DECIMOQUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

LUCAS 10: 25-37


Estimados amigos, El abogado judío en el pasaje del Evangelio de hoy no estaba interesado en la respuesta de Jesús a la pregunta “¿quién es mi prójimo? Él tenía su propia agenda. Él estaba tratando de guiar a Jesús hacia algún tipo de violación de la ley judía y la tradición que lo llevaría a la humillación y castigo.

Mientras tanto, Jesús usa el contexto engañoso para darnos uno de los grandes mensajes del amor de Dios y el involucramiento en nuestros quebrantamientos humanos. Es una invitación para entrar en el maravilloso amor redentor de Jesús para todos nosotros. Jesús nos está invitando a participar en el gran acto de salvación por nuestro servicio y presencia sanadora para nuestro prójimo.

En la parábola de “El buen samaritano” Jesús revela la amplitud y profundidad de la presencia de Dios en todos los seres humanos. Esta historia del Buen Samaritano destruye cualquier configuración de la escasa definición que el prejuicio engendra continuamente. En verdad, la historia ha mostrado el tiempo increíblemente largo que podemos pasar aislados, deshumanizando, discriminando y simplemente odiando a nuestro prójimo.

“El buen samaritano” es muy fácil de entender en nuestros días. Incluso es definido en un diccionario como “una persona excepcionalmente caritativa o de ayuda.” Es un poco problemático para nosotros entender el poder de la contradicción que Jesús fija en esta parábola. Dependiendo de sus sensibilidades, su uso hoy en día pudiera ser un militante de Al Qaeda o un supremacista blanco o un odioso anti semita o cualquier otro que salga de su imaginación creativa.

Jesús, sin embargo, destruye todas las expresiones de la normalidad con el samaritano, los más despreciables de los enemigos de los judíos. Esta elección explosiva es seguida con un sentido de grandiosidad en el servicio que continua con el patrón de choque y temor. Cuando el enemigo benefactor paga la cuenta y promete más, estamos bien más allá de cualquier sentido de decencia generosa. Todo esto fluye de la nueva definición de Jesús de lo que es prójimo como alguien en necesidad.

El amor que Jesús devela no tiene límites. El corazón humano es capaz y trabaja constantemente en diseñar límites de este evangelio de amor. Frases como, “la caridad comienza en casa” son trascendidos por el mensaje de Jesús: el amor empieza con nuestra respuesta concreta a la persona que sufre en medio de nosotros.

Podemos identificar fácilmente tres cualidades del amor del samaritano en la parábola de Jesús. Primero, trasciende todo prejuicio y es totalmente inclusivo. Todo lo que él vio fue el dolor y urgente necesidad de la persona. Segundo, la situación fue vista como una oportunidad y no como una carga y gran agravio. Tercero, el amor del samaritano no cuenta el costo, los inconvenientes y la destrucción de sus horarios o calendario y la comodidad. No busca recompensa o reconocimiento.

Todos tenemos un desafío para abrazar estas tres sencillas características en nuestra vida diaria con todas sus responsabilidades y relaciones demandantes. No es tanto que la caridad comienza en casa sino que la caridad empieza donde sea que encontremos dolor y sufrimiento en todas sus variaciones en la escena humana.

La parábola de hoy nos desafía a ver la situación problemática en nuestra vida desde la visión del evangelio. Estamos llamados a compartir la extravagante hospitalidad del samaritano. Como el samaritano, estamos invitados a ver nuestros bienes como un medio de asistencia no exclusivamente como nuestra seguridad personal. Esto es posible solamente por medio de un retiro permanente desde una visión del mundo estrecha y cercada. El fluir de nuestra vida diaria y nuestras responsabilidades ofrecen incontables oportunidades para alcanzar el servicio amoroso. Las palabras de Jesús se mantienen iguales. Nuestra tarea es “Ir y hacer lo mismo.” (Lucas 10: 37)
Compartir: