Quinto Domingo de Cuaresma

Juan 8: 1-11 


Estimados amigos,

Una vez más tenemos una historia sencilla en el Evangelio que nos dirige a las profundidades de nuestra condición humana. Aquí nosotros somos los acusadores y los acusados. Necesitamos permitir que las enseñanzas de Jesús nos ayuden a entender esta verdad sobre nosotros. Compartimos la condición pecaminosa de ambos la muchedumbre y la mujer.

Los líderes judíos tenían poco interés en la ley y mucho menos en la mujer. Su objetivo era Jesús. Ellos querían atraparlo en la elección de la ley o de su constante mensaje de misericordia. A los ojos de sus acusadores, Jesús enfrentó solo elecciones destructivas. Él tenía que aceptar la fe de los judíos y condenar a la mujer. Esto lo habría puesto a Él contra los romanos y su control de la pena de muerte. Por otro lado, Él tenía que rechazar las enseñanzas de la ley. Los líderes no veían salida para Jesús. Ellos estaban emocionados por su victoria y la derrota de Él.

Jesús se puso a dibujar en el suelo para mostrar su desinterés en el supuesto dilema que estaba frente a Él. Luego presentó el problema verdadero. Era una mujer atrapada en una ceguera sin sentido de una multitud cuya rabia ideológica y contagiosa los cegaba al terror atroz que enfrentaba la mujer: la fuerte e inmediata probabilidad de morir apedreada.

Jesús cortó las capas de la decepción. Él presentó una elección que hizo a la multitud reconocer que, al final, ellos compartían el destino de la mujer. Esta era una condición común a todos los seres humanos. Somos pecadores y necesitamos el perdón. Sin el perdón, todos debemos enfrentar una miseria sin esperanza. La mujer enfrentó esta dura realidad en el más claro de los términos: vida o muerte. Al final, solamente la misericordia se abre a la posibilidad de la vida para todos nosotros como lo hizo por la mujer.

Jesús le dijo a la mujer, “Yo tampoco” (Juan 8: 11) el milagro de estas palabras para ella y para nosotros fue que Jesús no puso condición en su declaración de misericordia. Él la aceptó a ella y a nosotros tal como somos. Él simplemente pidió que siguiéramos en la lucha para no pecar más.

Este episodio resalta la realidad de la miseria y de la misericordia que el viaje Cuaresmal nos presenta. Al final, nuestra historia es sobre la misericordia de Dios. El mensaje de Cuaresma es lanzar las piedras de nuestra miseria. Estas son las piedras de nuestro orgullo y apegos, las piedras de nuestra negligencia en la oración, en el sacrificio y el servicio. Necesitamos liberar nuestras manos y abrir nuestros corazones para recibir la misericordia de Dios en las increíbles palabras: “Yo tampoco”. (Juan 8: 11) entonces podremos lanzar todas las piedras de nuestras acusaciones, todos los resentimientos y daños. Esta cuaresma es el momento para compartir la misericordia y el perdón de Dios con todos nuestros hermanos y hermanas, especialmente aquellos a los que no amamos como deberíamos.
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