Quinto Domingo de Pascua


Juan 13: 31-35


Estimados amigos,

Yo nunca me canso de repetir, la iglesia nos da siete semanas para celebrar, ponderar y orar sobre la realidad de la Resurrección. Este evento aprovecha al máximo las realidades humanas más básicas, la vida y la muerte, el pecado y la gracia. Tenemos la tendencia de pasar por alto el mensaje profundo.

En la segunda lectura de hoy de Revelaciones (21: 1-5) leemos esto, “Esta es la morada de Dios con los hombres, Él habitará en medio de ellos; ellos serán su pueblo y Él será Dios-con-ellos; Él enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte ni lamento, ni llanto, ni pena, pues todo lo anterior ha pasado.” (Revelaciones 21: 3-4)

Esta es sólo una manera más de expresar la belleza y la maravilla de la Resurrección. Dios ha hablado y la última palabra no es dolor y sufrimiento sino sanación. La última palabra no es injusticia, pobreza ni guerra sino reconciliación, paz y justicia. La última palabra no es odio ni división sino amor. El Señor ha conquistado la muerte y nos ha llamado a la vida eterna.

Este mensaje de vida eterna contiene el mensaje completo de la pascua. Esto es lo que el pasaje de las Revelaciones nos está diciendo. Lo encontramos muy difícil de creer cuando enfrentamos la realidad de nuestra vida diaria y nuestro mundo o simplemente leemos la página del frente de nuestro periódico favorito… esta es la razón por la que debemos movernos lentamente y constantemente dentro de este gran evento de nuestra fe, esta grandiosa expresión final del amor de Dios, esta palabra final de vida y amor y sanación. Es lo que significa que Cristo ha resucitado, ¡Aleluya, Aleluya!

La semana pasada, fuimos invitados en las Escrituras a abrazar el grandioso regalo de la victoria de Cristo, la vida eterna. Hoy, estamos llamados a darnos cuenta con una nueva visión y sabiduría que esa vida eterna para nosotros empieza justo ahora. Cuando amamos como Cristo lo hizo, estamos viviendo el Misterio Pascual de la Muerte y la Resurrección. Empezamos la vida eterna ahora cuando amamos. Cuando amamos como Jesús lo hizo, rompemos las ataduras del pecado y de la muerte y le damos una expresión a esa semilla de vida que es Cristo dentro de nosotros. Empezamos nuestra eternidad ahora cuando caminamos en el camino de amor con Jesús. 
“Ámense los unos a los otros, como yo los he amado.” (Juan 13: 34).
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