EL PROGRAMA DE TERESA



LA ACEPTACIÓN

Teresa de Ávila es inquebrantable y sencilla: la oración es la clave para nuestra peregrinación hacia Dios. Ella es también inequívoca en su afirmación que la importancia de la oración, en todas las etapas, incluyendo la contemplación, es un medio para un fin. La meta de toda oración es llevarnos a amar a Dios y amar a nuestros hermanos y hermanas.

Teresa ofrece un programa para ayudarnos a orar de manera que podamos amar. La visión central del programa es la aceptación de nuestra realidad humana en cada nivel de vida. Teresa entendió la necesidad de aceptar la realidad como es y no como algo para que nosotros lo podamos controlar. Al aceptar la realidad, estamos preparados para el tirón del llamado de Dios aún si parece contrario a nuestros planes e intereses. Ella aprendió a interpretar la realidad por la medida de cuanto la traía más cerca de Dios y no como una fuente de su comodidad, prestigio y poder.

En las tres virtudes de humildad, desapego y caridad Teresa vio el camino a seguir hacia la aceptación de su ser, de los demás y de Dios. Esta franqueza a la realidad nos lleva a enfrentar nuestra ambivalencia, confusión y quebrantamiento. Esta aceptación se nutre en las virtudes de humildad que es la aceptación de Dios, desapego como auto aceptación y finalmente la aceptación de los demás en caridad fraternal. Dejar ir las cosas y dejar a Dios actuar en sinceridad en las situaciones de nuestra vida es una pieza central del programa de Teresa.

Esta aceptación es la forma en que nosotros sobrellevamos uno de los obstáculos sobresalientes en nuestra búsqueda de Dios. Esta es la ambivalencia. Vemos el viaje espiritual como importante pero tiene que trabajar en el contexto de nuestros claros compromisos personales. No estamos ansiosos por aplastar nuestro horario, dar demasiado tiempo, cambiar nuestras prioridades y, especialmente, dirigir nuestras relaciones, buenas y malas.

Las tres virtudes

Para Teresa, la oración es siempre un encuentro con Dios que nos transformará y purificará. Este es el único camino para la unidad. Para fortalecer esta oración, Teresa insiste en una agenda basada en la humildad, el desapego y la caridad. Estas virtudes tienen una relación dinámica con la oración. Las virtudes traen un orden a nuestra desordenada vida. Esta nueva compostura ayuda a nuestra oración. Al mismo tiempo, la oración nos ayuda a crecer en la aceptación que nutre estas virtudes dadoras de vida.

Humildad

Para Teresa, la humildad no se trata de la pérdida de la autoestima. Esta es una falsa y destructiva mala interpretación de humildad. Tal estado es perturbador y conflictivo. Teresa, por el contrario dice, “la humildad no perturba o inquieta sin embargo grande debe ser; viene con paz, deleite y calma…esta humildad expande el alma y hace posible servir más a Dios.” (Camino de Perfección. 10.2)

La humildad para Teresa es la verdad. Con esto ella quería decir que reconocemos nuestra relación fundamental en la realidad. Dios es el Creador y nosotros somos las criaturas. Dios es el Creador y Salvador amoroso y misericordioso. Nosotros somos las criaturas pecadoras, amados y perdonados. La humildad nos permite abrazar la verdad de esta certeza.

Cuando aceptamos esta verdad sobre nosotros, estamos en el camino hacia la libertad. Lentamente empezamos a ver más claramente quién es Dios. Esta es la verdad que crea nuestra humildad. Nos vemos a nosotros mismos más honestamente con el regalo de esta virtud. La humildad nos abre a la conversión personal necesaria en nuestra auto comprensión. Nos permite entender la maravilla de Dios llamándonos a entrar en el misterio del amor aun en nuestro estado quebrantado.

Desapego

Por desapego Teresa quiere decir que debemos poner todas las cosas en su propia perspectiva. Necesitamos relacionar todas las cosas de manera que nos ayuden a crecer más cerca de Dios. Una relación personal, un pasatiempos, nuestro celular, nuestro carro y así sucesivamente ya sea que enriquezca o disminuya nuestra relación con Dios. Nuestra naturaleza pecaminosa siempre lucha con inclinación a permitir que las cosas hagan corto circuito en nuestra búsqueda de Dios. El corazón humano, desprovisto de oración, es una máquina hacedora de ídolos. Nuestros ídolos siempre son una distorsión que nos pone en el centro. El desapego expone esta mentira y trae transparencia a nuestros engañosos corazones.

Solamente cuando las cosas son vistas en la luz correcta, con un corazón desapegado, uno se da cuenta del camino hacia Dios. De otra manera, las cosas son usadas solamente para apoyar nuestra agenda egoísta. Ellas son, entonces, contrarias a nuestra meta que es buscar a Dios.

Amor por nuestro prójimo

La caridad es la propia aceptación de los demás. El amor por nuestras hermanas y hermanos es el índice de nuestro crecimiento espiritual. Para Teresa, la autenticidad de nuestro viaje espiritual es medida por la calidad de nuestras relaciones interpersonales con los demás. Este amor amistoso es esencial para el movimiento hacia el centro donde Dios espera.

La llamada al amor comunal es la más problemática piedra de tropiezo en nuestra peregrinación hacia Dios. Nuestro egoísmo tiene poderes increíbles para torcer las cosas y justificar nuestra justicia propia. Teresa entendió esto muy bien.

En su instrucción a sus hermanas en su comunidad religiosa ella dijo:

“Rueguen a Nuestro Señor que les de este amor perfecto de prójimo. Permitan a su Majestad tener una mano libre, ya que Él les dará más de lo que ustedes saben cómo desear porque ustedes están esforzándose para hacer lo que pueden sobre este amor, y fuercen su voluntad para hacer la voluntad de sus hermanas en todo.” (C. I. 5.3.12)

Teresa tiene un ejemplo muy sencillo de cuán profunda es esta práctica en la vida ordinaria. Ella dice que si hay una persona difícil, nosotros deberíamos salir de nuestro camino para apoyar y ayudar a esa persona. Si ese individuo recibe elogio, debemos regocijarnos como si el elogio es para nosotros.

No hay manera que yo podría ser capaz de hacer eso por mis hermanos y hermanas a quienes sé que no amo como debería, por ponerlo de forma amable. Esto es lo mismo para la mayoría de nosotros. Tenemos un largo camino que recorrer. Hay mucho ego que debe ponerse a un lado. Por supuesto, el ego testarudamente resiste esto. Es obvio que unos pocos de nosotros imitaremos de lleno a Jesús en la cruz, “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen.” (Lucas 23: 34)

APOYO MUTUO

El dilema es que necesitamos la oración para crecer en humildad, desapego y caridad. Nuestro compromiso para orar entonces es una relación dinámica entre las virtudes cambiando el cómo vivimos y, a la vuelta, cómo oramos para fortalecer estas mismas virtudes. Hay un ciclo de crecimiento mutuo. Profundiza en la oración y en las virtudes en el camino hacia la meta final de la integración personal.

Esta integración lleva a la acción de Dios en la contemplación que remueve los tenaces remanentes finales de egoísmo y egocentrismo. Esta es la purificación que precede a la transformación. Las fuerzas incrustadas de la justicia propia y la actitud de juicio dan paso al purificador amor de Dios. Podemos ir así de lejos por nuestros propios medios. Dios, Él solo, puede “cerrar el trato” sobre el amor que devela la plenitud de la unidad original en nuestro destino final de ser uno con Dios.
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