VIGÉSIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

LUCAS 12:49-53

Queridos amigos, Cualquier versión verdadera del Evangelio debe balancear dos elementos que están en tensión uno con el otro. Esta es la experiencia de la comodidad genuina en un desarraigo desafiante. La promesa de paz de los ángeles en el nacimiento de Jesús debe ser incorporado en el viaje de Jesús a Jerusalén y la pasión y muerte. El pasaje del Evangelio de hoy nos invita a buscar el balance entre el mensaje de esperanza y el encuentro profético del dolor y el conflicto que siempre nos confronta cuando elegimos colocar a Jesús primero que todo lo demás.

En el Evangelio de hoy nos encontramos uniéndonos a Jesús en el viaje a Jerusalén. Los diez capítulos de Lucas dedicados a este pasaje son en su mayoría una invitación para entrar en las enseñanzas de Jesús. Esta larga selección del Evangelio de San Lucas son una experiencia fundamental y esclarecedora de la realidad básica humana: el conflicto entre el bien y el mal.

Seamos conscientes o no, estamos totalmente inmersos en este conflicto. A través de Lucas, Jesús nos está diciendo que debemos tomar una decisión. Esta elección tiene consecuencias. Habrá fuego y división. Jesús ve su misión, concretada en el camino a Jerusalén, de exponer la realidad oculta por el engaño y la corrupción envueltos en el falso rostro de una práctica religiosa que no quiere ofender a nadie.

Cualquier experiencia religiosa auténtica siempre necesita la dimensión profética. Jesús abrazó este papel del profeta. Vino al mundo para atacar su mediocridad, su indiferencia y, sobre todo, su cautiverio en el mal. Jesús declara su deseo de fuego y bautismo. Este fue su destino desde el principio: la muerte redentora en la cruz que desataría la tormenta de fuego del Espíritu Santo.

Este conflicto final del bien y el mal fue revelado en la vida de Jesús, en su muerte y resurrección. Su proclamación del Reino expone una realidad que ya está en su lugar aunque esté oculta. Él busca destruir las divisiones que fluyen del pecado y la injusticia. El fuego y el bautismo del amor salvador de la Cruz conducen a la verdadera unidad y paz de la que el ser humano tiene hambre. Sin embargo, su mensaje y su vida, y especialmente la muerte y resurrección, atacan la fachada superficial de paz que evita y está cegada por la verdadera violencia de la pobreza desenfrenada, el sufrimiento, la separación y el aislamiento de "los demás". La verdadera paz siempre tiene el costo del sacrificio para todos ya sea en nuestra familia o en países distantes.

Cuando Jesús habla de la división en la familia en la selección del Evangelio de hoy, estaba exponiendo las duras realidades que su presencia desató en el mundo. El fuego y la división no son negociables en el camino a Jerusalén. Nosotros, como iglesia, como parroquia y como individuos, necesitamos examinarnos a nosotros mismos a la luz de este encuentro con la palabra de Dios. ¿Molestamos a alguien por nuestro compromiso con Jesús? ¿El nivel de nuestra comodidad permite suficiente espacio para vivir el desafío del verdadero Evangelio? ¿Hemos reducido el mensaje de Jesús a una práctica religiosa inofensiva que no molesta a nadie?

La palabra de Dios siempre desafía la aceptación irreflexiva de la falsa paz. La palabra de Dios producirá constantemente confusión y desarraigo a medida que conduce al verdadero camino de la paz que está arraigado en la justicia y la preocupación por los pobres y el clamor de la tierra. El amor nunca está exento de costos. Jesús nos desafía a estar en llamas por el Señor. Es por eso que sus prioridades trascienden incluso el más profundo de los amores humanos en la familia o en otros lugares.

La verdadera paz exige conversión. Esta es la transformación personal que acepta a Jesús como el centro. Sólo un corazón comprometido con Cristo experimentará esta verdadera paz. Jesús creará un corazón en verdadera armonía que nos librará del engaño del mal y de una cómoda mediocridad de indulgencia e indiferencia. La verdadera paz en Cristo transforma todo amor humano en el verdadero amor que brota del divino Misterio del Amor.
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