UN TESORO ESPECIAL-10

Una oportunidad para una oración personal profunda

MANTENIÉNDONOS ENFOCADOS EN JESÚS


Segunda parte

Para Santa Teresa de Ávila, es el encuentro personal en el seguimiento de Jesús lo que revela la misericordia amorosa de Dios. Este don tiene su comunicación privilegiada en la profunda oración personal. La oración es siempre su máxima prioridad. Para esta santa carmelita, el encuentro orante con Jesús está constantemente en el centro de nuestra búsqueda de Dios, el último deseo del corazón humano.

Es justo en esta coyuntura que el genio de Teresa puede ser de gran ayuda. Es llamada la madre de la espiritualidad. Ella nos ofrece el desafío de abordar algunos pasos fundamentales para captar el llamado de la autenticidad personal que es central para cualquier espiritualidad. Primero, necesitamos crecer en el autoconocimiento que nos lleva a la humildad. Entonces aceptamos las consecuencias de esta intuición emergente: la interacción de nuestros límites personales y la misericordia de Dios. Todo esto se hace en oración, que ella describe como una conversación con alguien que sabemos que nos ama. Mantener nuestros ojos fijos en Jesús nutre este desarrollo. Esta es la historia de los discípulos. Esta es nuestra historia si estamos abiertos a la llamada.

"¿Quién dices que soy yo?"

Pocas lecciones del evangelio son más importantes que mantener nuestros ojos fijos en Jesús. Caminar con Jesús va más allá de las enseñanzas de la iglesia, más allá de la lectura de la Biblia, más allá de cualquier devoción u otras expresiones religiosas favoritas. Seguir a Jesús está en el corazón de la espiritualidad fiel. Seguir a Jesús pone nuestras vidas patas arriba. Seguir a Jesús es lo mismo hoy que en los días de los discípulos. Nos saca de cómodos escondites y nos lleva "A donde no quieres ir" (Juan 21:18).

Se nos invita a meditar en la maravilla de su compasión. Se nos pide que entremos en las historias. Nos ayuda a vernos a nosotros mismos como las personas que se benefician de sus muchos milagros.

De esta manera, al igual que los discípulos, somos conducidos a la pregunta crítica: "¿Quién decís que soy yo?" (Marcos 8:29). No hay cuestión más crucial en nuestra vida. ¿Quién es Jesús para nosotros?

Para los discípulos y para nosotros, las consecuencias de esta búsqueda final llegan lentamente. Estamos en camino, pero nuestro encuentro con Jesús es siempre parcial e incompleto. Nuestra relación con Jesús siempre tiene un precio, y un precio que sigue aumentando. En el corazón del encuentro con Jesús hay una transición: pasar de nuestra visión de la felicidad, de nuestras prioridades, al nuevo mundo de la visión y el llamado de Jesús. Este proceso de conversión se repite muchas veces mientras permanecemos fieles a Jesús en el camino a Jerusalén. La oración conduce a una conciencia cada vez mayor de la voluntad de Dios.

Una nueva y más profunda experiencia de oración, que fluye de estas conversiones, nos capacita para vivir de una manera progresivamente guiada por la voluntad de Dios. Nuestra debilidad queda expuesta dramáticamente. Esta lucha revela gradualmente que la historia de nuestra vida es la historia de la misericordia de Dios. Con el tiempo, nos llama a la lucha vivificante para decir no a todo lo que no es Dios.

Los cuatro Evangelios, en toda su diversidad, nos traen finalmente una imagen de Jesús que es un espejo para nosotros. Miramos a Jesús y vemos lo que es más auténtico de nosotros mismos. Somos hijos de Dios, amados y perdonados. En su exhortación, La alegría del Evangelio, el Papa Francisco describe la alegría y la belleza de descubrir nuestro verdadero yo cuando respondemos al llamado de Jesús.

"El Señor no defrauda a los que corren este riesgo; cada vez que damos un paso hacia Jesús, nos damos cuenta de que Él ya está allí, esperándonos con los brazos abiertos. Ahora es el momento de decirle a Jesús: "Señor, me he dejado engañar; de mil maneras he rechazado tu amor, sin embargo, aquí estoy una vez más, para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Sálvame una vez más, Señor. Llévame una vez más a tu abrazo redentor". (La Alegría del Evangelio: #3)
Compartir: