VIGÉSIMO CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

MARCOS 8: 27-35 

Estimados amigos, este pasaje de hoy es la pieza central del Evangelio según San Marcos. Todo lo que le ha precedido lleva a la pregunta crítica de Jesús, ¿Quién dicen ustedes que soy yo? (Marcos 8: 28) para los discípulos y para nosotros, no hay pregunta más importante a la que nos debemos dirigir en nuestra vida.

Hasta este punto en el Evangelio de San Marcos todo en el texto es sobre la identidad de Jesús. Sus milagros, sus enseñanzas, su llamado a los discípulos, sus conflictos, religiosos y seculares, y sobre todo, su persona. Todo esto combinado para levantar el problema de la identidad de Jesús que Pedro declaró tan simplemente, “Tú eres el Cristo.” (Marcos 8: 29)

Jesús insinuó que ellos estaban en lo correcto. Luego les dijo que no le dijeran a nadie. Jesús solo profundizó más en la confusión de ellos cuando les habló de su sufrimiento, rechazo y muerte. Esto llevó a Pedro a increpar a Jesús solamente para recibir una respuesta que, sin duda, aplastó el mundo de Pedro. “Aléjate de mí satanás, tú no estás pensando como Dios sino como los seres humanos.” (Marcos 8: 33) cuando Jesús dijo a los discípulos que ellos necesitaban sufrir y tomar su cruz, su desconcierto fue total. La segunda mitad del Evangelio de San Marcos es una elaboración de la fidelidad de Jesús a este mensaje y la falla de los discípulos para descubrirlo.

El problema central fue la diferencia para entender el papel del Mesías. Jesús entendió el misterio que hay en la vida solamente dándola. Para los discípulos la meta de la vida es encontrarla al conseguir de todo.

Como Pedro lo declaró, Jesús era en verdad el Cristo. Sin embargo, Jesús entendió que él iba a hacer material el plan del Padre por medio del sufrimiento, darse a sí mismo y con el servicio a los demás. Todas sus enseñanzas tendrían que comprenderse en este contexto, el contexto del Cristo crucificado.

La increpación de Pedro estaba basada en el problema real para los discípulos y para nosotros. Nosotros, como Pedro, queremos hacer a Cristo a nuestra imagen. Estamos buscando una versión más cómoda. Pedro y los discípulos tenían un plan para Cristo: el proveedor de prosperidad y privilegios, seguridad y alegría. Jesús estuvo de acuerdo con esta realización humana tan básica pero a un nivel muchísimo más diferente. Jesús insistió en que esto es posible solamente al ser generoso no egoísta. Debemos aprender a centrarnos en Dios más que en nosotros mismos. Esto es lo que significa “El que quiera venir en pos de mí debe negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme.” (Marcos 8: 34) El camino a Jerusalén es la forma para entrar en esta verdad cristiana tan fundamental: la vida conquista la muerte solamente al centrarse en la voluntad del Padre y no en la nuestra.

Los discípulos eventualmente entendieron el mensaje cuando Jesús los invitó a Galilea después de la resurrección. Él iba a darles una segunda oportunidad. Él nos da muchas veces más que una segunda oportunidad. Él hace esto al darnos una segunda pregunta para ponderar: ¿Cómo morimos con Jesús? Necesitamos aceptar a Jesús en sus términos cuando contestamos esa pregunta fundamental de la vida, “¿Quién dicen ustedes que soy yo?” (Marcos 8: 27) esto lleva a la segunda pregunta, ¿Cómo muero con Jesús?

Los Hechos de los Apóstoles describen todo un nuevo elenco de personajes. Ellos están verdaderamente muy distantes de la representación de Marcos sobre los discípulos. Su vida de servicio y generosidad muestra cómo ellos aprovecharon la segunda oportunidad.
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