LA PARÁBOLA DEL JUEZ Y LA VIUDA


VIGÉSIMO NOVENO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO C

Lucas 18: 1-8

Estimados amigos, Nosotros, como una comunidad de fe, hemos viajado con Lucas en nuestro viaje a Jerusalén por dieciséis semanas. Después de hoy, tendremos solo dos cortas semanas en este pasaje para el envolvente misterio de Cristo crucificado y resucitado. Este mítico camino ha visto a Jesús desafiando las profundidades de nuestro corazón. Él ha estado buscando dirigirnos fuera de la oscuridad y dentro de la luz, una luz que irradia fe en el mensaje del Evangelio. Hemos recibido un llamado incesante para alejarnos del falso y egoísta ser e ir a nuestro singular llamado al verdadero ser en las huellas de Jesús. Nuestra formación espiritual sigue hoy con la bella y sencilla historia de la determinada y belicosa viuda.

Necesitamos resaltar un par de puntos justo al principio de nuestra reflexión. La parábola del juez y la viuda no nos enseña que eventualmente podemos tener a Dios de nuestro lado por nuestra fuerte determinación mental. Por el contrario, la lección real para nosotros en esta historia es: no perder la esperanza a pesar de todas las injusticias y dificultades que confrontamos a diario en nuestra vida personal y en la avalancha de injusticias que envuelven nuestro mundo. La parábola nos está invitando a la persistencia que está enraizada en la amorosa confianza en la verdad básica de nuestra fe: Dios es bueno ahora y siempre no importa como pueda parecer en nuestra vista limitada. No necesitamos preocuparnos por la perseverancia de Dios. Lo que es el problema es nuestra fidelidad.

Uno de los aspectos más bellos de la historia no aparece en inglés donde dice que el juez finalmente le da paso a la viuda porque teme que ella lo golpee. En el lenguaje original dice que él teme que la viuda le ponga un ojo morado.

El punto principal de la parábola está contrastando a un juez egocéntrico y corrupto con un Dios amoroso y misericordioso. Si la pobre viuda recibió su pendiente de parte del ministro corrupto de la ley, cuanto más no será la respuesta amorosa de un Dios misericordioso, compasivo y de amor infinito. Nosotros estamos llamados a poner confianza en nuestra oración a un Dios que envió a su Hijo encarnado en el caos de nuestro mundo y así transformarlo al final en un reino de amor y justicia. El mensaje de Lucas es de exhortación para los discípulos y para nosotros: ser constantes en nuestra oración sin importar cómo porque Dios es constante en su amor por nosotros y nuestro mundo quebrantado.

Fácilmente podemos mirarnos nosotros mismos en esa viuda, una mujer culpada por la sociedad y atrapada en la pobreza que parecía ruda en todo su poder destructivo. Pudiera ser que no estemos atrapados en esa urgencia de su sobrevivencia económica inmediata pero la pobreza nos ataca de muchas maneras. Nuestra condición humana es siempre atrapada en un sentido de futilidad y mortalidad. Nosotros sufrimos las consecuencias de las negligencias con nuestro medio ambiente y ahora, incluso tenemos la negación gubernamental de esta realidad. Los horrores venideros del cambio climático parecen totalmente sobrecogedores. Nosotros somos confrontados diariamente por el horror divisivo de organizaciones que dañan a personas lindas que se preocupan por el bienestar común. El problema del abuso sexual en la iglesia, en la sociedad y con más frecuencia de la que podemos imaginar también en la familia. Frecuentemente nos rendimos al anhelo por la liberación de un nuevo día. La lucha continua por una aceptación justa y compasiva de aceptación de una orientación sexual que ruega por una señal de esperanza por parte de la iglesia y de la sociedad. Luego está el conflicto envolvente del gobierno donde vemos políticos cada vez más alejados del bien común por el paralelismo del partidismo vacío de compromiso. Encierra a cada uno en un estancamiento sin sentido. Estos son solo unos pocos ejemplos de cómo todos compartimos de algún modo la desesperación de la viuda ya sea que estemos conscientes de ello o no.

La viuda nos muestra que para la persona de fe y confianza, la oración no es el último recurso. Es el primer recurso y siempre unido a nuestro esfuerzo personal hace la diferencia. La oración expone un sentido de lealtad de un Dios amoroso para todos. Al final, Dios tendrá la última palabra. Esa palabra está pronunciada en la victoria de Jesús sobre el mal y la muerte en el misterio pascual de su muerte y resurrección.

Como la viuda, somos instados a orar y actuar por la justicia de Dios. Cuando somos fieles en nuestro compromiso para la oración y la acción el Hijo del Hombre verdaderamente encontrará fe en la tierra cuando venga de nuevo. (Lucas 18: 8)
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