Primero que todo, teníamos abierta una amplia autopista directa al infierno para los demás. Especialmente para los protestantes y para católicos caídos, más que todo los divorciados, encabezaban este desfile. El papel de la mujer era muy claro: en la cocina y preferiblemente embarazada. La “gente de color”, que era el término operativo de respeto para los afroamericanos en mi juventud, eran inferiores y felices de vivir al otro lado de la calle donde Dios los puso. Como católicos, éramos muy patrióticos y en total apoyo a la insanidad de la escalada nuclear.
Estábamos orgullosos de ser católicos guiando el camino de la censura de las películas para mantener la ortodoxia pélvica. Creo que algunos en la fila para recibir la comunión de mi parroquia no habrían pasado la censura. Nunca le dedicamos ni un pensamiento a las glorificaciones de Hollywood con sus insinuaciones, cigarrillos y violencia. Los mexicanos eran los únicos hispanos que conocía y esto solamente por medio de las películas. Ellos eran unos completos perdedores solamente superados por las salvajadas de los indios nativos americanos que atacaban a los pobladores blancos.
Podría seguir con una larga lista sobre el dominio clerical pero el punto es claro. La religión organizada, no importa cuan bella y profunda sea, nunca está tan lejos de los fariseos en el Evangelio de hoy.
No pienso con mucha frecuencia en lo que la próxima generación verá en nuestra parroquia y en la iglesia de hoy que está completamente fuera del radar de los valores del Evangelio. Estoy seguro que hay mucho que considerar aún si está escondido en nuestra conciencia en este momento.
La parábola de hoy nos ofrece la posibilidad de mucha luz y sabiduría. El primer punto nos dirige a un mensaje que va más allá de los personajes del fariseo y el colector de impuestos. El problema más profundo es sobre la bondad y misericordia de Dios. Dios es el que perdona a los pecadores. Nuestra tarea es reconocer y aceptar nuestra realidad como criaturas pecadoras y aún como criaturas pecadoras que son amadas y perdonadas. Esta es la verdad de nuestra situación. La humildad es el pasaje liberador para esta verdad. Nos empodera para recibir el amor y misericordia de Dios.
Hay otros dos puntos de mucha ayuda en la parábola de hoy. El primero continúa con el repetido tema de Lucas de los reversos. En la venida de Dios revelada en Jesús, las cosas serán puestas en el orden adecuado con Dios en el centro. El fariseo se pasó ese punto así como nosotros hacemos con frecuencia. Es un largo viaje para poner a Dios en el centro y mover nuestro giro al lugar correcto como la criatura totalmente dependiente y humilde. En segundo lugar, es más bien una cosa espiritual tener la apertura e integridad del colector de impuestos. Santa Teresa de Ávila nos enseña sobre la importancia de este humilde autoconocimiento. Ella lo practicó tan bien que al final pudo decir, que la historia de su vida es la historia de la misericordia de Dios. Verdaderamente fue lo mismo para el colector de impuestos.
Fundamental para la parábola de hoy es que cada corazón humano está partido entre el jale de la arrogancia del fariseo y la humildad y autoconocimiento del colector de impuestos. El poder del mensaje es que el Dios de misericordia revelado por Jesús perdona a los pecadores. Todo lo que necesitamos hacer es reconocer que necesitamos ponernos en la línea para recibir este regalo liberador.

