NUESTRA IMAGEN DE DIOS-II

PASAJE AL AMOR
PARTE II


En la revelación final y completa de Dios, encontramos a Jesús, la verdadera imagen de Dios. Así como nos dice la Carta a los Hebreos: “En diversas ocasiones y bajo diferentes formas Dios habló a nuestros padres por medio de los profetas. Hasta que en estos días, que son los últimos, Él nos ha hablado por medio del Hijo, a quien hizo heredero de todas las cosas, ya que por él dispuso las edades del mundo, Él es el resplandor de la gloria de Dios y la importa de su ser. Él, cuya palabra poderosa mantiene el universo, también es el que purificó al mundo de sus pecados.” (Hebreos 1: 1-3)

Jesús ofrece una radicalmente nueva imagen de Dios desde la imagen que ha estado evolucionando con el paso de los siglos en las escrituras hebreas. Jesús, el Verbo de Dios, nos enseña quien es Dios en una forma definitiva. El Dios del Nuevo Testamento no quiere ser servido por nosotros sino que quiere servirnos. Esta idea de un Dios de privilegios no es ser el más alto sino el del fondo. Este Dios se identifica con el sufrimiento de los pobres, los olvidados y los aislados. El Dios revelado por Jesús es de compasión y misericordia, de liberación de cada situación de opresión. El Dios de Jesús no niega la importancia de nuestra humanidad sino que ofrece su más verdadera y auténtica expresión en la vida de Jesús, el Hijo de Dios.

Hay un contraste convincente entre las enseñanzas de Juan el Bautista y Jesús. Juan tenía un mensaje del Deuteronomio: arrepiéntanse o paguen el precio de consecuencias calamitosas. Jesús también predicaba el arrepentimiento. Sin embargo, su llamado al arrepentimiento era seguido por una invitación a aceptar la misericordia y el amor de Dios que está siempre ahí.

En la primera de Juan 4: 8 leemos la conclusión de la revelación de Dios que hace la Biblia: “Dios es amor.” En Jesús aprendemos lo que es el amor.

El Dios de Jesús no pone condiciones sobre el amor de Dios. Esta enseñanza arroja hacia afuera el temor engendrado en la predicación de Juan Bautista. El amor incondicional proclamado por Jesús se une a las trescientas veces más que las escrituras dicen. “No teman.” Cada vez que esta expresión de la providencia de Dios es proclamada está en el contexto de un mensaje de la presencia amorosa de Dios.

Las enseñanzas de Jesús no se entienden fácilmente. Ellas demandan reflexión, oración y compromiso. Todo esto tiene lugar durante un largo periodo de tiempo. El mensaje lentamente se enraíza en nuestro corazón. La tarea de llegar a conocer a Jesús nunca se termina. Juan de la Cruz lo explica de esta manera:

“Hay mucho que sondear en Cristo, porque Él es como una mina abundante con muchas vetas de tesoros que por más profundo que vayan los individuos nunca lograrán llegar al final o al fondo, sino que en cada veta encontrarán nuevas venas con nuevas riquezas por todos lados.” (C. 3.7.4)

Cuanto más uno lucha con Jesús y su mensaje, más va cambiando la imagen de Dios, volviéndose más real, más conectado a todas las experiencias de vida de la persona, ya sean buenas o malas. El camino cristiano es un proceso de aprendizaje lento sobre lo que es el verdadero amor y quien es Dios.

Jesús nunca enseño que Dios nos ama si nosotros…. Él enseñó sencillamente, Dios nos ama: sin condiciones, sin límites. Esto fue más evidente en la cruz cuando dijo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.” (Lucas 23: 34)

Reflexionar sobre la vida y las enseñanzas de Jesús abre la historia completa de la Biblia. Es una historia de amor. Dios nos ama y Dios nos acepta no porque seamos buenos sino porque Dios es bueno. Karl Barth, un gran teólogo protestante del siglo pasado lo pone de esta manera: no es el natural “por eso” sino el milagroso “a pesar de eso”. No es que nosotros seamos indignos y por eso Dios nos rechaza. Es que somos indignos y a pesar de eso Dios nos abraza.

Thomas Merton capturó la maravilla de este misterio de amor y nuestra imagen de Dios en su texto, El Nuevo Hombre (p. 96)

“Una de las claves para la experiencia religiosa real es la comprensión demoledora de que no importa que tan odiosos seamos para nosotros mismos, no somos odiosos para Dios. Esta comprensión nos ayuda a entender la diferencia entre nuestro amor y el de Dios. Nuestro amor es una necesidad, el Suyo es un regalo. Necesitamos ver el bien en nosotros mismos para poder amarnos. Él no lo necesita. Él no nos ama porque somos buenos sino porque Él lo es.”

Teresa de Ávila lo puso aún más sencillo cuando declaró una verdad sobre ella misma que aplica para todos nosotros. “La historia de mi vida es la historia de la misericordia de Dios.” Es bueno recordar que este mensaje de amor no quita nuestra responsabilidad moral. Sin embargo, lo transforma de carga a gozo.

Todo este crecimiento en profundidad y sabiduría sobre la imagen de Dios siempre lleva al autoconocimiento. Entre más auténtica es nuestra imagen de Dios más nos conoceremos verdaderamente. Esto es absolutamente esencial para conocer a Dios. Este es el verdadero pasaje al amor.
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