevos horrores. Dios está respondiendo al mal y todas sus expresiones en la vida humana. La sanación que Jesús les encargó a los discípulos es el inicio de la transformación final de una realidad en paz, plenitud e integridad. La justicia prevalecerá sobre un mundo quebrantado y pecaminoso, sobre todas y cada una de las personas. Esta es la misión salvadora de Jesús que está siendo proclamada.

El pasaje del Evangelio de hoy nos invita a compartir el involucramiento de los primeros discípulos misioneros. Esta era la visión del Papa Francisco para todos nosotros. De estos primeros discípulos misioneros podemos aprender lo que es necesario para la ejecución de la tarea de proclamar la buena nueva. Su primera y principal responsabilidad era permitir que el mensaje de Jesús fluyera de un corazón de convicción personal profunda. Para hacer esto ellos debían viajar ligeros de equipaje y dejar los falsos valores y engaños del mundo y ser personas de oración personal profunda. Nuestro mundo hoy en día, como el mundo en el tiempo de Jesús, no tiene aceptación para los mensajeros de un Dios que atestigua contra los falsos valores, el materialismo y el hedonismo de nuestros días. La integridad de la presencia de los discípulos y el compromiso era la parte más importante de la proclamación del reino. Tenía que consumir su ser entero primero que todo.

Siglos más tarde, Francisco de Asís captó la profundidad de este misterio. Él dijo que debemos predicar el evangelio en todo momento y usar palabras solo cuando sea necesario. Tal persona ha sido descrita como un testigo cuya vida habla tan profundamente que uno no puede oír lo que ellos dicen.

Por casi cincuenta años los Papas, desde Pablo VI hasta Francisco, han sido insistentes sobre la gran importancia de la misión de la evangelización, la proclamación de la Buena Nueva. Pueden estar seguros que una de las declaraciones más sustanciales del Papa León XIV será sobre la tarea más fundamental de la iglesia, que es proclamar el Evangelio.

La primera declaración del Papa Francisco fue La Alegría del Evangelio es un cántico de las maravillas sobre el tema de la evangelización como la tarea auto definida del pueblo de Dios. En La Alegría del Evangelio, el Papa trae brillo y poder para la tarea fundamental del pueblo de Dios, proclamar el evangelio. Por el bautismo, todos somos llamados a la santidad. Todos somos llamados a ser discípulos misioneros.

Ya no más se predica el Evangelio como una especialidad formada teológicamente. Todos estamos llamados a ser testigos y proclamadores de Jesucristo.

El Papa visualiza un nuevo día para la iglesia. Toda esta renovación fluirá de un reenfoque sobre la conciencia del propósito e importancia de la evangelización. El Pontífice dice, “Sueño con una ’opción misionera’ que es, un impulso misionero capaz de transformar todas las cosas, ya sean las costumbres de la iglesia, las formas de hacer las cosas, tiempos y horarios, idioma y estructuras pueden ser canalizadas para la evangelización del mundo de hoy más que para su auto preservación” (# 27)

  1. Las características principales de la misión de la evangelización a las que nos llama el Papa son:
  2. Es la tarea fundamental de la iglesia. También es el ministerio principal de la parroquia y del discípulo de Cristo.
  3. La evangelización involucra no solo la transformación personal sino de toda la realidad en sus expresiones social, económica, política y cultural.
  4. La proclamación siempre debe centrarse en el amor salvador y la misericordia revelados en el Cristo crucificado y resucitado.
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DECIMO TERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

LUCAS 9: 51-62


Estimados amigos, Acabamos de terminar una extensa celebración del gran evento de nuestra fe. El amor de Dios revelado en el Misterio Pascual. Este es el gran acto de amor de la muerte y resurrección de Cristo. Ahora regresamos nuestro encuentro semanal con el Evangelio de San Lucas. Para las próximas veinte semanas la liturgia nos invitará a buscar dirección y guía en nuestra vida diaria a través del mensaje de la Palabra de Dios en el Evangelio de San Lucas.

El Evangelio de hoy revela el viaje de Jesús a Jerusalén. Esto se lleva diez capítulos completos de Lucas. Es casi como un Evangelio dentro de otro evangelio en la profundidad y amplitud de su mensaje. Consiste mayormente de enseñanzas de Jesús y unos pocos milagros durante este tiempo. Jesús ha crecido en conciencia que la profundidad de su conflicto con los líderes demandará un compromiso total. Aun si esto implica llegar hasta la muerte. Esto es lo que Lucas quiere decir con la frase, “Él estaba resueltamente determinado a viajar a Jerusalén.” (Lucas 9: 51) Nosotros estamos siendo invitados a contemplar el discipulado y el viaje en las huellas de un Mesías Sufriente.

El discipulado que Jesús está ofreciendo es descrito como un acompañamiento en el viaje a Jerusalén. Empezamos el viaje con el primer paso. En este viaje del discipulado, Dios siempre nos toma del lugar en donde estamos. Habrá muchos pasos para seguir pero si no damos el primer paso no sucederá nada.

Necesitamos dejar ir cualquier cosa que sea un obstáculo para nuestra elección de seguir los pasos de Jesús. En nuestro viaje a Jerusalén, lentamente vemos, con una claridad creciente, las muchas demandas de este compromiso. Todo saldrá eventualmente a la superficie. Creceremos en nuestra habilidad para determinar si nuestras acciones, posesiones y relaciones nos ayudan o truncan nuestra elección de Jesús. Aprenderemos que no podemos volver atrás.

El concepto de viaje o peregrinación es un patrón común en la Biblia. Revela cómo experimentamos a Dios. Demanda un propósito único. Definitivamente es un boleto solo de ida.

En el pasaje del Evangelio de hoy, Jesús habla de los requisitos para este viaje. Lo primero es dejar ir las hostilidades. Los discípulos de Jesús en el viaje deben ser personas de tolerancia y una aceptación de un número de gente que crece cada día. En el mundo de Jesús, las fronteras son solo nuevos pasajes para una mayor inclusión. Segundo, para ser un discípulo de Jesús debemos dejar la comodidad y conveniencia del pasado. Es una experiencia arraigada. El profundo deseo humano por establecerse con límites claros y tener el control debe ser eliminado. Jesús no está en hipotecas. Su camino demanda dejar ir, es un boleto de ida a un futuro desconocido. Tercero, Jesús demanda una lealtad que no permite ningún retraso. La elección es caminar a Jerusalén ahora. Con mucha frecuencia, esperamos evitar esa caminata. Jesús no está en los atajos. Rara vez hay un próximo tren.

Estamos llamados a tomar una decisión. Las reglas del viaje a Jerusalén demandan una disciplina que es desafiante y reconfortante. Estamos llamados a caminar con Jesús. Esta es la elección fundamental de la vida cristiana. Como muchos otros pasajes bíblicos, esta enseñanza ha sido distorsionada con el paso de los siglos. Jesús no quiere cortar las relaciones responsables a los familiares y demás personas. Él sencillamente quiere ponerlos en orden. Dios va primero.

Cuando se mantiene este orden, todas las relaciones son enriquecidas y mejoradas.

El verdadero compromiso del discipulado que Jesús requiere no es como “tener un segundo empleo” o un esfuerzo para trabajar con Jesús en nuestro horario conveniente. Todo absolutamente debe caer a un segundo plano
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EL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO



LUCAS 9: 11B-17

Estimados amigos,

Para los primeros cristianos, la multiplicación de los panes y los pescados fue una parte muy importante en la historia de la salvación. Esto se repite seis veces en los cuatro Evangelios. Obviamente está conectado con el regalo del Mana en el evento del Éxodo. Se relaciona con muchos otros eventos de la hospitalidad de Dios de compartir el pan de vida en el Antiguo y Nuevo Testamentos. Más significativamente, presagia el gran regalo de la Eucaristía.

El pan que es “fraccionado” y compartido refleja a Jesús siendo “fraccionado” en la cruz. Este último acto de amor esta enraizado en el pasado y nos llama hacia el futuro. Nosotros experimentamos este mismo acto de amor en la liturgia de hoy y todos los días. Siempre somos desafiados a ir mas allá de las palabras y de la rutina de adoración.

Desde el momento del Vaticano II nosotros, como comunidad cristiana, hemos trabajado para crear una verdadera experiencia de la presencia amorosa de Jesús en nuestra participación en la Eucaristía. Esto es por medio de la renovación de la liturgia como fuerza directriz de la transformación comunal. En la participación activa en la liturgia nosotros continuamente tratamos de hacer de la oración de la liturgia la fuente y la cima de nuestra fe. Aquí encontramos a Jesús como lo hicieron los primeros discípulos. Esta visión es parte de la declaración icónica del documento litúrgico del Concilio Vaticano II.

“La celebración de la Eucaristía, como una acción de Cristo y el pueblo de Dios…es el centro de toda la vida cristiana, para la iglesia universal, la iglesia local y para cada uno de los fieles…la liturgia es la cima hacia la cual es dirigida la actividad de la iglesia; es también la fuente de la cual fluye todo su poder…todos los que fueron hechos hijos de Dios por fe y por el bautismo deberían unirse para adorar a Dios en medio de la iglesia, para tomar parte en el sacrificio y comer la Cena del Señor.” (Constitución de la Sagrada Liturgia, 1963, # 2, 10, 41)

En la Eucaristía, la verdadera participación activa significa que estamos pidiendo a Dios hacernos un instrumento de su paz y contribuyentes del plan de salvación de Dios. A través de la liturgia nos volvemos el Cuerpo de Cristo para continuar proclamando la Buena Nueva a toda la humanidad.

