La Vida: Es la gracia más grande

Thomas Merton hizo grandes contribuciones a la evolución de la espiritualidad en nuestros días. Trajo la contemplación como una meta para todos los cristianos fuera de las eras oscuras que lo hacia algo especial solo para unos pocos privilegiados. De igual manera, él presentó la espiritualidad contemplativa como una opción deseable para todo cristiano serio. Usando un hecho teológico tradicional de que Dios está en todas partes, él señaló que Dios es la base de nuestro ser. No podemos existir fuera de Dios.

Merton demostró cómo ésta verdad nos invita a una espiritualidad contemplativa que empieza con la realidad de que Dios no solamente está dentro de nosotros sino que nuestro más auténtico ser está enraizado en esta realidad. La contemplación nos da claridad en la conciencia de lo que ya es. Nosotros estamos unidos a Dios. Este es el punto de partida de nuestro viaje espiritual.

Todos nosotros sufrimos de un distorsionado sentido de la espiritualidad.  En esta distorsión nosotros fijamos espacios especiales para Dios. La misa de los domingos, los sacramentos, retiros y muchos otros momentos “especiales” de oración son percibidos como momentos de temor. Cuando entramos a una iglesia con frecuencia decimos que es bonita. Con mucha más frecuencia lo que queremos decir encaja en nuestro sentido de temor y lugar especial.

La visión interior de Merton de Dios como la tierra que sostiene al ser fue expresado en uno de sus muchos libros, La Tierra Oculta del Amor. Todas las cosas de la vida suceden en este suelo escondido del amor. Todo nuestro ser esta incrustado en esta presencia de Dios para nosotros. Sin embargo, toda vida es sagrada. El problema es que nosotros dividimos y aislamos nuestro entendimiento de como Dios está presente en nosotros.  Hay una meditación que dice que puede ayudarnos aquí. Declara que si nosotros entendemos, las cosas son como son. Si nosotros no entendemos, las cosas son como son.

La vida está donde Dios está. Esta es la razón por la que podemos decir que la vida es la gracia más grande. Los momentos especiales de oración, los momentos que apartamos para los sacramentos, retiros y reflexión son realmente importantes. Ellos nos llevan a tener conciencia de lo que ya es. Con una gran frecuencia, sin embargo, fallamos en darnos cuenta que estamos en la presencia de Dios en todo momento.

Todos tenemos momentos singulares cuando Dios parece estar jugando a las sorpresas con nosotros. En estos eventos aislados se nos va el aliento con la grandeza y la belleza de un evento que revienta en nuestra conciencia: enamorarse, el nacimiento de un niño, un ocaso, una experiencia impresionante del poder de los  oceanos o una realidad celestial. Y hay mucho menos frecuencia cuando tenemos lo que llamamos momentos  unitivos. Aquí es removida la cobertura y en la parte más profunda de nuestro ser experimentamos nuestra unicidad con todos y con Dios. La contemplación produce una conciencia de la presencia de Dios que es un simple crecimiento de nuestra conciencia normal.

Mucho de nuestra espiritualidad está enraizada en una vista distorsionada de que Dios está más aquí y menos allá y para nada en otro lugar. El hecho es que el fundamento de cualquier espiritualidad auténtica e integrada tiene que fluir de la visión de Merton de que Dios es el suelo de nuestro ser y todas las criaturas existen por su presencia. La distorsión es cuando separamos a Dios de sus criaturas en nuestra dividida y aislada espiritualidad.

Dios no está menos presente en la mesa de la cocina el domingo en la tarde que en la misa de los domingos por la mañana. Dios está tan presente para el recolector de basura sirviendo a la comunidad o en la lucha contra los drogadictos como lo está para una monja en su convento contemplativo.

El problema primario es nuestra conciencia de la presencia de Dios. Una espiritualidad integrada nos llevará a la oración contemplativa para expandir nuestra conciencia de la presencia amadora y salvadora de Dios en toda nuestra vida. Nosotros usamos los momentos sagrados de oración, retiros, sacramentos y apertura a la vida para crecer en esa conciencia.

