La quinta morada

En su clásico, El Castillo Interior, Teresa de Avila nos muestra una descripción brillante de cómo uno experimenta a Dios. Ella hace esto en siete niveles llamados moradas. Este viaje tiene una meta muy clara: la unión con Dios.

Las primeras tres moradas se centran en la llamada básica y en la conversión para iniciar el viaje. La clave en estos niveles es es esfuerzo humano y la cooperación con Dios. En la cuarta morada Dios actúa en una nueva y diferente manera. Esto es el comienzo de la contemplación. Juan de la Cruz lo define así: “la contemplación no es otra cosa que una secreta, pacífica y amorosa infusión de Dios que, si el alma permite que suceda, infunde un espíritu de amor.” (La Noche Oscura 1.10.6)

La acción de Dios en la quinta morada es totalmente diferente. Esto involucra el toque de unión en oración. En esta unión el alma crece en su entrega a Dios de toda la vida. La entrega no es un concepto abstracto. Usualmente involucra el hecho de que dejemos ir algunas cosas o apegos. También involucra el hecho de volverse más seguro del amor de Dios. Este abandono en Dios se expande dramáticamente comparado con las etapas iniciales de la cuarta morada. Con la intervención de Dios la pasión por el control de la vida de uno tan dominante en la tercera morada se disuelve. Dios sigue pidiendo más de nosotros.

Teresa declara que la quinta, sexta y séptima moradas son realmente una pero luego ella delinea una clara diferencia. Su descripción de las últimas tres moradas consume casi dos tercios de su libro. La quinta y la sexta son un proceso acelerado de purificación y transformación que nos lleva a la unión con Dios que es descrita en la séptima morada.


En todas estas moradas Teresa tiene un énfasis especial sobre el autoconocimiento. En su punto de vista necesitamos un aumento de conciencia de nuestra distancia de lo que es verdaderamente real, la llamada para ser uno con Dios. El obstáculo básico para el autoconocimiento es que uno tiende a hacerse el centro en lugar de Dios. La distorsión que fluye de nuestra falta de verdadero autoconocimiento es el gran impedimento en este viaje. El pasaje al verdadero centro del Castillo Interior, que es un símbolo para las personas, es posible en el lento y doloroso proceso de llegar a conocerse uno mismo. En el centro del viaje está el crecimiento de la visión de la realidad fundamental: Dios es Dios y nosotros somos las criaturas. La humildad es la aceptación de esta verdad en lo profundo del corazón de uno. El valor del autoconocimiento es lo que nos ayuda a ver nuestra pecaminosidad la cual es una caricatura de la realidad. Esto nos lleva al reconocimiento de la misericordia de Dios. Vemos que Dios es un Creador amoroso y misericordioso y nosotros somos criaturas amadas y perdonadas.

El pasaje al centro es posible solamente en la progresión del autoconocimiento que viene de la acción de Dios, de la purificación y de la transformación. Hay una nueva intensidad en la quinta morada. Concluye en el gran drama de la sexta morada. La unión de la séptima morada completa el viaje.

La persona se aleja constantemente de ser el centro de la vida a poner a Dios en el centro. “Uno tiene que esforzarse para ir hacia adelante en servicio del Señor y en autoconocimiento. La verdadera unión puede ser alcanzada muy bien con la ayuda de Dios si nosotros hacemos el esfuerzo por obtenerlo al mantenernos fijos en lo que es la voluntad de Dios.”(V.3.3.)

El crecimiento en el autoconocimiento en la quinta morada facilita la entrega a Dios. Esto da a conocer un nuevo y penetrante patrón de amor propio. Todavía hay raíces profundas de egoísmo que se resisten a la llamada al amor absoluto de Dios y del prójimo. Las historias del Evangelio se abren con una conciencia nueva y con claridad. Ellas revelan la inflamación del ego y la autoabsorción que han estado escondidas en el fluir de la vida ordinaria. Da miedo ver. Mucho de lo que parece bueno y virtuoso ha sido, de hecho, impregnado con una agenda de ego. Estas nuevas visiones del crecimiento del autoconocimiento son la consecuencia de los toques de unión. Esta es la oración distintiva de la quinta morada.