En la recepción de la comunión, nos energizamos en esta llamada para continuar la obra de Cristo. Jesús viene a nosotros en la forma más íntima posible para renovarnos en su imagen. Esta presencia es la primera y principal sobre Jesús llamándonos a una nueva realidad. Es tiempo de compartir a un nivel más profundo con aquel que nosotros sabemos que nos ama. Esta conversación debería ser más que todo sobre el plan de Dios. Luego podemos enfocar nuestras penas y preocupaciones. El amor es la dimensión dominante del momento básico de la Eucaristía de gracia e intimidad en la recepción de la comunión. Jesús está llamándonos a ir en un nuevo camino. Debería haber menos preocupación sobre nosotros mismos y más sobre la presencia de Dios en nuestros hermanos y hermanas junto con las necesidades de nuestra familia, amigos, comunidad y el mundo. Este es un momento muy apropiado para la oración de nuestros tiempos “Que Dios escuche el clamor de los pobres y los lamentos de la tierra”

En el momento de la recepción de la Eucaristía no podemos estar más cerca de las palabras de Teresa de Ávila que describe la oración como una conversación amorosa con alguien que sabemos que nos ama.

La profundidad y belleza de este encuentro con Cristo no puede ser más personal e íntimo si estamos realmente conscientes, receptivos y atentos a la presencia de Jesús en lo profundo de nuestro corazón. Junto con la experiencia personal del amor, la presencia de Jesús está siempre llamándonos a salir de nuestro ser y de nuestras pequeñas preocupaciones hacia el servicio a los demás especialmente en compartir la Buena Nueva del amor de Dios en Cristo crucificado y resucitado.

Todos haríamos bien en examinar nuestro ser para ver cuánto esfuerzo y atención damos a este encuentro con el Cristo viviente en el momento de la comunión.
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FESTIVIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

JUAN 16: 12-15


Estimados amigos, Jesús dijo, “Tengo mucho más para decirles pero es demasiado para ustedes.” (Juan 16: 12)

Nuestra celebración de esta Fiesta de la Santísima Trinidad es la expresión más profunda y más sencilla de toda realidad. Dios es amor. Un aspecto claro de esta verdad fundamental es la relación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Nosotros estamos invitados por medio del Evangelio a reflejar este amor en nuestras vidas.

Teresa de Ávila, la gran Santa Carmelita y Doctora de la iglesia fue una persona que aprendió como escuchar la verdad de Dios. Por medio de un largo proceso de experiencias de purificación mística y una vida dedicada a la oración y servicio, ella aprendió mucho del mensaje oculto de Jesús sobre el misterio de Dios que nosotros llamamos Trinidad.

Ella redujo sus visiones a una sencilla verdad, una verdad que transformó su vida. Dios es el Creador. Nosotros somos sus criaturas. Dios el creador, es un salvador amoroso y misericordioso. Nosotros, las criaturas, pecadores y quebrantables, somos sin embargo amados y perdonados. Esto llevó a Teresa a transformar su vida para poner a Dios en el centro y su yo en el borde. Ella llegó a entender su vida como la historia de la misericordia de Dios. Para Teresa, la Trinidad era una historia de amor que ella encontraba en la realidad vivida de su propia vida.

Un erudito pagano describió a los cristianos en el segundo siglo de esta manera: Ellos se aman unos a otros. Nunca dejan de ayudar a las viudas; salvan a los huérfanos de aquellos que podrían dañarlos. Si ellos tienen algo, dan de gratis a la persona que no tiene nada; si ellos ven a un forastero, lo llevan a casa y se sienten felices como si se tratara de un hermano. Ellos no se consideran a sí mismos hermanos en la manera tradicional, sino hermanos en el espíritu, en Dios.

En esta fiesta de la Santísima Trinidad, recordamos que Jesús es la revelación plena de Dios, un Dios de amor ilimitado e incondicional. Todas las enseñanzas de Jesús están atrapadas y contenidas en este mandamiento de que nos amemos unos a otros como Jesús nos ha amado. Es así como compartimos en el misterio de la trinidad. No es información que se gana. Es el mero fundamento de la realidad que debe guiar nuestras vidas. Es el amor que debe ser vivido.

El mensaje real de la trinidad no es una cuestión de profunda peligrosidad. Es una invitación a la plenitud del Evangelio de Jesucristo. Este mensaje del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo como amor está más claramente revelado en el Cristo Crucificado

En la séptima morada del Castillo Interior, Teresa tiene un mensaje sencillo para nosotros: abrazar la voluntad de Dios en las buenas obras, amar y perdonar a tus hermanas y hermanos. Al final, todo es sobre el amor. Es en esta relación amorosa con nuestro prójimo que manifestamos nuestra relación más profunda con Dios. Esta vida de amor a la vuelta, revela la acción salvadora de Dios en nuestras vidas. El amor hace que esta profunda complejidad se vuelva una entrada sencilla en el Dios que es amor.

Jesús nos invita a entrar en el misterio del amor y de la vida que es El Padre, El Hijo y El Espíritu Santo. La elección es nuestra. Podemos aceptarla o rechazarla.

Esta elección nos lleva a la gran ironía de la vida, nuestro quebrantamiento nos lleva a actuar y a pensar como si nosotros tuviésemos un mejor plan que Dios. Nuestras elecciones nos llevan a buscar la verdadera felicidad. En el proceso muchos rechazan a Jesús también. Otros se pasan toda la vida buscando el lado correcto, apostando y tratando de reconfigurar a Jesús en una versión más cómoda. Queremos el precio correcto de acuerdo a nuestros estándares y no a los del Evangelio. Pocos tienen la franqueza para vivir como los primeros cristianos descritos por el erudito filósofo pagano.

La gran alegría de la fiesta de hoy y cada proclamación del Evangelio es que Dios nunca se cansa de nosotros. En Jesús, somos llamados constantemente a aceptarlo a Él como el camino, la verdad y la vida. Lentamente la vida tiende a enseñarnos que Jesús realmente tiene un mejor plan para aquí y para el futuro. Aprendemos que nuestra vida, como la de Teresa, es la historia de la misericordia de Dios.
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PENTECOSTÉS

JUAN 20: 19-23

Estimados amigos, Jesús acaba de experimentar la expresión más profunda del mal de todos los tiempos en su Pasión y Muerte. Este encuentro con las consecuencias del pecado y la muerte ha aterrorizado a sus discípulos. Ellos se escondieron por temor y confusión. La desesperación ha conquistado hasta la más mínima esperanza. La fe y la confianza se han ido con la llegada dela multitud al huerto.

Ellos ahora se acurrucan juntos en la cruda vulnerabilidad de su humanidad. De repente Jesús está en medio de ellos. Su mensaje no es de venganza. Sorprendentemente, él no los señala con el dedo por su cobarde colapso. Sus discípulos confiables estaban demasiado asombrados para sentir vergüenza. Fue un momento de sorpresa de mil grados.

Su mensaje fue directo, claro y sencillo: “La paz esté con ustedes.” (Juan 20: 19) esta paz no es solo un deseo o esperanza. Es una declaración divina. Esta es la paz que ha ganado la victoria del amor sobre el odio, de la vida sobre la muerte en el auto sacrificio de la muerte en la cruz.

En adición a la paz Él les da el poder del perdón. Estos dos regalos de paz y perdón están en el contexto de su puesta en marcha de los discípulos. “Como el Padre me envió, así los envío yo también. Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo «Reciban el Espíritu Santo» (Juan 20: 21-23)

Recibir el Espíritu Santo es un símbolo de una nueva creación. Así como Dios sopló vida en Adán en el Jardín, así también, Jesús sopló nueva vida en los discípulos que los santifica y los lleva a conquistar el mal. Esto fue posible por el amor expresado en los regalos de paz y perdón.

Luego viene una segunda declaración de paz. Jesús confirma el regalo de paz a los discípulos y a nosotros. Con este segundo anuncio de paz y el regalo del Espíritu, el mandato es claro. El Evangelio debe ser proclamado a todo el mundo. Esta es una tarea que ha seguido en gracia y en pecado, en actos heroicos humanos y en lamentable negligencia por más de dos mil años, aún con la elección de un nuevo Papa de Chicago en medio de la cizaña y el trigo, la iglesia sigue creciendo. Aún, al día de hoy, seguimos siendo llamados a compartir la proclamación de la victoria del amor en un mundo quebrantado. i Esto es en verdad una buena noticia!

Después del encuentro con Cristo Resucitado, la historia de los discípulos es muy diferente. El temor da paso al coraje y al compromiso. Una nueva convicción los lleva a confrontar el poder con paciencia y perseverancia. El Evangelio es proclamado a pesar del conflicto y la confusión. Las barreras culturales y la estrechez parroquial autóctona se abre a una comunidad universal que sigue creciendo en apertura hasta el día de hoy.

Justo como en la resurrección de Jesús, los cambiados discípulos son testigos de la victoria del amor sobre el mal y la muerte. Las semillas de la nueva creación empezaron en los transformados corazones de estos débiles y pedestres seguidores de Cristo. Ellos iniciaron una comunidad de fe en continua expansión que ha sobrevivido y prosperado por estos más de dos mil años. Es nuestra responsabilidad continuar con la tarea de ser testigos del amor de Dios en nuestras vidas diarias.

Pablo nos dirige en el hermoso misterio de cómo esta nueva creación fluye de los corazones llenos del Espíritu de los que recibieron el Espíritu Santo. En Gálatas Pablo escribe: “Por eso les digo: caminen según el Espíritu y así no realizarán los deseos de la carne…en cambio el fruto del Espíritu es caridad, alegría, paz, comprensión de los demás, generosidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí mismo.” (Gálatas 5: 16; 22-23)

Hoy, en esta fiesta de Pentecostés, estamos invitados otra vez a recibir los regalos de paz y perdón. Para eso necesitamos alejarnos del pecado que es un rechazo al amor. Como los primeros discípulos, el Espíritu nos llama a seguir expandiendo los horizontes de nuestro amor. Para la mayoría de nosotros esto demanda perdón con un riesgo envuelto en coraje.

La paz de Cristo viene con un precio. La paciencia y la amabilidad junto con la alegría y la mansedumbre y los otros frutos del Espíritu descritos por Pablo son siempre regalos preciosos. Son posibles solo en un corazón que busca la reconciliación que trae la nueva vida de Cristo en un mundo devastado por el pecado y la muerte. Esta es la llamada para nosotros en este Pentecostés: transformar nuestras vidas por el regalo de la paz de Cristo y su llamado al perdón. Lentamente, debemos entender que para el Espíritu no hay límites con respecto al perdón y la meta de la inclusividad es siempre expansiva y dinámica. Las numerosas descripciones de “aquella gente” en nuestro corazón tienen que darle paso a la nueva definición de “nosotros” en esta lucha por alejarnos de nuestro mundo cómodo, encontraremos el único camino que lleva al preciado regalo de la paz de Cristo.
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FIESTA DE LA ASCENSIÓN

LUCAS 24: 46-53


Estimados amigos, Es difícil contar todas las veces que con el paso de los años ha venido gran número de individuos, particularmente jóvenes, que han venido a mí con la noticia de que el mundo se iba a terminar. Ellos estaban muy seguros porque lo escucharon en la televisión o lo leyeron en el internet. Venían a mí para cubrir sus apuestas y saber qué hacer en caso de que fuera cierto.

De hecho, es cierto. La Biblia lo dice así, es parte de una revelación. El mundo está llegando a su final. El problema es que nosotros no sabemos cuándo. Es muy probable que no vayamos a saber nada sobre ese tan importante “cuando”

La primera lectura de hoy (Hechos de los Apóstoles 1: 11-11) nos dice como manipular esta realidad verdaderamente decisiva sobre nuestras vidas. El mensaje de Jesús está consolando y desafiando. Jesús les dice a los discípulos en la montaña de su Ascensión que no es nuestra preocupación. El tiempo de Dios determinará cuando va a terminar el mundo que conocemos. Nuestra tarea es usar el regalo de la vida y el regalo del momento presente para predicar el Evangelio.

Mientras tanto, Jesús nos ha dado una tarea. Vamos a ser testigos de la Buena Nueva que Jesús ha revelado en su vida, su mensaje y su pasaje final de la muerte a la vida. En Jesús, hemos llegado a conocer a Dios como un salvador amoroso y misericordioso. Nuestra meta como seres humanos es entrar en este misterio de amor. Esta es la Buena Nueva. Se nos ha regalado tiempo y vida para abrazar este regalo y compartirlo. Tenemos el Espíritu para guiarnos hacia esta llamada y aceptar el desafío de Jesús.

Con la partida de Jesús, los primeros discípulos deben haber sentido que tenían una tarea imposible por delante. Más pronto de lo que creían, ellos estaban en luchas de vida o muerte con los líderes del Pueblo Elegido. Luego, tuvieron que enfrentar la realidad de llegar con los Gentiles.

Las señales de los tiempos y el empuje del Espíritu parecían tareas imposibles. Aun así, ellos perseveraron. En su apertura al Espíritu, encontraron un camino, un camino que nunca se imaginaron en aquel monte donde Jesús los dejó llenos de temor y confusión.

Con el Espíritu como su guía y los ojos de su corazón para abrir el camino, fueron libres para proclamar el Evangelio a todos los rincones de la tierra.

En la primera lectura de los Hechos, Jesús responde a la pregunta de los apóstoles sobre el final del mundo con estas palabras: “No les corresponde a ustedes conocer los tiempos y las etapas que solamente el Padre tenía autoridad para decidir. Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo cuando venga sobre ustedes y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los extremos de la tierra.”(Hechos 1: 7-8) El ángel pregunta: “Amigos galileos, ¿qué hacen ahí mirando al cielo? (Hechos 1: 11) en otras palabras, sigan con la tarea de vivir y proclamar el Evangelio. Nosotros compartimos esa tarea.

En el Evangelio de hoy leemos: “Todo esto estaba escrito: los padecimientos del Mesías y su resurrección de entre los muertos l tercer día. Luego debe proclamarse en su nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados, comenzando por Jerusalén, y yendo después todas las naciones, invitándoles a que se conviertan. Ustedes son testigos de todo esto.” (Lucas 24: 46-48)

El significado de esta bella fiesta de la Ascensión esta capturada aún más en las palabras del prefacio de la misa:

Cristo, el mediador entre Dios y los hombres

Juez del mundo y Señor de todo

Ha pasado más allá de nuestra vista

No para abandonarnos sino para ser nuestra esperanza.

Cristo es el inicio, la cabeza de la iglesia;

A donde Él va, esperamos seguirlo.

La respuesta cristiana para el fin del mundo no es temor ni ansiedad. Es esperanza enraizada en la realidad de que Jesús está con nosotros todo el tiempo. Estamos llamados a ir más allá de la desesperanza y confusión. Es un sencillo compromiso para vivir con fe y confiar en un Dios que tiene un mejor plan. Estamos llamados a compartir la Buena Nueva. Estamos llamados a derribar barreras y a construir puentes. Estamos llamados a usar el regalo del tiempo y la vida para permitir que el mensaje de Jesús de amor y esperanza se encarne en nuestro presente amoroso para nuestros hermanos y hermanas.

Nosotros rezamos en la oración de introducción de la misa de la Ascensión, “que lo sigamos a Él en la nueva creación, ya que su Ascensión es nuestra gloria y nuestra esperanza.”
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SEXTO DOMINGO DE PASCUA

Juan 14:23-29

Los cincuenta días del tiempo pascual nos ofrecen de nuevo la oportunidad de penetrar en las profundidades de nuestra fe. Se nos invita a entrar más activamente en las realidades más profundas de Cristo crucificado y de Cristo resucitado. El misterio pascual, la muerte y resurrección salvífica de Jesús se presenta ante nosotros. No hay un mensaje más claro de amor. Se nos pide que llevemos esta experiencia de amor a nuestros corazones. En este encuentro, seguimos respondiendo a la pregunta más fundamental de nuestras vidas: ¿quién es Jesús para nosotros?

En el pasaje evangélico de hoy de Juan, Jesús habla de su regreso al Padre y de los dobles dones del Paráclito y de la paz. La enseñanza de Jesús se reduce a sus términos más simples y descarnados. Se trata del llamado apasionado de un Dios amoroso, incluso en medio de nuestro quebrantamiento pecaminoso.

La paz de la que habla Jesús no es la ausencia de conflicto o lucha con el encuentro constante de la vida con el mal. La paz que Jesús ofrece es la presencia de Dios que nos trae la salvación, una armonía básica dentro de lo más profundo de nuestro ser. Nos da la capacidad de vivir la vida al máximo sin importar las circunstancias. La paz de Jesús, tan diferente del sentido del mundo de una paz enraizada en una prosperidad e indulgencia ilusorias, comienza y termina en el amor. La paz de Jesús, energizada por el Espíritu, tiene el potencial de crear y potenciar el mayor bien de la humanidad. Esta es la apertura para amar a Dios y amar a nuestro prójimo. Incluso en medio de la tensión y la confusión, el amor puede pasar a través del valle oscuro e, incluso en el valle oscuro, traer paz.

El evangelio de hoy está tomado del mensaje compartido en el contexto de la Última Cena. Jesús llama a los discípulos y a nosotros a confiar en él a pesar del horror inminente de la Pasión y la Muerte. Él nos está diciendo que el amor vencerá. Revelará la plenitud del amor de Dios, la presencia de Dios y la paz de Dios en el don del Paráclito. Este Espíritu nos ayudará a entender y abrazar más profundamente todo lo que Jesús nos ha enseñado.

A través de nuestra apertura a la vida, y con la guía del Paráclito, la verdad del Evangelio se revelará en nuestros corazones. Jesús se convertirá verdaderamente en nuestro camino, nuestra vida y nuestra verdad. Todos estos dones del Espíritu son nuestros con solo pedirlos. Un compromiso con la oración personal profunda es el medio más confiable para abrazar el llamado del Espíritu a una nueva vida en Cristo.

A medida que el poder de la Resurrección emerge en nuestros corazones, podemos asimilar los eventos diarios de maldad y corrupción con un sentido de esperanza que despierta. La violencia armada y la negación del cambio climático, los prejuicios raciales y sexuales, la deshumanización de los migrantes y el aislamiento y la negligencia de los pobres y siempre presentes testigos de un profundo conflicto con nuestros seres queridos seguirán siendo la materia de la vida. Los implacables rostros del mal no abandonarán los titulares en el corto plazo. Sin embargo, hemos recibido el don de la paz de Dios y del Paráclito. Ahora podemos llevar un corazón energizado por la esperanza a estas certezas. Nos sentiremos capacitados para entrar en la lucha por un mundo mejor, el mundo venidero del reino de Dios. Nuestra sensación de exiguidad dará paso a un empoderamiento para dar el siguiente paso por y para la vida, por pequeña que sea.

Impulsados por el Espíritu, siguiendo los pasos de Jesús, podemos enfrentar los desafíos de una iglesia pecaminosa y una sociedad quebrantada, incluso a medida que crecemos en conciencia o egocentrismo personal. De hecho, podemos ser los instrumentos de la paz en medio de la agitación social de un sistema de inmigración quebrantado, el cambio racial continuo y el privilegio blanco, y la ruptura de las definiciones cómodas pero a menudo ciegas de la sexualidad. Podemos honrar y activar nuestra hambre de justicia sin importar la profundidad o complejidad de las fuerzas del mal.

Dios ha hablado en Cristo crucificado y Cristo resucitado. ¡El amor prevalecerá! ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!
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QUINTO DOMINGO DE PASCUA

Juan 13:31-35

Queridos amigos, La Iglesia nos da trece semanas para prepararnos y luego celebrar, meditar y orar sobre la realidad del Misterio Pascual, la Muerte y Resurrección de Cristo. Este evento se conecta con las realidades humanas más básicas, la vida y la muerte, el pecado y la gracia. Nuestra tendencia, después de la belleza de la Semana Santa, es flotar sobre este tiempo de Pascua y perdernos el mensaje profundo.