Mientras que Dios está en todas partes, nosotros tenemos solamente una opción para experimentar esa presencia y esa es en nuestra vida. Nuestra tarea es buscar la fidelidad y honestidad para vivir con un crecimiento de conciencia y compromiso a la presencia de Dios la cual está siempre haciendo el llamado a una vida más profunda en el misterio del amor. Esto sucede primeramente dentro de nosotros. Luego nos movemos hacia nuestros hermanos y hermanas. Se nos indica apartarnos de la separación y división hacia la inclusión del mensaje de Cristo. Eventualmente nos abrimos a nuestra responsabilidad para transformar esta palabra en acuerdo con el plan de Dios para el reino de justicia y paz.

En el contexto de esta espiritualidad integrada con frecuencia decimos que solo Dios importa. Esto se vuelve irreal y negador de vida. No es. Necesitamos darnos cuenta que todo es bueno, todo es bello y dador de vida en nuestra relación, en nuestras responsabilidades, en el amor más profundo en nuestro corazón, son poderosos y significativos porque fluyen de Dios. Su bondad y belleza que es muy significativa para nosotros en nuestra experiencia ordinaria es una reflexión de su enraizamiento en Dios. Mirando a los niños crecer o mirando la pacífica muerte de un pariente que ha sufrido por largo tiempo o un abuelo simplemente expone la realidad de la presencia de Dios. Es un poco más remoto con la celebración del triunfo de un niño en la escuela o que la primera cita amorosa de un adolescente, pero el total espectro de nuestras experiencias emergen de lo sagrado en la vida que es la Tierra Oculta del amor.

Hablando de cualquier encuentro con el amor verdadero en la vida estamos hablando sobre una experiencia que ultimadamente se origina desde Dios. Es aquí de donde obtiene su poder para ser real para nosotros. El amor se mantiene en lo más profundo de los misterios de todos los humanos porque fluye del misterio de Dios. Sin embargo, por el hecho de que somos pecadores, todos los encuentros humanos con el amor son parciales e incompletos. El viaje del Evangelio con Jesús es nuestra invitación al proceso de la purificación y transformación para hacer que este amor sea más desinteresado continuamente.


Al volvernos concientes de la Tierra Oculta del amor y nuestra unidad con toda la creación esto es lo que se llama centro. Merton introdujo este término en el entendimiento del acercamiento contemplativo moderno a la vida. Centrar es un proceso de movernos más allá del empírico y con frecuencia superficial ser. Esta superficialidad nos lleva a crear un falso ser que distorsiona. Trata de hacernos el centro. Estamos dirigidos a vivir en la superficie con valores artificiales de una sociedad consumista. Estos falsos valores son conducidos por apariencias y adquisiciones.

Centrar,  el acercamiento a la vida contemplativa, nos pone en contacto con todo nuestro ser y nos lleva a vivir la verdadera realidad en el centro de nuestro corazón. Nos lleva para que gradualmente veamos la realidad como Dios la ve. El viaje hacia el centro es el crecimiento en la conciencia que nos permite agarrar la disparidad del falso ser y del verdadero ser. Este es el don del autoconocimiento. Es la llamada repetida del Evangelio para elegir el verdadero ser sobre el falso ser: perder nuestra vida para salvarla, ser el sirviente y no el que es servido, ser el último y no el primero. Este viaje de transformación de conciencia es la meta de la oración contemplativa la cual simplemente nos aclara el camino para ver lo que ya es. En consecuencia, la meta de la oración es crecer en la conciencia de la presencia de Dios y para profundizar constantemente y clarificar esa conciencia. Todos estamos invitados para abrazar a Dios adentro, en nuestra mente, en nuestro corazón. Estamos llamados a ser reales. Los senderos del amor nos llama a transformar nuestras vidas.
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