En la quinta morada el amor asciende a un lugar de prominencia. Los regalos de unión en oración agranda la capacidad de uno por el amor de Dios por los demás. Uno empieza a crecer en la capacidad de compartir el amor de Dios con los demás. El resumen de Teresa de estas moradas declara: “Todos sus deseos están dirigidos hacia la complacencia de Dios.”

Dios asiste en una recolecta de corazones para crecer en la conciencia de la presencia de Dios en todas las personas y cosas a toda hora. Dios tiene la demanda absoluta de la atención de uno. El movimiento es de ver a Dios como parte del horario de uno a Dios siendo el horario de uno. Este es un paso radical en la transformación de la persona.

Teresa usa el ejemplo del gusano de seda haciendo un capullo y evolucionando en mariposa para explicar los cambios que transpira en la quinta morada. Para ella esto muestra el poder de transformación de la oración de unión en la quinta morada.

Esta elaboración del capullo implica deshacerse del amor propio y de la voluntad propia junto con los apegos. Teresa dice: “sin embargo, tengan valor mis hijas! Seamos rápidas en hacer este trabajo y tejamos este pequeño capullo al deshacernos de nuestro amor propio, nuestro apego a cualquier cosa mundana.” En el lado positivo, el tejido del capullo incluye el crecimiento del amor por Dios y por nuestros hermanos y hermanas. La actividad principal, sin embargo, es Dios transformando el gusano de seda en la mariposa, simbolizando la nueva persona viviendo en fiel entrega a Dios.

Teresa lo describe asi: “Oh la grandeza de Dios. Cuan transparente el alma es cuando viene de esta oración…Verdaderamente, el alma no se reconoce a sí misma. Vean la diferencia entre el feo gusano y la mariposita blanca.” (V.2.7)

Teresa usa otra comparación para iluminarnos sobre la quinta morada. Ella se expande sobre el muy usado tema del amor humano en El Cantar de los Cantares. Teresa considera los tres pasos del matrimonio en su tiempo: encuentros, compromiso y matrimonio. Estos son los que se ajustan a las tres moradas finales.

En los encuentros, la pareja se conoce mutuamente para descubrir intereses en común. En la quinta morada sin embargo, esta comunicación es una avenida de un solo sentido. Cristo se revela a sí mismo al alma. Aquí otra vez es la oración de unión la que devela secretos no accesibles por ningún otro medio.

En la oración de unión hay un silencio, una especie de adormecimiento de las facultades y de los sentidos. La mente y los sentidos pierden contacto con la interacción normal con la realidad. El alma recibe el conocimiento amoroso directamente de Dios. Dios está comunicando al mismísimo Dios al alma.

Esta oración, siempre por la iniciativa de Dios, dura solamente un momento, nunca más de media hora. Tiene lugar en el centro de la persona donde la admisión solamente es posible con la invitación de Dios. Uno sabe que sucede solamente por la absoluta convicción de que fue una experiencia verdadera de Dios.

Teresa repite con frecuencia que la oración de unión está relacionada con la unión personal de uno con la voluntad de Dios en la vida diaria. Desprendiéndose del amor propio es alejarse siempre de auto satisfacerse, exagerar las necesidades que uno tiene y afirmando su propia importancia. Esta lucha se vuelve crudamente clara en la quinta morada.

Esta es la experiencia del Misterio Pascual. La muerte lleva a la vida. Debe haber muerte a todos los apegos previos, todas las expresiones de pecado, todo el distorsionado amor propio y el peso del mal que impregna la experiencia humana. Este pasaje por la muerte solamente es posible por el regalo especial de la acción de Dios, una presencia sin precedentes de Dios.

Teresa es clara que el pasaje al centro más profundo solamente es posible con una relación amorosa con Dios. La auto preocupación da lugar al amor por Dios y uno aumenta la habilidad de participar en el amor de Dios con los demás.

La sexta morada está esperando. Ella revelará, asombrosamente, que aún hay mucho por hacer antes del pase final a la unión con Dios.
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