En la segunda lectura de hoy de Apocalipsis (21:1-5) leemos esto: "He aquí la morada de Dios con el género humano. Él habitará con ellos y ellos serán su pueblo y Dios mismo siempre estará con ellos como su Dios. Él enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá más muerte ni lamento, ni lamento ni dolor, porque el viejo orden ha pasado". (Apocalipsis 21:3-4)

Esta es solo una manera más de expresar la belleza y la maravilla del amor de Dios en el Misterio de Pascua. Dios ha hablado y la última palabra no es dolor y sufrimiento, sino sanación. La última palabra no es la injusticia, la pobreza y la guerra que tanto envuelven nuestra vida y nuestro mundo, sino la reconciliación, la paz y la justicia. La última palabra no es el odio y la división que nos rodea, sino el amor. El Señor ha vencido a la muerte y nos ha llamado a la vida eterna, un estado glorioso que comienza cuando nos amamos los unos a los otros.

El Evangelio de hoy se abre con estas palabras de Jesús: "Ahora el Hijo del hombre es glorificado y Dios es glorificado en él". (Juan 13:31.) Esta gloria significa que el Dios escondido es revelado. Jesús continúa afirmando que esta gloria, esta revelación de Dios, sucederá cuando nos amemos unos a otros como él nos ha amado. Esta es su orden. Debemos amarnos los unos a los otros.

Un ejemplo perfecto de este nuevo amor es lavarse los pies los unos a los otros, lo cual es, en efecto, un servicio ilimitado y disponibilidad mutua. Jesús quiere que simplemente nos relacionemos con nuestros hermanos y hermanas con un espíritu de sacrificio. De esta manera, hacemos presente a Jesús al mundo incluso en su aparente ausencia.

Jesús nos está diciendo que el gran testimonio de la Iglesia debe ser el testimonio del amor. El primer paso hacia este amor testimonial es ser abiertos y humildes en medio del amor de Jesús por nosotros. La definición de un testigo es aquel cuya vida habla tan alto y claramente que no podemos escuchar lo que él o ella está diciendo. En nuestros días hemos sido bendecidos con el testimonio del Papa Francisco.

Esta llamada al amor y al testimonio es una invitación a contemplar el Misterio Pascual de la Muerte y la Resurrección. No hay mayor expresión del amor de Dios que Cristo crucificado y resucitado. La cruz nos dice que Dios es amor, amor abnegado. La profundidad y la amplitud de esta verdad exigen reflexión, oración y experiencia vivida de amor por nuestra parte. Esta es la única manera de entrar en la maravilla del llamado de Dios a amarnos los unos a los otros.

Esta lección de amor que conduce a la vida eterna envuelve todo el mensaje de Pascua. Esto es lo que nos dice el pasaje del Apocalipsis y el mandato de Jesús de amarnos los unos a los otros como él nos amó. Nos resulta tan difícil de creer cuando nos enfrentamos a la realidad de nuestra vida diaria y nuestro mundo o simplemente leemos nuestra fuente de noticias matutinas. Es por eso que tenemos que movernos lenta y firmemente hacia este gran evento de nuestra fe, esta gran expresión final del amor de Dios, esta última palabra de vida, amor y sanación. Esto es lo que queremos decir cuando proclamamos que Cristo ha resucitado, ¡Aleluya, Aleluya!

La semana pasada, fuimos invitados en las Escrituras a abrazar el más grande de los dones de la victoria de Cristo, la vida eterna. Hoy, estamos llamados a realizar con nueva perspicacia y sabiduría esta profunda verdad. Una vida comprometida con el amor es vida eterna para nosotros en este momento. Cuando amamos como Jesús, estamos viviendo el Misterio Pascual de la Muerte y Resurrección. Cuando amamos como lo hizo Jesús, nos liberamos de las ataduras del pecado y la muerte. Cuando amamos como lo hizo Jesús, expresamos la semilla de vida que es Cristo dentro de nosotros. Comenzamos nuestra eternidad ahora cuando caminamos en el camino del amor con Jesús. "Como yo os he amado, así debéis amaros los unos a los otros. (Juan 13:34.)
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CUARTO DOMINGO DE PASCUA

Juan 10:27-30
Queridos amigos. El triunfo pascual del amor nos da esperanza sin importar a dónde nos lleve la vida en su sinuoso viaje. El tiempo de Pascua nos llama a convertirnos en un Pueblo Aleluya, un pueblo inmerso en la esperanza que brota de Cristo Resucitado. Para nosotros, personalmente y como comunidad de fe, la Pascua es un encuentro con el triunfo del amor sobre todo lo que es malo. La muerte y resurrección de Jesús es el signo decisivo de que nada puede vencer el amor de Dios.

El evangelio de hoy muestra que esta esperanza está en el papel de Jesús como nuestro Pastor. Este tema pastoral está presente en cada uno de los ciclos de la Iglesia en el cuarto domingo de Pascua. La imagen del Pastor nos sumerge más profundamente en el misterio de la Pascua.

El mensaje de la Pascua es uno en el que crecemos. No lo conseguimos todo a la vez. Es un proceso incremental, paso a paso. Nuestra experiencia de vida es fundamental para que este gran evento de la resurrección sea significativo para cada uno de nosotros. La Semana Santa es una invitación personal a dar el siguiente paso. Solo podemos avanzar desde donde estamos. Es por eso que la imagen actual del Pastor es tan hermosa. Jesús está con nosotros para protegernos y guiarnos. En Jesús, nuestro Pastor, tenemos la certeza de la verdad más profunda y del amor más auténtico. Esta es la llamada a ser gente del Aleluya.

Jesús nos dice: "Mis ovejas oyen mi voz, yo las conozco y me siguen... nadie puede arrebatárselas de las manos del Padre". (Juan 10:27-28) ¡Jesús nos cubre las espaldas sin importar las circunstancias!

Jesús, como Pastor, nos ofrece seguridad y guía. Esta relación es con Aquel que nos cobija y nos dirige. Toca un hambre profunda en nuestro corazón. El verdadero autoconocimiento de nuestro quebrantamiento nos lleva a anhelar la liberación. Queremos deshacernos de la ambigüedad y la confusión de nuestra realidad. Anhelamos seguridad y claridad. Jesús, como nuestro Pastor, aborda ese dolor en nuestros corazones. Jesús el Pastor invita a conocerlo caminando en su camino. Su voz nos libera de la ambivalencia y el miedo paralizantes. Él nos dirige con una presencia cariñosa en medio de los lobos diarios de violencia, división, ignorancia e injusticia que son una amenaza constante para nosotros.

Jesús, como nuestro Pastor, alimenta nuestro sentido de esperanza en este tiempo de Pascua. Jesús nos ha mostrado que no hay poder terrenal, no importa cuán dominante o aparentemente invencible, que pueda vencer el amor de Dios. Este es el mensaje de Pascua. Este amor se vuelve personal para nosotros en el Pastor. Este amor genera la realidad pascual. Es nuestro paso a la vida eterna cuando seguimos a nuestro Pastor. "Mis ovejas oyen mi voz; Yo los conozco y ellos me siguen". (Jn 10, 27)

El evangelio de hoy nos obliga a recibir la protección y aceptar la dirección de nuestro Pastor. Nos da esperanza que nos lleva a la vida eterna, comenzando ahora cuando seguimos al Pastor en nuestra vida diaria.

Necesitamos preguntarnos, ¿estamos abiertos a este don? ¿Escuchamos la voz de Jesús en nuestra experiencia y responsabilidades diarias? ¿Realmente aceptamos, abrazamos y celebramos la maravilla del Aleluya que es nuestra invitación al gran evento de amor que es Cristo Resucitado? Cuando nuestro sí al Buen Pastor es verdadero y honesto, estamos en camino de convertirnos en un Pueblo Aleluya.
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TERCER DOMINGO DE PASCUA

Juan 21:1-19


Queridos amigos en Cristo,La selección de hoy es el final del Evangelio de Juan. Es comúnmente visto como una adición posterior al texto original. Fue escrito por un discípulo del autor que estaba totalmente en contacto con la visión especial que impregna el mensaje original del Evangelio. La mayoría lo ve como un esfuerzo de equilibrio con la enseñanza clásica del Prólogo del Evangelio.

Hay tres enseñanzas claras y profundas para la Iglesia primitiva y la Iglesia de hoy. En primer lugar, hay una declaración de universalidad. Jesús quiere que la Iglesia se extienda para llamar a las personas de todos los tiempos y lugares. Este es el significado del número exacto de peces. 153 era el número de diferentes tipos de peces que el mundo era capaz de identificar en ese momento. El Evangelio deja claro que la gracia amorosa de Dios, revelada en Jesús, no conoce límites. Es para toda la cantidad de culturas y nacionalidades de la humanidad.

En segundo lugar, en la tierna escena entre Jesús y Pedro tenemos una profunda manifestación de la misericordia de Dios. Una vez más, Peter se encuentra junto a un fuego de carbón. Ahora, no es un tiempo de negación y rechazo, sino un testimonio de amor. Este es el mensaje de la profundidad y amplitud de la misericordia de Dios. No tiene límites. Es sin condición. Es para Pedro y para todos. Todos somos invitados al Reino cuando respondemos a la pregunta de Jesús: "¿Me amas?" (Juan 21:16) Se nos invita a despojarnos de nuestra carga de culpa. El Evangelio nos recuerda que no hay realidad más importante para nosotros que la pregunta: ¿Amamos a Jesús? ¿Podemos aceptar su llamada a la misericordia, su llamada a compartir la Buena Nueva de que somos perdonados y convocados a una nueva vida? En tercer lugar, el Evangelio de hoy nos dice que hay un precio que pagar cuando proclamamos la Buena Nueva de Jesús. Jesús le dice a Pedro: "Cuando seas mayor, extenderás tus manos y alguien más te vestirá y te llevará a donde no quieras ir". (Juan 21:18)

Pedro, en efecto, fue a donde no quería ir. Esto lo llevó a su muerte crucificada a imitación de Jesús. Fue la respuesta final y definitiva a la pregunta de Jesús: "Simón Pedro. ¿Me amas? (Juan 21:16)

Nosotros también nos encontraremos con muchos sacrificios si somos fieles a seguir los pasos de Jesús.

