LA MUERTE ES VERDADERAMENTE PARTE DE LA VIDA - III


Todo este involucramiento social alimentó mi esperanza escondida de evitar el ministerio normal de los enfermos y agonizantes. Durante muchos años, mi profundamente suprimido temor a la muerte lentamente empezó a dar paso a la realidad de que la muerte estaba alrededor mío. Por supuesto, siempre había estado ahí; pero ahora yo estaba entrando a la bien conocida crisis de la edad media donde uno empieza a encontrar muchas fuerzas escondidas en la propia vida.

Ahora una avalancha de negatividad empezó a atacar mi mundo confortable. Mi gran ilusión de ser un gran cruzadero por la justicia y el cambio social se fue en la cruda realidad del profundo racismo que la comunidad afroamericana había conocido demasiado bien con el paso de los siglos. Mi experiencia de la iglesia institucional fue dolorosa. Encontré mi compromiso personal al celibato en la mesa de negociaciones en una forma atemorizante. La mayoría de mis amigos ya habían dado por sentado el problema y lo habían superado y habían dejado el sacerdocio. El fuego y el entusiasmo de mi juventud se habían reducido a cenizas. Todo esto era nuevo. Todo este miedo. Todo esto era terriblemente confuso.

Al ponerme en retrospectiva, ahora puedo ver cuán poderoso, y casi paralizante, se había vuelto mi temor a la muerte. Pero tres funerales en el periodo de pocos años me ayudaron a empezar el largo proceso de enfrentarme con mi mortalidad.

El primer funeral fue de una anciana blanca que era residente del asilo local. Me llamaron para asistirla con los últimos rituales. La visité pocas veces antes de su muerte. Durante este tiempo, mi interacción con algunos de los residentes del hogar fue más bien dolorosa. Ellos eran incesantes en sus quejas de la “gente de color.” Mi paciencia, por no mencionar mi compasión, se agotaba pronto. Cuando celebré este funeral, hice un trabajo muy pobre sin siquiera una homilía para las personas que estaban ahí.

Ya reflexionando, empecé a ver cuán terriblemente equivocado había estado. Por lo menos, empecé a hacerme algunas preguntas, y ninguna respuesta.

El segundo funeral fue el de mi cuñado, Jim Heenan. Él y mi hermana Mary tuvieron seis hijos. El menor de todos tenía sólo cuatro años cuando Jim enfermó y perdió el trabajo por primera vez y para siempre. Unas semanas más tarde, el cáncer ganó la batalla y tuvimos su funeral.

Durante varias semanas, después de llevar a sus siete hijos a la escuela, mi hermana mayor Ellen tenía que ir en bus hasta la casa de Mary. Ella estaba tratando de convencer a Mary de salir de la cama y cuidar de sus hijos. La muerte de su esposo la dejó completamente abrumada e indefensa. Mary estaba enfrentando la dura realidad de criar a seis muchachos – incluyendo dos pares de gemelos irlandeses (nacidos en el mismo periodo de un año). Y, por supuesto, ella eventualmente tendría seis adolescentes que educar al mismo tiempo.

En su debido momento, Mary salió de la cama y se volvió la madre de una fabulosa familia.

En mis reflexiones eventuales sobre este periodo, estaba listo para ver lo que había sido casi totalmente inadvertido para los problemas de Mary por la auto absorción en mi propia crisis y cruzadas. No cabe duda, mi temor a la muerte tenía un mayor impacto en mi evasión de esta escena tan difícil con Mary.

Finalmente, mi padre murió el 15 de mayo de 1971. Yo celebré la misa y prediqué la homilía. Recuerdo una tarde brillante de otoño, unos años más tarde cuando caminaba a la orilla del lago en el Parque Jackson. Estaba inquieto sobre algo y sobre todo, repentinamente, espeté a mi padre, “¡Me dejarás en paz!” Cuando saqué lo que estaba sintiendo, finalmente estaba listo para enterrar a mi padre. Esto me permitió empezar a darme cuenta en mi interior que, en verdad, yo iba a morir. Ese fue el inicio de la verdadera libertad.

Había sido un largo viaje para aceptar mis límites y mis sueños rotos como una sencilla parte de la experiencia normal humana. Con el paso de los años he empezado lentamente a aprender que el verdadero viaje es con Jesús hacia Jerusalén, donde solamente salvaremos la vida si la perdemos.

Para entender que la muerte es parte de la vida, es el comienzo de la paz verdadera y de la sabiduría.

El mensaje de la Liturgia sobre la Muerte
Nuestra Mortalidad y nuestra Inmortalidad


La Liturgia juega un papel dominante en la vida de la iglesia y sus miembros. La liturgia es llamada la fuente y la cima de la fe para el pueblo de Dios. Entre sus muchos tesoros para los fieles, la liturgia tiene una enseñanza distinta y muy rica sobre la muerte.

Uno de los regalos de la liturgia católica es la lectura semanal de los Evangelios. Hay tres ciclos anuales en los cuales los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas son leídos en el curso del año litúrgico. En los dos domingos finales de cada uno de estos años, el problema de la muerte personal y la conclusión de la historia son presentados a los fieles. Conforme termina un año y empieza otro, la iglesia nos invita a ponderar el misterio del tiempo. Esto involucra la reflexión de la mortalidad y la inmortalidad.

El trigésimo segundo domingo del tiempo ordinario en cada uno de los tres ciclos del Evangelio vuelve a levantar el tema de nuestra muerte corporal. La siguiente semana, el trigésimo tercero, y el domingo final del tiempo ordinario, nos desafía con el final de la historia total de esta ventura, el final de los tiempos. Las primeras tres semanas del año nuevo nos dan el mensaje de Adviento que anhela una nueva realidad, “Ven, Señor Jesús.”

La Fiesta de Cristo Rey es un puente entre los dos años. Este arreglo litúrgico conecta la trascendencia de nuestra realidad humana, nuestra mortalidad, con nuestro último propósito y meta de vida: estar para siempre en el abrazo de nuestro Dios amoroso, nuestra inmortalidad. Este regalo especial de la liturgia nos libera para encontrar la muerte sin estar en el modo crisis. Con frecuencia, ponderamos la muerte solamente cuando nuestro patrón de negación debe enfrentar los hechos innegables. La muerte ha llegado a nuestra puerta. Puede ser una conversación crítica con un doctor o una búsqueda por una nueva droga milagrosa o un nuevo procedimiento. Puede ser la notificación de un accidente. Cualquiera que sea el caso, está lleno con pavor y temor. El mensaje de la liturgia nos libera de la oscuridad del espantoso predicamento. Nos invita a considerar la realidad absoluta de la muerte en una forma positiva a través de la lente de visión del Evangelio de la vida eterna.

La Venida del Señor


La liturgia tiene un plan fascinante para el final de un año litúrgico y el inicio de otro. Este movimiento del mensaje de salvación nos lleva a ponderar la perspectiva cristiana sobre el tiempo. Aprendemos que el tiempo es incesante. No espera a nadie. Sabemos que está impregnado de vida y esperanza. Ultimadamente sabemos que es gracia en la victoria de Cristo. Aún es preciso llamarnos a ser pacientes en nuestro anhelo por la venida del Señor. El mantra de Adviento, Ven, Señor Jesús o Maranatha, se encuentra en los últimos dos versículos del libro de las Revelaciones, el versículo final de la Biblia: “El que da este testimonio dice, Si, vendré pronto. Amen. La gracia del Señor Jesús sea con todos.” (Rev. 22: 20-21) En verdad, nos llama a la misericordia y compasión de la nueva vida, aún de cara a la muerte.
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