LA MUERTE ES VERDADERAMENTE PARTE DE LA VIDA-II

PARTE II


Me gustaría ofrecer una breve descripción de algunos puntos centrales en este tema desde la perspectiva de las enseñanzas católicas.

Muerte y Agonía: 
la agonía y la muerte son dos partes muy diferentes a la hora de terminar la vida y nuestro pasaje a la vida eterna. En la liturgia católica expresamos nuestra fe básica: “Por tu fidelidad Señor, la vida es cambiada, no terminada, y cuando esta morada terrenal se vuelva polvo, una morada eterna está lista para ellos en el cielo.” (Prefacio I para difuntos). La agonía es el proceso para terminar la vida. Algunas veces, es muy pacífica, con frecuencia, ofrece dificultades y otras veces es una experiencia espantosa de dolor y sufrimiento. Agonizar es algo que nos sucede a todos. La agonía es una dimensión de la brutal realidad. La muerte por otra parte, es el gran acto de libertad. Es nuestro pasaje a la vida eterna. Es la entrada a una nueva experiencia de vida que es un bien total, libertad total, y felicidad sin fin. Es una vida infinitamente más allá de cualquier experiencia humana de belleza, alegría y felicidad. Nos transporta más allá de cualquier medida de tiempo.

Juicio Particular:
la muerte termina el tiempo de elección. En la muerte, nos paramos en la presencia de Dios para ser juzgados. Es un tiempo de recompensa, la mayoría de veces con purificación o con castigo. Es el cielo o el infierno. Hemos elegido a Dios o hemos rechazado a Dios.

Tiempo y Eternidad: 
el pasaje de la muerte está marcado por nuestra entrada en la eternidad. Esto significa que no hay más tiempo. Solamente hay un ahora que nunca termina. Cada cosa y cada persona es para siempre. No hay un “próximo martes” o “tarde en el día”. No hay segunda oportunidad u oportunidad de 50 segundos. Estamos atrapados en la plenitud de la vida y del amor, o somos puestos en completo aislamiento de Dios y todo lo que ello significa.

Cielo e Infierno: 
el cielo es para lo que estamos hechos. Es la respuesta final a todas las preguntas de la vida. Es la respuesta final de Dios para el mal, el sufrimiento, la injusticia, la muerte de inocentes, y toda manifestación de la crueldad humana y la arbitrariedad de la destructividad de la naturaleza. El cielo es nuestra participación plena en la victoria de Cristo en la Resurrección. El cielo es el regalo de la felicidad eterna más allá del poder de nuestra mente para imaginar y el hambre de nuestro corazón para anhelarlo. No hay nada en nuestra experiencia que pueda develar la verdadera maravilla del cielo. Será la última sorpresa para todos los que reciben el abrazo amoroso de Dios. El infierno, por otra parte, es el rechazo a Dios. Es primero y principalmente un auto infligido castigo. Es la elección de la persona, no la decisión de Dios. Es difícil balancear semejante castigo permanente con un Dios que es todo amor y misericordioso; aun cuando claramente es una opción, ya que tenemos libre albedrio. Podremos notar, sin embargo, que la iglesia nunca ha declarado que cualquier persona en particular está en el infierno.

Purgatorio: 
el purgatorio es un proceso para complementar la transformación y la purificación que es la meta de la vida cristiana. Este completa el viaje con Jesús, para liberar nuestro corazón de estar enganchado a todo aquello que no es Dios. Ya que es parte de la eternidad, no hay manera en que podamos relacionar cualquier medida de tiempo a su proceso.

La Resurrección del Cuerpo: 
la persona que muere nunca está muerta ante los ojos de Dios. Esa persona está ahora en la eternidad con una nueva vida que está más allá de nuestra imaginación. Como persona, de alguna manera uno tendrá un cuerpo que comparte en las riquezas de una nueva vida en el cielo. Compartirán en la resurrección de Cristo que libera su cuerpo de las consecuencias y límites del pecado.