Al responder a la pregunta de Jesús: "¿Me amas?" estamos entrando en un nuevo mundo del mensaje de Pascua. La muerte da paso a la vida cuando somos fieles a Dios. Mientras caminamos con Jesús, mucho más temprano que tarde escucharemos el clamor de los pobres y el clamor de la tierra. Nuestro corazón se abrirá para salir de nuestro cómodo mundo y entrar en una vida de servicio y sacrificio por los valores del Evangelio.

Saldremos del cautiverio de la indiferencia ante la injusticia y la codicia humana. Entraremos en la alegría absoluta del Aleluya Pascual. Nuestro compromiso con el Evangelio abrirá nuestro corazón a todos, sin importar el color o la raza, sin importar la orientación sexual, sin importar el estatus en la sociedad. Llenos de alegría por la victoria de la Pascua, abrazaremos el don de la misericordia de Dios. Hará que nuestro sacrificio y lucha sean un gozo cuando respondamos como Pedro: "Señor, tú sabes que te amo". (Juan 21,17)
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SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA

Juan 20:19-31


Fue un fin de semana verdaderamente fatal para los discípulos, setenta y dos horas devastadoras desde el lavatorio de los pies el jueves hasta la visita de Cristo resucitado el domingo por la noche. Por supuesto, Pedro lideró el camino en el departamento de trauma.

Era un símbolo viviente de la cizaña y el trigo, del pecado y la gracia. ¡Lávame los pies! ¡Nunca! ¡Luego mis manos y mi cara también! ¡Estaré dispuesto a morir antes que negarte! ¡No conozco al hombre! Pedro "salió y lloró amargamente" (Lucas 22:62). "Las puertas de la habitación donde estaban los discípulos estaban cerradas por miedo a los judíos" (Juan 20:1). Fue un viaje corto desde la arrogancia total hasta la devastación total.

El miedo y el dolor habían destrozado sus sueños. Poco a poco, se dieron cuenta de que los acontecimientos del fin de semana no solo los exponían como perdedores por haber desperdiciado tres años de sus vidas persiguiendo lo que ahora parecía ser una ambición delirante. En ese momento, corrían el riesgo de pasar una condena en prisión y tal vez incluso perder la vida. El miedo era una respuesta muy razonable a sus circunstancias atormentadoras y alarmantes.

La urgencia de la gestión de la crisis no les dio mucho tiempo para asimilar la profundidad de su pérdida. Del mismo modo, no fueron capaces de ver con claridad el alcance de su cobardía personal en su huida y rechazo después de tres años de intimidad a los pies de Jesús. ¡El autoconocimiento lleva mucho tiempo!

Entonces, en medio del dolor, el temor, la pérdida y la oscuridad y la confusión absolutas, lo ven y escuchan: "La paz esté con vosotros". (Juan 20:19)

Tenían mucha experiencia con el mundo al revés de Jesús. Sin embargo, nada los preparó para esto. En un instante, la derrota y el fracaso son ahora victoria y triunfo. La oscuridad ahora es luz. El abandono lleva al abrazo. El pecado y la negación son lavados en el amor y la misericordia. En efecto, "la paz esté con vosotros". Llevaría mucho tiempo asimilar las consecuencias de esta abrumadora experiencia.

La historia continúa en Hechos para mostrarnos a este espantoso grupo de hombres muy ordinarios y quebrantados como proclamadores transformados e intrépidos del evangelio. Impulsados por la alegría y la fe, pusieron a la Iglesia en sus más de 2000 años de anunciar y celebrar a Cristo Resucitado.

No es de extrañar que la Iglesia nos invite a reflexionar y orar sobre este asombroso misterio de la Resurrección durante las próximas siete semanas. Hay mucho que asimilar.

Si estamos dispuestos a cavar lo suficientemente profundo, gradualmente veremos la historia de nuestras vidas en la vulnerabilidad de los discípulos. Veremos el dominio y el control de nuestro miedo y ansiedades: en el defecto ordinario de los acontecimientos humanos, nuestros miedos son muchos. Personalmente, estamos preocupados por el amor frágil con nuestras relaciones más cercanas. Físicamente, entre muchas amenazas, vemos que la violencia armada se acerca cada vez más a todos nosotros. Del mismo modo, la madre naturaleza suele ser la noticia principal en las noticias nocturnas. Si somos razonables, tenemos que temer los estragos del cambio climático. El miedo al envejecimiento solo se puede negar por un tiempo. Siempre estamos ansiosos por la pérdida de nuestras posesiones. Cada uno de nosotros puede agregar a la lista.

Una parte importante del glorioso mensaje de Pascua es: "¡No temáis!" Este mandamiento se nos dice más de trescientas veces en las Escrituras, pero nunca más gloriosamente en las palabras del Salvador resucitado en el texto del Evangelio de hoy.

¡De hecho, Cristo ha resucitado! ¡Aleluya! Cuando dejamos que este glorioso misterio se filtre en las profundidades de nuestro corazón, nada volverá a ser igual.

No es de extrañar que este sea el día en que celebremos tan apropiadamente la misericordia de Dios. Al igual que los discípulos, somos amados en nuestro quebrantamiento. Somos aceptados en nuestra debilidad y pecaminosidad. Poco a poco, tendremos un destello del amor que Jesús tiene por nosotros. No tiene límite ni condición. La misericordia de Dios es un tesoro que apenas podemos asir. No importa cuán gradualmente nos apoderemos de este tesoro, el objetivo de nuestro viaje espiritual en la vida es dejar que el poder y la belleza de este amor misericordioso nos transformen. Al igual que los discípulos, estamos llamados a ser una nueva creación. ¡Estamos llamados a ser el pueblo del Aleluya!
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DOMINGO DE PASCUA

Lucas 24:1-12


Queridos amigos, Las historias de resurrección son una invitación al Misterio de Cristo Crucificado y Cristo Resucitado. Siguen siendo un desafío para nosotros, como lo fueron para los discípulos y las mujeres especiales en esa primera Pascua. La información de la historia, su contenido, tiene que ser abrazada no sólo en la mente, sino en un corazón que está abierto y que escudriña las preguntas profundas de nuestra vida.

Es bueno que miremos hacia atrás y veamos el total desconcierto y la sensación de desesperanza de los discípulos. La historia de las mujeres y la tumba vacía tuvo que enfrentarse a algunas duras realidades que envolvieron a estos primeros seguidores de Cristo. Estaban inmersos en una sensación total y comunitaria de pérdida mientras agonizaban por los devastadores eventos del fin de semana. Luego, tuvieron que enfrentarse al misterio del Mesías sufriente, tanto en las palabras de los profetas como en la experiencia muy concreta de Jesús como Cristo crucificado. Añádase a este confuso desafío el hecho de que Jesús había predicho su destino tres veces. No es de extrañar que su primera reacción a la asombrosa declaración de las mujeres fuera etiquetarla como un cuento ocioso.

En la historia de hoy, tenemos en Pedro a un hombre que busca la salvación, la liberación. Apenas unas horas antes, durmió mientras Jesús agonizaba sobre la llegada de la Pasión y la Muerte. Entonces Pedro negó el compromiso de todo su tiempo con Jesús: "¡No conozco a ese hombre!"

Mientras corría hacia la tumba, sin duda, la mente y el corazón de Pedro captaron la cuestión del viaje humano que es parte de toda nuestra experiencia. "¿Hay alguna manera de salir de esta realidad rota que llamamos vida?"

Escuchar el llamado de Jesús y luego el compromiso de caminar con Jesús capturó el entusiasmo inicial. Luego, el creciente desafío de creer en el contexto de la creciente carga y confusión de la vida llevó al cuestionamiento de Jesús y, finalmente, a la negación. Ahora, mientras corría hacia la tumba, su corazón buscaba un nuevo comienzo.

En el pasaje de hoy, se nos da una poderosa visión sobre el discipulado, el de Pedro y el nuestro: ¡Dios nunca se da por vencido con nosotros!

En el sepulcro, los mensajeros de Dios, vestidos de blanco, dicen a las mujeres: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? Él no está aquí, pero ha sido resucitado. Acordaos de lo que os dijo cuando aún estaba en Galilea: que era necesario que el Hijo del Hombre fuera entregado a los pecadores, que fuera crucificado y que resucitara al tercer día. (Lucas 24:5-6)

Las mujeres llevaron el mensaje, con toda su maravilla, todo su desafío y toda su confusión, a los discípulos. Muy pronto, la esperanza más profunda estaba a punto de cumplirse. No solo Jesús ha resucitado, sino que Pedro, como modelo para todos nosotros, debía ser aceptado en todo su quebrantamiento en los brazos amorosos de su Dios misericordioso.

Jesús no se ha dado por vencido con Pedro y los discípulos. Su incapacidad para comprender su mensaje, su abandono en el momento de la Pasión y la Muerte, no provoca la ira de un Dios vengativo. Por el contrario, se nos presenta un Dios fiel, indulgente y siempre paciente. De hecho, la realidad es que Dios no se dio por vencido con los discípulos y, especialmente, con Pedro. Ni Dios se dará por vencido con nosotros.

