Tercer Domingo del Tiempo Ordinario

LUCAS 1: 1-4; 4: 14-21 


Hoy empezamos un viaje con la Buenas Nuevas presentadas por Lucas. Después de la introducción, oímos a Jesús desplegando su plan de ataque. Él va a confrontar el mal y el pecado de raíz.

Cuando Jesús se refería a aliviar y liberar de las consecuencias del pecado, lo hacía con una gran voz en la tradición Judía, el profeta Isaías. El pueblo entendía. Él estaba hablando de cumplir las promesas de Dios esperadas por tanto tiempo. Era claramente el trabajo del Mesías. Jesús estaba aprovechando el hambre en los corazones de sus compatriotas que estaba enraizada muy profundamente. Él estaba proclamando un nuevo día, un día de liberación, un día de salvación.

Para la audiencia inmediata de Jesús, la liberación de los cautivos y prisioneros no significaba libertad condicional. Significaba una liberación del pecado y de todos sus resultados destructivos en sus vidas. Usando el rico y expansivo lenguaje de Isaías, Jesús señala una liberación que abrazaba a todas las personas, cuerpo y alma, mente y espíritu. El pecado del que Jesús liberaría a la gente va más allá de la culpa personal. Incluye las expresiones del mal enraizadas profundamente en todas las situaciones humanas: el escándalo de abuso sexual en la iglesia, la gran desigualdad de los ingresos económicos, esclavitud sexual, una proporción de divorcios del cincuenta por ciento, el crecimiento en el rechazo de la fe, la explotación constante de nuestro medio ambiente y mucho más.

Cuando Isaías habla de la vista de los ciegos, él penetra mucho más profundo que el nivel físico de ceguera. El texto también quiere decir la vista de aquellos que han estado en la oscuridad de un túnel – como cautivos que explotan y se abren a un día lleno de sol. No hay oscuridad como la oscuridad del espíritu.

En la frase “poner en libertad a los oprimidos” (Lucas 4: 18), Jesús proclama un programa de justicia social para los pobres que será una parte prominente del Evangelio de Lucas. La descripción de Lucas de la salvación incluye las expresiones sociales y económicas de la realidad.

Hay una parte en el pasaje de Isaías que Jesús no cita. Es “el día del desquite de nuestro Dios.” (Isaías 61: 2) Al darle realce a “¿A eso le llaman ayuno y día agradable a Yahvé? (Isaías 58: 5), Jesús está entrando profundamente en el misterio de su misión. Esta aceptación es sobre la hospitalidad incondicional de Dios. Antes de todo lo demás, incluyendo la conversión necesaria, todos nosotros somos recipientes de la aceptación de Dios. Dios nos toma en su amor así como somos.

El ministerio de Jesús será uno de aceptación. El juicio vendrá después. Jesús está en la misión de proclamar la hospitalidad de un Dios misericordioso. La acción de Jesús manifestará y declarará la aceptación y hospitalidad de Dios junto con la liberación de todas las formas de cautividad y ceguera que esconden la condición humana.

La gente será aceptada, no juzgada, en la agenda de Jesús. La conversión será necesaria. Sin embargo, aún la posibilidad de conversión, está basada en la aceptación de Dios que Jesús fija en el Evangelio de hoy. Jesús está inaugurando un programa de la hospitalidad de Dios para toda la humanidad.

Su mensaje del Evangelio estará en conflicto con los esfuerzos humanos para limitar el mensaje de la Buena Nueva para proteger el atrincherado auto-interés. Encontraremos ese conflicto con el Evangelio de la próxima semana y la respuesta del pueblo de Nazaret a la hospitalidad universal de Dios.
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