FESTIVIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD


JUAN 16: 12-15 

Estimados amigos, Jesús dijo,
“Tengo mucho más para decirles pero es demasiado para ustedes.” (Juan 16: 12)


Teresa de Ávila, la gran Santa Carmelita y Doctora de la iglesia fue una persona que aprendió como aguantar la verdad de Dios. Por medio de un largo proceso de experiencias de purificación mística y una vida dedicada a la oración y servicio, ella aprendió mucho del mensaje oculto de Jesús sobre el misterio de Dios que nosotros llamamos Trinidad.

Ella redujo sus visiones a una sencilla verdad, una verdad que transformó su vida. Dios es el Creador. Nosotros somos sus criaturas. Dios el creador, es un salvador amoroso y misericordioso. Nosotros, las criaturas, pecadores y quebrantables, somos sin embargo amados y perdonados. Esto llevó a Teresa a transformar su vida para poner a Dios en el centro y su yo en el borde. Ella llegó a entender su vida como la historia de la misericordia de Dios. Para Teresa, la Trinidad era una historia de amor que ella encontraba en la realidad vivida de su propia vida.

Un erudito pagano describió a los cristianos en el segundo siglo de esta manera: Ellos se aman unos a otros. Nunca dejan de ayudar a las viudas; salvan a los huérfanos de aquellos que podrían dañarlos. Si ellos tienen algo, dan de gratis a la persona que no tiene nada; si ellos ven a un forastero, lo llevan a casa y se sienten felices como si se tratara de un hermano. Ellos no se consideran a sí mismos hermanos en la manera tradicional, sino hermanos en el espíritu, en Dios.


En esta fiesta de la Santísima Trinidad, recordamos que Jesús es la revelación plena de Dios, un Dios de amor ilimitado e incondicional. Todas las enseñanzas de Jesús están atrapadas y contenidas en este mandamiento de que nos amemos unos a otros como Jesús nos ha amado. Es así como compartimos en el misterio de la trinidad. No es información que se gana. Es el mero fundamento de la realidad que debe guiar nuestras vidas.

El mensaje real de la trinidad no es una cuestión de profunda peligrosidad. Es una invitación a la plenitud del Evangelio de Jesucristo. En la última experiencia mística de unión con Dios en la séptima morada del Castillo Interior, Teresa tiene un mensaje sencillo para nosotros: abrazar la voluntad de Dios en las buenas obras, amar y perdonar a tus hermanas y hermanos. Al final, todo es sobre el amor.

Jesús nos invita a entrar en el misterio del amor y de la vida que es El Padre, El Hijo y El Espíritu Santo. La elección es nuestra. Podemos aceptarla o rechazarla. El problema es que nosotros no somos los que fijamos los términos ni para aceptar ni para rechazar.

La elección nos trae a la gran ironía de la vida. Somos llevados a pensar y actuar como si nosotros tuviésemos un mejor plan que Dios. Nuestras elecciones nos llevan a buscar la verdadera felicidad. En el proceso muchos rechazan a Jesús también. Otros se pasan toda la vida buscando el lado correcto, apostando y tratando de reconfigurar a Jesús en una versión más cómoda. Queremos el precio correcto de acuerdo a nuestros estándares y no a los del Evangelio. Pocos tienen la franqueza para vivir como los primeros cristianos descritos por el erudito filósofo pagano.

La gran alegría de la fiesta de hoy y cada proclamación del Evangelio es que Dios nunca se cansa de nosotros. En Jesús, somos llamados constantemente a aceptarlo a Él como el camino, la verdad y la vida. Lentamente la vida tiende a enseñarnos que Jesús realmente tiene un mejor plan para aquí y para el futuro. Aprendemos que nuestra vida, como la de Teresa, es la historia de la misericordia de Dios.
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