En la carrera de Pedro hacia el sepulcro, tenemos una invitación a entrar en el mensaje del Evangelio con nuevos ojos de fe. Es un llamado para que entendamos verdaderamente las palabras de Jesús para tomar nuestra cruz y seguirlo a Jerusalén. Es una invitación a enfrentarse a la muerte en todas sus manifestaciones, grandes y pequeñas. Necesitamos darnos cuenta de que Dios ha hablado con la máxima autoridad acerca de nuestra realidad humana. La última palabra no es la muerte, sino la vida, no la derrota y la desesperanza, sino la victoria que revela la gracia y el sentido de la esperanza en todos nuestros momentos más oscuros. ¡Dios no se ha dado por vencido con nosotros!

Necesitamos volver a Galilea y encontrar la palabra de Dios en Jesús con ojos nuevos abiertos por la realidad de la resurrección. Es, en efecto, un largo viaje aprender que hay victoria en la derrota y que es mejor servir que ser servido, y que los primeros serán los últimos y los últimos los primeros, y para salvar nuestra vida tenemos que perderla. ¡Aleluya! ¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!
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DOMINGO DE RAMOS

Luke 24:1-12


La Cuaresma terminaba al mediodía del Sábado Santo cuando yo era joven. Era la época anterior a las reformas del Vaticano II. Era un tiempo para atiborrarnos de todos los dulces y otras cosas a las que renunciamos para la Cuaresma. Esta fue una distorsión increíble del mensaje de la Iglesia.

Hoy tenemos otra distorsión de la Pascua. El gran día es el Viernes Santo. Para muchos, si no la mayoría, la Pascua es una ocurrencia tardía en gran parte de nuestra práctica religiosa popular. ¡El punto que necesitamos entender es que somos un Pueblo de Pascua!

La enseñanza de la Iglesia es muy clara. ¡La Muerte y la Resurrección son un solo evento! Nos tomamos trece semanas para celebrar, de la manera más solemne y hermosa, la realidad central de nuestra fe, el Misterio Pascual. Este evento incluye la Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión de Jesucristo. Este mismo acontecimiento se celebra y se vive en cada Misa.

Dedicamos una buena parte del año eclesiástico a recordar esta historia. Sin embargo, es mucho más que una lección de historia.

En las trece semanas desde el Miércoles de Ceniza hasta Pentecostés, tenemos tres estaciones del Año de la Iglesia. El propósito principal de la oración y penitencia de la Cuaresma es prepararnos espiritualmente para celebrar los tres días santos del Triduo, el Jueves Santo y el Domingo de Pascua. Las siete semanas del tiempo pascual son un tiempo de oración y reflexión sobre la realidad central de nuestra fe, el misterio pascual, Cristo crucificado y Cristo resucitado.

Aquí está el resultado final de todo este material. La Iglesia entiende así el Triduo, y la liturgia en general. No es una recreación. No se trata simplemente de contar la historia, por solemne que sea. No repetimos la historia. Esto es lo que enseña la Iglesia. Celebramos el Misterio y en la celebración estamos presentes al Misterio, el acontecimiento único, singular e histórico. La fuerza del Espíritu en la Iglesia nos hace presentes al acontecimiento salvífico, el misterio pascual.

La celebración es el poder y la presencia de la gracia salvadora de Dios entrando en nuestras vidas aquí y ahora. Este evento de guardado no se divide en partes. Es el Misterio de la acción salvífica de Dios en Jesucristo. Estamos entrando en la realidad más profunda de nuestra vida presente. Estamos experimentando aquí y ahora, en nuestra adoración, la presencia del amor salvador que nos llama a la vida. Cuando recibimos la comunión, el ministro no dice que esto es un recuerdo del Cuerpo de Cristo. Las palabras expresan la realidad. ¡Este es el Cuerpo de Cristo!

Por lo tanto, esta semana tenemos el más especial de todos los eventos más sagrados de nuestra liturgia. Este es el momento más sagrado para celebrar, y en la celebración no solo recordar, sino estar presente a la Muerte y Resurrección de Jesucristo. Esto es lo que hace la liturgia. Nos lleva a la presencia del Misterio Pascual que celebramos. No lo repetimos. Entramos en ella. ¡Por eso somos gente de Pascua!
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QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

Juan 8:1-11

Queridos amigos, La historia del Evangelio de hoy nos lleva a las profundidades de nuestra condición humana. Somos tanto los acusadores como los acusados. Necesitamos dejar que las enseñanzas de Jesús nos ayuden a entender esta verdad acerca de nosotros mismos. Compartimos la condición pecaminosa de los líderes, el populacho y la mujer. Llevamos el peso de la práctica religiosa que tiende mucho más a condenar y castigar que a perdonar y llamar a la vida.

Jesús ofrece una mejor manera de lidiar con el pecado. La condenación y el castigo ofrecen un vacío y una nulidad. La grosera justicia propia de los líderes y de la muchedumbre es sólo una invitación a la muerte para todos los interesados. La maravilla de la misericordia de Dios ofrece una nueva y gloriosa oportunidad de vida para todos.

Los líderes judíos tenían poco interés en la ley y menos en la mujer. Para ellos, ella era una mera propiedad, desprovista de toda dignidad y derechos. Para Jesús, ella era una hija de Dios pecadora pero amada y perdonada.

El objetivo de los líderes era Jesús. Querían atraparlo en la elección de rechazar la Ley de Moisés o mantener su constante mensaje de misericordia. A los ojos de sus acusadores, Jesús no se enfrentó a nada más que a decisiones destructivas. Tuvo que aceptar la fe judía y condenar a la mujer. Esto lo pondría en contra de los romanos y su control de la pena de muerte. Por otro lado, tuvo que rechazar las enseñanzas de la ley. Los líderes no vieron ninguna salida para Jesús. Se sentían emocionados por su victoria y su derrota.

Jesús tocó el suelo para mostrar su desinterés por el supuesto dilema que se le presentaba. Presentó el verdadero problema. Era una mujer atrapada en la ceguera insensata de una muchedumbre cuya rabia ideológica y farsa no les dejaban ver el terror absoluto de la situación. Esta mujer se enfrentó a la cruda e inmediata probabilidad de morir por lapidación.

Jesús cortó las capas del engaño. Presentó una opción que hizo que la multitud reconociera que, al final, compartían el destino de la mujer. Esta era una condición común a todos los seres humanos. Somos pecadores y necesitamos perdón. Sin el perdón, todos debemos enfrentarnos a una miseria sin esperanza. La mujer se enfrentó a esta cruda realidad en los términos más claros: la vida o la muerte. Al final, solo la misericordia abre la posibilidad de la vida para todos nosotros como lo hizo para la mujer.

Jesús le dijo a la mujer: "Yo tampoco". (Juan 8:11) El milagro de estas palabras para ella y para nosotros fue que Jesús no puso ninguna condición a su declaración de misericordia. Él la aceptó a ella y a nosotros tal como somos. La condición corre por nuestra cuenta. Simplemente nos pidió que continuáramos la lucha para no pecar más.

En el pasaje del Evangelio de hoy, tenemos la oportunidad de reconocer y aceptar nuestra pecaminosidad. Tenemos el resto de la Cuaresma para apreciar este regalo para salir de la oscuridad y la muerte a la luz y la vida. De esto se trata la Cuaresma: "¡Arrepentíos y creed en el evangelio!"

El episodio de hoy pone de relieve la realidad de miseria y misericordia que nos presenta el camino cuaresmal. Al final, nuestra historia es sobre la misericordia de Dios. El mensaje de la Cuaresma es desechar las piedras de nuestra miseria y actitud crítica. Estas son las piedras de nuestro orgullo y apegos, las piedras de nuestro descuido de la oración, el sacrificio y el servicio. Necesitamos liberar nuestras manos y abrir nuestros corazones para recibir la misericordia de Dios en las terribles palabras: "Yo tampoco". (Juan 8:11)

Entonces podemos desechar todas las inclinaciones más profundas de nuestro corazón: las piedras de nuestras acusaciones y todos los muchos rencores y heridas. Esta Cuaresma es el tiempo de compartir la misericordia y el perdón de Dios con todos nuestros hermanos y hermanas, especialmente con aquellos a los que no hemos amado como deberíamos.




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CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

Lc 15:1-3, 11-32

Queridos amigos, La parábola de hoy goza del nombre popular del Hijo Pródigo. Este título pierde gran parte del drama y el mensaje de la parábola. Definitivamente se trata de tres personas. Cada personaje tiene mucho que enseñarnos. La magnífica parábola de Lucas, cualquiera que sea el nombre, continúa el tema del arrepentimiento de esta Cuaresma.

La historia del primogénito habla de la codicia y la indulgencia que se encuentran con los duros límites de la condición humana. La salida es el arrepentimiento que conduce al encuentro con la misericordia. Su historia nos dice a nosotros, como pecadores, que ningún paso hacia Dios, por pequeño o débil que sea, quedará sin respuesta.

La segunda persona es el padre. Aquí tenemos las grandes ideas sobre el potencial de amar las relaciones humanas superando el poder de las posesiones y el prestigio. Nos muestra claramente la importancia de las personas por encima de la propiedad. La respuesta del padre se refiere al abandono de ambos hijos. Es casi imposible tener un espejo más simple y profundo del amor incondicional y de la misericordia de Dios.

El amor del padre nos muestra que el amor de Dios no se gana ni se merece. Es extravagante, no calculador, absoluto y libre. Dios ama al pecador mientras todavía es un pecador. Este amor divino está ahí incluso antes del arrepentimiento. Es este amor divino el que hace posible el cambio de corazón para todos nosotros, pecadores.

En el segundo hijo tenemos la imagen de una alienación interior que se ha enconado como un cáncer a lo largo de los años. La comunidad afroamericana tiene una rica descripción de esta experiencia. Se llama la fiesta de la lástima. Su ensimismamiento lo cegó al hermoso amor que tenía frente a él. En cambio, una ira y celos ocultos bloquearon todas las bendiciones de un padre increíble.

El primogénito se encontró perdido en el oscuro pozo del fracaso total y la desesperación absoluta. La dolorosa conclusión fue la degradación de la alimentación de los cerdos. Se acercó a su padre con miedo y temblor con su súplica bien preparada para una aceptación mínima. Su perorata de última esperanza fue interrumpida por la escandalosa oleada de misericordia y perdón del padre.

