QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

JUAN 11: 1-45

Hoy, en la historia de Lázaro, tenemos el tercero de nuestros mensajes de cuaresma del Evangelio de Juan. Los tres personajes: la mujer samaritana, el hombre que nació ciego y Lázaro son suplentes para nuestra humanidad pecaminosa. Agua, luz y vida son las necesidades básicas que Jesús usa para dirigirnos en las profundidades del espíritu. Las historias son ricas en muchas dimensiones de nuestra experiencia humana pero especialmente el tema de la conversión para el viaje de Cuaresma.

Lázaro es descrito como uno de los seres más amados de Jesús. Nosotros, también, somos ese que ama Jesús. Estamos invitados a conectarnos con la historia para aprender más sobre el amor divino. Un pasaje puede abrir nuestros ojos y corazón a este amor de Jesús para nosotros. “Al ver Jesús el llanto de María y de todos los judíos que estaban con ella, su espíritu se conmovió profundamente y se turbó. Y preguntó “¿Dónde lo han puesto?” Le contestaron: “Señor, ven a ver.” Y Jesús lloró.” (Juan 11: 33-35)

“Jesús lloró.” Se presta en sí para muchas interpretaciones. La siguiente es especialmente bella. Jesús estaba encontrando en la muerte de Lázaro la realidad universal de la muerte y el mal. Habría sido la misma cara del pecado que en poco tiempo lo habría llevado a la cruz. Pero era mucho más.

Así como Jesús lloró por Lázaro, Él llora por nosotros y por la gente de todos los tiempos conforme vamos encontrando las consecuencias del pecado y de la muerte. No hay ninguna injusticia ni ninguna expresión del mal que no sea abrazada por esta compasión divina. Ya sea que se trate del horror de la guerra o el odio del prejuicio o los embates de las enfermedades y la pobreza, todo esto toca el corazón de Jesús. La respuesta de Dios al gran misterio del mal y la muerte fue entrar en ellos. Esto es la pasión y muerte. Pero esto no fue el final. Él pasó a través de ella con un amor transformador. En la resurrección, Dios tiene la última palabra y no es muerte sino vida. No es odio sino un amor universal y eterno.

Tenemos muchas tumbas en el viaje de la vida que nos hacen sentir como los huesos secos que Ezequiel describe en la primera lectura. Puede ser la hostilidad paralizante dentro de una situación familiar. Puede ser la casa vacía de un nuevo viudo o viuda. Con frecuencia es la vida drenando las consecuencias de los abusos del alcohol o las drogas o con mucha más frecuencia, las relaciones abusivas que fluyen de esas adicciones. Seguramente es la penetrante influencia del Covid-19. Luego están los males sociales del desempleo, racismo, pobreza o violencia de las pandillas. Todas esas son las tumbas que experimentamos. Todas vienen en distintos tamaños y duración pero todas se sienten como la muerte. Por todo esto, Jesús pronuncia sus palabras a nosotros, “Vengan, porque yo soy la resurrección y la vida.” 

La victoria sobre la muerte necesita ser abrazada y celebrada otra vez. Esa es la meta de nuestro viaje de Cuaresma. Necesitamos aprender que no solo Jesús llora por nosotros ya que el Salmo 56: 9 nos dice que “Él pone mis lágrimas en su odre. ¿No cuentan?” Él acerca la mano salvadora que es “La resurrección y la vida.”
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