VIGÉSIMO TERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

MARCOS 7: 31-37 

Estimados amigos, en el tiempo de Jesús, la gente tenía una mayor convicción sobre el demonio de lo que es el caso en nuestro tiempo. Ellos veían el conflicto básico del bien y el mal como una lucha entre Dios y el poder de la oscuridad que reside en los demonios. La enfermedad, la dominación política y los desafíos interminables de la naturaleza y el clima todos eran vistos como expresiones del control demoniaco sobre la libertad humana. El Mesías era visto como aquel que finalmente terminaría esta lucha sin fin. Él traería de regreso la libertad original del Jardín del Edén.

Todas las acciones de Jesús fueron un movimiento hacia la libertad humana de este control profundamente atrincherado del demonio. La sanación de hoy del sordomudo habría sido vista como un exorcismo que dejó a la víctima libre de la esclavitud demoniaca.

La condición del hombre lo había puesto en un aislamiento severo. Es extremadamente difícil para nosotros imaginar la consecuencia destructiva de ser incapaz de oír y de hablar.

La acción de Jesús en esta sanación es claramente parte de la misión para proclamar la Buena Nueva del Reino de Dios. (Marcos 1: 14-15) Jesús realiza este milagro en un territorio de dominio de los gentiles. Esta fue otra forma que Él usó para expandir los horizontes de su misión mucho más allá de la limitada visión de sus seguidores. Él estaba sembrando las semillas de la realidad aplastante que la salvación era para todos no solamente para la nación judía. En la iglesia Jesús nos llama para siempre estar esforzándonos por romper las restricciones de la cultura y convenio.

Deberíamos vernos a nosotros mismos en el sordomudo. Con frecuencia estamos atrapados en un mundo enmudecido por del mensaje del consumismo y privilegio y de exclusión. Necesitamos a Jesús para que nos libere de la dominación de una cultura que envuelve el llanto de los pobres mientras proclama un mensaje de auto indulgencia con una matriz aparentemente interminable de nuevos productos que garantizarán nuestra felicidad. Vivimos en un mundo donde nuestra voz para proclamar el mensaje del evangelio es drenado por el ruido de una cultura que siempre busca más comodidad, más mimos y más seguridad. Justo como el personaje sordomudo en nuestra lectura de hoy, Jesús nos libera para escuchar la palabra de liberación de Dios y para sacarnos del aislamiento y entrar a una comunidad salvadora.

En nuestro tiempo, Jesús nos libera para enriquecer nuestra relación con comunicación verdaderamente humana. Esto siempre involucra una habilidad más profunda para oír a los demás y una honestidad para hablar la verdad no importa que tan dolorosa sea. Jesús también nos libera para vivir una vida de servicio y para ser testigos de la buena nueva del Evangelio. Esto solamente es posible si reconocemos la profundidad de nuestra mudez cuando se trata de cuestiones del espíritu. El primer paso para todos nosotros es aceptar que necesitamos el poder sanador de Jesús para que nos libere.
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