Toda la escena es una letanía de violaciones del comportamiento esperado por parte del padre. Era totalmente grosero salir de casa, y lo que es peor, salir corriendo. El abrazo estaba completamente fuera de lugar para un hombre mayor en esta cultura. El ternero cebado en estas circunstancias era simplemente inaudito. Todos los rituales aceptados para un padre ofendido se rompían en una pérdida total de la dignidad. Todas las normas culturales rotas dieron más fuerza al grito abrumador del padre: ¡Te amo! ¡Te perdono! ¡Te acepto con gran alegría! Has vuelto y nada más importa. ¡A la fiesta!

La misma rutina, de una manera más sutil, se llevó a cabo en el caso del segundo hijo. El padre abandonó la casa una vez más violando las exigencias de su dignidad. No dio crédito a la despreciable descripción de él como un padre horrible y despreocupado. La hostilidad y la ira fueron respondidas con su mano extendida en misericordia y comprensión. La autocompasión fue contrarrestada con una invitación a dar todo lo que tenía. La retirada fue impugnada con la invitación a unirse a la celebración.

No dejó que la patética ira y los celos del hijo obstruyeran el diálogo. Su única respuesta a un mar de negatividad fue el amor, la paciencia, el aliento y la aceptación.

Hay un mensaje aún más profundo para nosotros que se relaciona con la experiencia general de Jesús y su rechazo final. Él estaba aceptando a los pecadores y a los recaudadores de impuestos, mientras que los fariseos y los escribas permanecen envueltos en la rigidez de su justicia propia. La historia del primer hijo es puro evangelio. Los perdidos son encontrados. Los pecadores están siendo perdonados. Los muertos están resucitando a una nueva vida.

En contraste, el segundo hijo es claramente un modelo de los líderes judíos encerrados en su resentimiento y hostilidad hacia Jesús. Consideran a todos los pecadores perdonados como ladrones de su herencia privilegiada. Se regodean en la autocompasión cuando Jesús perdona y acepta a los recaudadores de impuestos y a los pecadores.

En las acciones del Padre, Jesús revela la asombrosa maravilla de la misericordia y el amor incondicional del Padre. Nuestro llamado cuaresmal es a reconocernos en ambos hijos. Estamos invitados a la fiesta. Estamos llamados a dejar de lado nuestra indulgencia cegadora en las búsquedas sin salida de una vida ensimismada. Se nos pide que renunciemos a nuestra autocompasión y celos. Sobre todo, el poder absoluto de robar la vida del rencor largamente guardado se presenta con absoluta simplicidad.

La respuesta indispensable de nuestra parte es clara. Necesitamos aceptarnos a nosotros mismos en nuestra condición rota. Estamos llamados a compartir el amor incondicional de Dios con nuestros hermanos y hermanas. Se nos pide que renunciemos al sentimiento de resentimiento. Se nos invita a abrir el diálogo a pesar de todas las violaciones percibidas de nuestros derechos y dignidad. Necesitamos aceptar el amor y la misericordia siempre presentes de Dios en nuestro camino de Cuaresma hacia la gran fiesta del Domingo de Pascua.
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TERCER DOMINGO DE CUARESMA

Lucas 13:1-9


Queridos amigos, Comenzamos la Cuaresma cada año con un mensaje claro: "¡Arrepiéntete y cree en el evangelio!" Después de haber medido las tentaciones de Jesús y su Transfiguración a la luz de nuestra experiencia de vida y lucha, ahora recorremos tres semanas en el Evangelio de Lucas sobre el tema del arrepentimiento.

La selección evangélica de hoy tiene una historia de dos tragedias y una parábola de la higuera. Los dos desastres, uno producto de la crueldad humana y el otro un accidente, son explicados por Jesús como un llamado al arrepentimiento. Jesús es claro. Cualquier interpretación de estos eventos como un castigo de Dios para las víctimas está totalmente fuera de lugar. Todas las personas están sujetas a la muerte. Puede provenir de la injusticia o de las debilidades de la naturaleza y de los errores humanos o incluso de la malicia humana. De hecho, parece que los buenos son más propensos a este destino de sufrimiento inmerecido. Sin embargo, la muerte es inevitable para todos.

Tenemos ante nosotros en el Evangelio de hoy una opción clara. Tenemos que darnos cuenta de que la muerte y el juicio de Dios están siempre cerca. Ya sea en el culto en una iglesia o de pie junto a una pared o cualesquiera que sean las circunstancias, no sabemos ni el día ni la hora. Nuestra elección es aceptar abiertamente la realidad de la muerte o vivir en un estado de negación.

El pasaje del Evangelio de hoy plantea la pregunta: ¿qué es lo que está en el Evangelio? ¿Estoy con Jesús o en contra de Él? Nos enfrentamos a la realidad de que no controlamos la línea de tiempo. El momento de la muerte está totalmente fuera de nuestra dirección. Jesús se refiere a las dos tragedias para enfatizar los duros límites de nuestra mortalidad. En la parábola de la higuera, también tenemos un mensaje de la misericordia de Dios. Estamos llamados a tomar esa decisión por Jesús sin demora. Esta es nuestra tarea cuaresmal.

Jesús está usando estos dos eventos, junto con la parábola de la higuera, para invitar a las personas a hacer un balance de sus vidas. La cuestión es la siguiente: ¿estamos listos para encontrarnos con Dios? Es un llamado inequívoco al arrepentimiento, un tiempo para examinar el estado de nuestra vida a la luz del llamado de Dios.

Como siempre, mantener nuestros ojos fijos en Jesús es muy útil para entender el mensaje del evangelio de hoy. Su vida es un mensaje claro de que a las personas buenas les pasan cosas malas. La vida de Jesús es una clara manifestación de que podemos vivir en comunión con Dios pase lo que pase. Jesús nos muestra que la vida continúa y que el amor prevalece sobre todo al final.

Del mismo modo, ayuda ver a Jesús como el jardinero de la parábola. Es a la vez una persona de compasión y la promesa del Dios de "la segunda oportunidad".

El tiempo de Cuaresma es un tiempo para que hagamos un balance de nuestra vida. El mensaje de la Cuaresma nos invita a entrar en el misterio de nuestro Dios misericordioso. Es un momento para aceptar nuestra condición pecaminosa y sumergirnos en el mar de la misericordia purificadora de Dios que nos espera. Estamos llamados a producir el fruto de una buena vida. A través de Jesús, Dios nos ofrece la máxima apertura del amor. Esta oferta de amor está envuelta en una misericordia que lava nuestros pecados si solo abrimos nuestro corazón para recibir la llamada de gracia a la vida, al perdón y al amor. El mejor lugar para comenzar es reconocer tanto nuestra pecaminosidad como la misericordia de Dios.

El evangelio de hoy es muy claro. Ahora es el momento de actuar. ¡No tenemos garantía para mañana! La higuera es una señal para nosotros de que bien podemos estar en nuestro último año para dar fruto. ¡Los límites de la condición humana son muy reales!
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SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA

Lucas 9:28-36

Queridos amigos, Cada Cuaresma, tenemos la historia de la Transfiguración en el segundo domingo. Esta tentadora cumbre del glorioso Cristo nos ofrece un desafío para profundizar en la realidad de un Mesías Sufriente y en nuestra propia vida. Los valores de una sociedad de consumo nos empujan implacablemente en la dirección opuesta a la cruz. A primera vista, e incluso a terceros, es difícil entender cómo nuestra búsqueda de la felicidad encaja con el sombrío mensaje de la Cuaresma.

Pedro tuvo dificultades con el mensaje del Mesías Sufriente la primera vez. No podía conectar su idea del Mesías de Dios con la declaración de Jesús de tomar tu cruz y seguirme.

El dilema de Pedro era el siguiente: Jesús era el Mesías. ¿Cómo podría sufrir? Jesús simplemente profundizó la confusión de Pedro cuando se refirió al reconocimiento del discípulo de que él era el Mesías. Jesús "los reprendió y les ordenó que no dijeran esto a nadie" (Lucas 9:21).

No hay duda de que compartimos la confusión de Pedro cuando tratamos de equiparar nuestra creencia en un Dios todo amoroso y todopoderoso con el horror de la catástrofe japonesa de Hiroshima o de tantas otras catástrofes humanas devastadoras. El dilema de Pedro es nuestro dilema. ¿Cómo vinculamos la bondad divina y el sufrimiento en una escala incomprensible e incluso la ocurrencia constante de aflicción en nuestra vida diaria? Somos testigos de la matanza en nuestras ciudades y del desperdicio total de vidas, tanto jóvenes como mayores, como resultado de las pandillas. Mucho más grande que el problema de la inmigración es la pobreza extrema en todo el mundo que obliga a las personas a abandonar sus hogares.

En la Transfiguración, Jesús reafirma su divinidad, una divinidad compasivamente preocupada por todo el sufrimiento humano. Sin embargo, la Transfiguración tiene lugar en el camino a Jerusalén, donde Él será rechazado, sufrirá y morirá. El Padre dice: "Este es mi Hijo, el Elegido. Escúchalo". (Lucas 9:35) Esta es la clave para la ubicación de la historia de la Transfiguración en este segundo domingo de nuestro camino de Cuaresma. Aquí encontraremos el camino para salir de la confusión de Pedro y de nuestra confusión.

El mensaje que el Padre quiere que los discípulos escuchen es claro. Jesús es el Mesías Sufriente y los discípulos necesitan seguirlo. "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga". (Lucas 9:23)

Jesús hace que este mensaje sea más impresionante en su conversación con Moisés y Elías. "Y habló de su éxodo que iba a realizar en Jerusalén". (Lucas 9:31) Este fue su camino hacia la plenitud del Reino a través de su Pasión, Muerte y Resurrección.

La Cuaresma es un tiempo para prepararse para celebrar la Muerte y Resurrección de Jesús el Cristo con nueva alegría, una fe más fuerte y un amor creciente. Este es el gran misterio de nuestra fe y de nuestra vida. Es una llamada a la conversión, una invitación al misterio del Evangelio que celebra a Cristo crucificado. es un llamado a alejarnos de lo superficial y adentrarnos en lo más profundo de nuestro corazón para enfrentar nuestro pecado y el amor misericordioso de Jesús.

A pesar de todas las veces que hemos escuchado la historia, todavía contiene las semillas de la luz y la sabiduría, de la esperanza y la ternura. Nos recuerda lo cerca que está Dios de nosotros y lo delgada que es la cortina entre lo divino y lo humano. Siempre estamos al borde de nuestra fragilidad y mortalidad humanas. Igualmente, estamos al borde de la vida eterna y la felicidad. Ya sea que se trate de la ruptura de nuestras relaciones, las consecuencias del pecado o la corrupción de nuestro mundo, necesitamos aceptar nuestro valle personal y social de lágrimas y "¡Escúchenlo!" (Lucas 9:35) Él revelará nuevamente que la última palabra no es la enfermedad, el lado oscuro de la vida familiar, la injusticia, los prejuicios y las debilidades del poder asombroso de la naturaleza o incluso la muerte. La última palabra revelada en Cristo crucificado y resucitado es la vida y la victoria del amor. Una vez más, nuestro camino a Jerusalén en la Cuaresma y, más aún en nuestra vida, es una invitación a entrar en el Misterio. Este Misterio une lo Divino y el sufrimiento, el Mesías sufriente y glorioso. Conduce a la victoria de Pascua.
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PRIMER DOMINGO DE CUARESMA


Lucas 4:1-12

Queridos amigos, Comenzamos nuestro viaje de Cuaresma el Miércoles de Ceniza con el mandamiento: "Arrepentíos y creed en las Buenas Nuevas". La Cuaresma, debemos recordar, es un tiempo para entrar en nuestro interior, para examinar las profundidades ocultas de nuestro corazón. A medida que nos adentramos más profundamente en nuestro interior, encontraremos nuestro quebrantamiento, pero también una posibilidad real de paz. Aún más, descubriremos la misericordia de Dios en abundancia. El desafío de la Cuaresma nos insta a liberar nuestro corazón, nuestra mente y nuestra vida para lidiar con la gran verdad de nuestra fe, Jesucristo crucificado y Jesucristo resucitado. Estas seis semanas de arrepentimiento y reflexión deben llevarnos a celebrar el Misterio Pascual. La Cuaresma nos prepara para los días santos más solemnes del Triduo al final de la Semana Santa.

En este primer domingo de Cuaresma, tenemos la historia de las tentaciones de Jesús. En la historia, tenemos ecos de la tentación de nuestros padres en el Huerto y de los seguidores rebeldes de Moisés en el desierto. Contrariamente a estas victorias anteriores de Satanás, Jesús es el vencedor esta vez.

Todas las tentaciones se reducen a qué clase de Mesías iba a ser Jesús. El diablo ofrecía una expresión atractiva de un líder que salvaría al mundo con los valores del mundo: el poder personal, el poderío militar y político y la obra de maravillas destinadas a cautivar a las masas. Jesús alcanzaría el prestigio personal, la riqueza y el control en extremo. Jesús eligió un camino diferente, el servicio y el amor por encima de las posesiones y la celebridad. Jesús eligió simplemente compartir nuestra humanidad. Esto lo expuso a todas las consecuencias de ser fiel a Dios en un mundo pecaminoso e injusto. Esto llevaría a un Mesías sufriente, un Mesías de humildad y altruismo, no de poder y privilegio. Jesús eligió su camino de liderazgo y el poder de la debilidad que se reveló en el lavatorio de los pies y todos los eventos de ese fatídico fin de semana.

En su rechazo de Satanás, Jesús nos revela la verdad de nuestras propias vidas. Estamos arraigados y llamados por un Dios misericordioso que tiene un gran plan. Este plan divino es infinitamente mejor que todas las atracciones y engaños de poder, placer, riqueza y control que componen las artimañas del diablo.

Dios nos muestra en Jesús que su amor vencerá al final. Necesitamos usar este tiempo de Cuaresma para orar, reflexionar y entrar en nosotros mismos. Esto exige ir más despacio para buscar oportunidades para el silencio y la oración. La Iglesia ofrece un tesoro para el espíritu en las lecturas litúrgicas de las misas diarias y especialmente en las misas dominicales de Cuaresma. La Iglesia nos invita a entrar en la Palabra de Dios para guiarnos tras las huellas de Jesús. Somos convocados al "juego de Jesús" donde se gana perdiendo.

Esta es la elección que Jesús revela en el pasaje evangélico de hoy. Necesitamos que se nos recuerde que el diablo sigue jugando sus juegos destructivos. El programa del diablo es siempre el mismo. Su acción engañosa siempre ofrece el mal envuelto en el disfraz de lo bueno y atractivo. Sin embargo, en última instancia, es el mal destructivo la única opción en su bolsa de trucos. Jesús ofrece otra opción más allá de los implacables engaños de Satanás. Es una elección que conduce a la victoria del bien sobre el mal, de la vida sobre la muerte. ¡Necesitamos mantener nuestros ojos en Jesús! ¡Esta es nuestra tarea cuaresmal!
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OCTAVO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Lucas 6:39-45

Queridos amigos, Hoy, Lucas aborda nuevamente la tarea increíblemente exigente de ser justos y equitativos con nuestro prójimo. Lucas nos recuerda la grave dificultad de las relaciones honestas, sanas y afectuosas entre los seres humanos. Solo con mucha dificultad sabemos realmente lo que está sucediendo dentro de otra persona. Cuando se trata de retribución o justicia, necesitamos la sabiduría divina. Dios ve el corazón y actúa con generosidad, comprensión y compasión. Se nos invita, a través del mensaje del Evangelio de hoy, a tratar de hacer lo mismo.

Lucas en realidad está ofreciendo un resumen del Sermón de Jesús en la llanura y sus invitaciones al mundo al revés de Jesús. Los guías ciegos de los que nos advierte son aquellos que creen ver con claridad. Las personas que admiten su visión limitada y su comprensión de bolsillo de los caminos de Dios son en quienes debemos confiar. Ofrecen la mejor guía posible hacia la luz que nos ayuda a ver como Jesús ve.

La selección de la semana pasada terminó con la advertencia de no juzgar y condenar a nuestros hermanos y hermanas y a todos los demás. El primer conjunto de ejemplos de hoy tiene dos declaraciones que son brillantemente claras acerca de no juzgar y condenar a nuestro prójimo. Son el ciego guiando al ciego y la observación bastante humorística sobre la viga en el ojo. Ambas percepciones rodean e iluminan el mensaje principal de Lucas en esta sección: "Ningún discípulo es superior a su maestro; pero cuando esté completamente entrenado, cada discípulo será como su maestro". (Lc 6:40)

El ejemplo de la viga en un taller de carpintería parece bastante apropiado para nuestra experiencia común. Nuestra conciencia de juzgar y condenar a los demás a menudo llega lentamente y en pequeños pasos. No es como si simplemente pudiéramos sacar la viga de nuestro ojo ciego. Tenemos que hacer lo del carpintero. Necesitamos afeitarlo en un pequeño proceso paso a paso.

Un ejemplo de esto es cómo nos deshacemos de algunas de las fuerzas destructivas comunes en nuestra cultura: el racismo, el sexismo, el consumismo y la discriminación por edad. Estas realidades nos bloquean en nuestra relación con nuestro prójimo. No nos despertamos un día y tenemos una mentalidad totalmente libre para abrazar la igualdad racial o para desechar los beneficios ocultos del privilegio blanco. Del mismo modo, no nos movemos suave e indoloramente para entusiasmarnos con la agenda LGBT. Nuestro corazón rara vez está libre del deseo de la próxima mejora en nuestras muchas posesiones. Una última observación de esta lucha es nuestra renuencia a enfrentar la verdad del proceso de envejecimiento.

Luchamos constantemente por entrar en la realidad del evangelio de Jesús. Muy a menudo, es el ciego el guiado del ciego. Lo vemos en la lenta y renuente exposición del escándalo de abusos sexuales en la Iglesia.

Es el rayo aparentemente siempre presente el que obstaculiza nuestra experiencia del "otro", ya sea que ese "otro" sea nuestra suegra o el inmigrante ilegal que conduce el automóvil contaminante sin la calcomanía de smog.

Avanzamos quitando la viga con la ayuda de nuestra liturgia dominical, la oración personal profunda y diaria y la paciencia verdaderamente compasiva con los demás. Se trata de llegar a ser como nuestro maestro. Los dichos del evangelio de hoy no son más que concretar lo que Jesús nos enseñó la semana pasada: "Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso". (Lc 6:36)

El primer paso para llegar a ser como nuestro maestro es reconocer nuestra pecaminosidad y ceguera. Esta es la forma más fácil de afeitar el rayo de nuestro egoísmo y auto-grandiosidad. Este es un viaje constante hacia el autoconocimiento. Es el afeitado suave pero consistente del rayo cegador del egocentrismo. Esto nos libera para ver gradualmente con ojos de compasión, perdón y amor. Esto es mantener nuestros ojos en Jesús.

En la sección final del evangelio de hoy, Jesús hace el punto claro y obvio. Nuestro corazón es la verdadera fuente de nuestro compromiso. Sólo un corazón limpio produce buenos frutos. La imagen del árbol y su fruto demuestra lo que está sucediendo cuando hay autenticidad en la persona. En última instancia, las palabras de nuestros labios solo tienen sentido si están conectadas a un corazón sano. El buen fruto ocurre solo cuando el corazón se enfoca en el llamado de Dios a caminar con Jesús.
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