VIGÉSIMO PRIMER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


JUAN 6: 60-69


Estimados amigos esta es la quinta selección del discurso del Pan de Vida. En estas últimas cinco semanas hemos pasado casi tanto tiempo como en la Cuaresma. El centro de la lección es que Jesús es la revelación de Dios, un Dios de salvación que nos llama a la vida eterna por medio de Jesús. “Es el Espíritu que da vida; la carne es inútil. Las palabras que he hablado a ustedes son espíritu y vida.” (Juan 6: 63)

Las palabras finales de Jesús hoy son sobre la necesidad de fe, una fe abre para recibir el llamado del Espíritu. Subyacente y penetrante, este examen completo del Pan de Vida es la Encarnación, “El Verbo hecho carne e hizo su morada entre nosotros, y vimos su gloria, la gloria del Hijo único del Padre, lleno de gracia y verdad.” (Juan 1: 14). Jesús retornará al Padre en el evento de auto sacrificio de su muerte y resurrección. Para aceptar la maravilla de esta invitación al amor, necesitamos la fe para permitir que el Espíritu llene nuestros corazones. Tenemos ante nosotros la respuesta al anhelo más profundo de nuestros corazones. Tenemos ante nosotros el Pan para satisfacer nuestra hambre más profunda. Tenemos ante nosotros el llamado a la libertad total y a la vida eterna. Necesitamos unirnos a la maravillosa declaración de Pedro: “¿Maestro, a quién iremos? Tú tienes las palabras de vida eterna. Nosotros creemos y estamos convencidos que eres el Santo de Dios.” (Juan 6: 69)

Las palabras de Jesús abrieron los ojos y los corazones de los discípulos. Al proclamarse a sí mismo como el Pan de Vida enviado desde el cielo, Jesús tocó sus anhelos más profundos. Ellos permanecían confundidos y humildes. Ellos aún anhelaban la claridad y la seguridad de un mejor entendimiento. Aun así habían llegado a la convicción y al compromiso de aceptar a Jesús como “El Santo de Dios” (Juan 6: 69) Su fe los había liberado para empezar la peregrinación a Dios al abrazar a Jesús como el Pan de Vida.

Este mismo desafío de aceptar a Jesús está siempre presente en nuestra vida. Es la elección más básica para enfrentarnos como seres humanos. Debemos contestar la pregunta de Jesús que es similar a su declaración en el Evangelio de San Marcos, “¿Quién dicen ustedes que soy yo?” (Marcos 8: 27) necesitamos aceptar a Dios en los términos de Dios no importa que tan impactante parezca: “Aquel que coma mi carne y beba mi sangre tendrá vida eterna y yo lo resucitaré en el último día.” (Juan 6: 54) Necesitamos dejar ir el mundo engañoso que nuestro sentido común construye para cegarnos en nuestra seguridad y comodidad. Necesitamos abrazar la fe en el grande e incomprensible misterio de Jesús como el Pan de Vida. Él ha tomado carne en nuestro mundo para que podamos ser transformados en el Espíritu. Como Él, nuestra fe y compromiso para caminar sobre sus huellas nos llevará por la muerte a la vida eterna.

Por cinco semanas hemos visto los dos lados de Jesús como el Pan de Vida. Él es la develación de la sabiduría de Dios y el regalo de amor en la Eucaristía. Juan expondrá también el gran regalo de su cuerpo y su sangre en la Última Cena. En el lavatorio de los pies, encontramos la verdadera naturaleza de la Eucaristía. Es Jesús el mismísimo regalo de Dios para la vida del mundo. Somos nutridos por la carne y la sangre para continuar esa revelación de auto entrega que Jesús ha modelado para nosotros en el lavatorio de los pies. Todo es sobre el amor que lleva a la vida para nosotros en el servicio a los demás. Todo es sobre el amor que nos lleva a nuestra vida eterna.
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