VIGÉSIMO SEXTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Lucas 16,19-31

Queridos amigos, En su Evangelio, Lucas pone gran énfasis en el tema de la inversión. Justo al principio tenemos en el gran himno de María, el Magnificat: "Ha derribado a los gobernantes de sus tronos, pero ha levantado a los humildes. Los hambrientos que ha llenado de cosas buenas, los ricos los ha enviado vacíos. (Lc: 1: 52-53)" En el Sermón de la Llanura domina este tema de la reversión. Un claro contraste es: "Bienaventurados los pobres, porque el reino de Dios es vuestro". (Lc 6,12). Luego, en Lc 6,20 leemos: "Pero ay de vosotros, que sois ricos, porque habéis recibido vuestro consuelo". Luego, en Lc 13,30 leemos: "Porque he aquí, algunos son los últimos que serán los primeros, y otros son los primeros que serán los últimos".

La entrada de Jesús en la escena humana ha tenido muchas consecuencias. El gran revés es uno de ellos que nos espera. La parábola de hoy sobre Lázaro y el hombre rico no identificado es un ejemplo significativo de este cambio. Los dos personajes experimentan una profunda transformación de sus fortunas. Hay un mensaje profundo en esta historia para nosotros.

La primera lección para nosotros es que toda riqueza, estatus, prestigio, privilegio y poder es transitorio. En segundo lugar, tenemos que aprender que la propiedad no es absoluta. Tiene consecuencias. Cuando no aceptamos estas realidades, estamos sujetos a la gran reversión. Estos grandes cambios fluyen de la radicalmente Buena Nueva que Jesús nos ofrece.

La historia no describe a ninguno de los personajes como particularmente buenos o malos. El problema es la negligencia y la ceguera. Lucas, en esta parábola, que sólo se encuentra en su Evangelio, profundiza en los detalles de la reversión. Primero, en contraste con casi toda la historia, el hombre pobre es identificado y el hombre rico no tiene nombre. Entonces, la disparidad en la comodidad física cambia dramáticamente. Ahora el poderoso hombre rico ve a Lázaro como el que puede darle lo que quiere. Primero, es agua y segundo, es ayuda para sus hermanos.

En su vida, el hombre rico fue conducido en una búsqueda interminable de consuelo. Su riqueza era una fuente de prestigio y poder. Sus posesiones eran un vehículo de seguridad y control. La muerte destruyó estos engaños y reveló la verdad. Hay una hipoteca social sobre las bendiciones de Dios. Tienen que ser un instrumento de justicia. En la historia de Lázaro, Jesús nos está enseñando a abrir los ojos a los pobres que nos rodean. Nuestro corazón necesita movernos para responder a los necesitados en nuestra puerta, ya sea que esa puerta esté en nuestra familia o vecindario o en las muchas fronteras que creamos para proteger nuestra comodidad personal, comunitaria o nacional.

El Papa Francisco dijo que un estilo de vida demasiado cómodo conduce a la gentrificación del corazón. Los resultados de un estilo de vida impulsado por un consumo en constante expansión disminuyen el espíritu. Hace daño a los ojos del corazón. Está configurando nuestra pendiente resbaladiza en la gran inversión que nos enfrenta en la historia de Lázaro.

Como los hermanos del hombre rico, la Palabra de Dios nos ofrece una clara llamada a la conversión. También tenemos la ventaja añadida de experimentar a Cristo resucitado. La pregunta que tenemos que hacernos es si podemos ver a los pobres en medio de nosotros. ¿El mensaje de Cristo resucitado nos permite ver en nuestras posesiones un instrumento de amor y servicio para los necesitados en nuestro mundo?

La parábola de hoy tiene una implicación simple y clara para nosotros. Necesitamos deshacernos de nuestra cómoda ceguera y comenzar a ver con un nuevo corazón arraigado en el llamado de Jesús a caminar en la luz.
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