Vida Después de la Muerte: 
antes del Concilio Vaticano II, todos nuestros recuerdos de la muerte enfatizaban la pérdida y la miseria de la vida. Las vestimentas en la misa eran negras. El mensaje era sombrío. El Vaticano II cambió el enfoque hacia la victoria de Cristo sobre la muerte. El funeral es ahora una celebración de la Resurrección. La compasión y el consuelo por la pérdida de los seres queridos no debe ser negada. Sin embargo, también hay un mensaje de profunda esperanza en una nueva vida que es infinitamente más rica. La muerte es genuinamente un pasaje a una nueva experiencia de vida que trasciende cualquier cosa que nosotros podamos visualizar. Esta verdad es trivializada cuando decimos que la persona se ha “ido a un mejor lugar”. Pablo nos recuerda en 1ª de Corintios “Ningún ojo ha visto, ni oído escuchado, ni el corazón humano concebido, lo que Dios tiene preparado para aquellos que lo aman.” (I Corintios 2: 9). El lenguaje que dice “Misas para los Muertos” y “oraciones para las almas en el purgatorio” son dos de los muchos ejemplos donde nosotros aun no entendemos y damos crédito al hecho que los decesos están ahora más vivos que nunca. Hablando sobre este punto, Karl Rahner tiene un notable conjunto de observaciones: “Con frecuencia he reflexionado sobre la comodidad más segura para aquellos que se lamentan. Es esta: una fe firme en la real y continua presencia de nuestros seres queridos: es la clara y penetrante convicción de que la muerte no los ha destruido, ni se los ha llevado lejos. Ellos ni siquiera están ausentes, sino viviendo cerca de nosotros, transfigurados; habiendo perdido, en su glorioso cambio, ni un poquito de la delicadeza de su alma, ni la ternura de sus corazones, ni la preferencia especial en sus afectos. Por el contrario, ellos han crecido una céntupla en profundidad y fervor de devoción. La muerte es para bien, un cambio a luz, a poder y a amor.

La Muerte es una Parte Real de la Vida: 
todas estas reflexiones expresan la absoluta realidad de la muerte. Esto debería ayudarnos a enfocarnos en nuestra vida. El aspecto no negociable de nuestra mortalidad debe tener un papel significativo en nuestra vida. Tiene que jugar un rol para determinar nuestras prioridades y metas. Necesita facilitar nuestra búsqueda constante de lo que es real. Esta conciencia de la muerte no se debe lanzar a la oscuridad y retirarla de la vida, más bien, debería ayudarnos a abrazar la vida. La vida es un regalo de gracia. Nuestra responsabilidad es vivirla tan plenamente como sea posible. Estas visiones deberían, sin embargo, llevarnos a enfrentar la vida con una transparencia que está completamente consciente de nuestro destino. Cómo encontrar la vida y abrazar la muerte puede hacer la gran diferencia en el mundo.

Una Reflexión Personal


Yo terminé mi educación en el Seminario justo unos meses antes del Concilio Vaticano II. No recuerdo ninguna formación de cómo lidiar con la agonía y la muerte. No había nada sobre cómo administrar los últimos rituales. No había nada sobre cómo consolar y acompañar a la familia de los fallecidos.

Yo supongo que se esperaba que aprendiéramos estas cosas del pastor de nuestra primera parroquia, pero eso no funcionó para mí. Mi primer pastor no fue de ayuda en ésta área de extrema importancia pastoral.

Agregado a mi ignorancia pastoral se escondía un profundo temor a la muerte. Consecuentemente, desarrollé un elaborado conjunto de habilidades que me ayudaron a evadir la visita a los enfermos y, especialmente, la celebración de funerales.

Yo viví en una comunidad negra, pobre y sobrepoblada en el lado sur de Chicago y me convertí más bien en un papel de un cómodo activista. Era de lo más natural para la situación y así empecé “mis quince minutos de fama.”
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