La muerte es verdaderamente parte de la vida

Introducción 
Justo antes de que Jesús llamara a Lázaro de la tumba; encontramos una de las declaraciones más poderosas y perplejas en las Santas Escrituras: “Y Jesús lloró” (Juan 11: 35)

Una de las interpretaciones más perspicaces de este texto dice que Jesús está compartiendo el dolor y la pérdida de María y Marta y, por extensión, toda la humanidad en el sufrimiento y la miseria que trae el reino de la muerte a todos. Las lágrimas de Jesús fluyen de la conciencia que tiene de la muerte como la última expresión del pecado que penetra toda la realidad humana. Este sentido de pérdida y de dolor en el corazón acompaña toda la experiencia humana sobre la muerte.

El otro lado de este oscuro mal de la muerte es la victoria final de la resurrección. En el famoso capítulo quince en la 1ª carta de Pablo a los Corintios, el apóstol desafía a aquellos que niegan la resurrección del cuerpo. Él dice, “Si nuestra esperanza en Cristo se termina con la vida presente, somos los más infelices de todos los hombres.” (1ª Corintios 15: 19)

Pablo continua proclamando el poder arrasador y belleza de la resurrección para todos: “Entiéndanme bien hermanos: lo que es sangre y carne no puede entrar en el Reino de Dios…porque es necesario que nuestro ser mortal y corruptible se revista de la vida que no conoce la muerte ni la corrupción. Cuando nuestro ser corruptible se revista de incorruptibilidad y esta vida mortal sea absorbida por la inmortal, entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: ¡Que victoria tan grande! ¡La muerte ha sido devorada! ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? (1ª Corintios 15: 50-55)

Cualquier comprensión madura de las enseñanzas de la iglesia sobre la muerte debe incluir estas dos visiones de la muerte según el Evangelio: pérdida y victoria. Voy a ofrecer cinco reflexiones breves sobre el misterio de la muerte desde diferentes puntos de vista en la tradición cristiana. Con esperanza, nos dejarán ver más claramente que la muerte es verdaderamente parte de la vida. Los temas son: 1- La Doctrina de la Iglesia, 2- Una reflexión personal, 3- Una lección sobre la muerte desde la liturgia, 4- La perspectiva de Teresa de Ávila y 5- Pensamientos sobre el proceso del envejecimiento.

La Muerte es Parte de la Vida

Prefacio


Con el paso de las décadas, he celebrado cientos de misas de cuerpo presente para funerales cristianos. Con mucha frecuencia, observé una gran distinción en la congregación. Entendí también que era sobre el momento. En las bancas de enfrente, la familia y otros seres queridos del fallecido quedan atrapados en el gran misterio de la muerte. Su sentido de pérdida era tan profundo que el tiempo era realmente inconsecuente. Entre más cercana era la relación, más larga iba a ser esta sensación de que el tiempo no pasa. Mientras tanto, de regreso en las bancas, el hecho de la muerte era mucho menos notable. La obligación social era mucho más importante, aun así muy inconveniente, conforme echaban una ojeada a sus relojes para ver que tan pronto podían seguir con sus vidas. Su preocupación por la muerte era enterrada en los profundos abismos de sus corazones y mentes.

El misterio de la muerte trasciende estas diferentes experiencias de los seres queridos y los visitantes en las misas de funerales. Me gustaría compartir algunos pensamientos sobre la muerte aparte del poder consumidor del duelo y el más común, aunque superficial, que es la experiencia de la muerte. Esta última mentalidad tiende a acentuar el mórbido y depresivo elemento de la muerte. Se enrolla en una actitud protectora de negación que es intensamente reforzado por nuestra cultura.

La muerte es el momento en el que finaliza la última decisión: uno mismo o Dios, el cielo o el infierno. Desde el momento de la concepción, hemos estado moviéndonos hacia este destino. Este llamado para volverse uno solo con Dios ha sido la medida más auténtica de cada cosa en nuestra vida, ya fuera que estuviéramos conscientes o no. La teología católica ve la muerte como el gran momento de la libertad. La lucha de toda una vida ha sido entre el falso yo y que ve la realidad centrada en uno mismo y el verdadero ser que ve a Dios en el centro de todo. Al momento de la muerte el “tal vez” o el “quizás” se ha ido.

La vida cristiana en las huellas de Jesús es una transformación y purificación. Es un cambio de imagen en el Cristo Resucitado. Jesús es el camino, la verdad y la vida para guiarnos en nuestra decisión por Dios. Este sendero nos lleva a la meta suprema, la unión con Dios. La muerte es el paso final de esta absorción en Dios. El camino del Evangelio busca aliviarnos de todo lo que nos tenía conociendo verdaderamente a Dios y verdaderamente conociéndonos a nosotros mismos.

Durante nuestro tiempo de vida fuimos cargados con distracciones y distorsiones de todo tipo. Los apegos, adicciones y el empuje incesante del pecado han creado una niebla cegadora que ha escondido a Dios de nuestra mente y nuestro corazón. En la muerte, los velos de la oscuridad caen por los lados del camino. Ahora es el momento de luz absoluta. Para alcanzar esta claridad, aun después de la muerte, necesitamos ser purificados. Esto es el purgatorio. Si no hemos elegido a Dios, el resultado es igualmente claro.

Conforme nos volvemos uno solo con Dios en la muerte, nos volvemos nuestro más verdadero ser. La siempre presente hambre en nuestro corazón ha sido una parte indispensable de nuestra condición humana, pero ahora está satisfecha. Descubrimos nuestro verdadero hogar en Dios. Es por eso que con frecuencia llamamos a la muerte como la partida hacia el hogar. Ahora estamos inmersos en la felicidad que es verdaderamente para siempre y la vida que verdaderamente es eterna.
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