Segundo domingo de Cuaresma
Marcos 9: 2-10
Estimados amigos, aun cuando la historia de la Transfiguración está en los tres ciclos de nuestra celebración de Cuaresma, a primera vista y aún a una tercera vista, es difícil imaginar cómo puede encajar en el sombrío mensaje de la Cuaresma.
Cuando Jesús preguntó, ¿Quién dicen ustedes que soy yo? (Marcos 8: 29) y Pedro contestó, “El Mesías” (Marcos 8: 29) no cabe duda que Pedro pensó que al fin había llegado al final de su búsqueda. Luego Jesús indica lo del viaje a Jerusalén con la Cruz y la muerte sobre el pobre Pedro. Él se sintió confundido y perplejo. Sufrimiento y Dios, Mesías y falla no encajaban en sus categorías de victoria y triunfo.
No hay duda que compartimos la confusión de Pedro cuando tratamos de igualar nuestra creencia a la de un Dios que es amoroso y todopoderoso y los horrores que vemos y oímos en las noticias diarias; tornados, balaceras en las escuelas, violencia interminable y confusión en Afganistán, violencia doméstica fatal y más que todo, la incesante muerte que fluye de la pandemia. El dilema de Pedro es nuestro dilema. ¿Cómo nosotros conectamos la bondad divina y el sufrimiento en una escala incomprensible y la consistente ocurrencia de sufrimiento en nuestras vidas diarias?
En la Transfiguración, Jesús reafirma esta divinidad y lo hace en el camino a Jerusalén donde Él será rechazado, sufrirá y morirá. Entonces El Padre dice, “Este es mi Hijo amado, escúchenlo.” (Marcos 9: 7) esta es la clave para situar la historia de la Transfiguración en este segundo domingo de nuestro viaje de Cuaresma.
Cuaresma es un tiempo para prepararse a celebrar con nueva alegría y esperanza, una fe más fuerte y un amor que crece que es el misterio de nuestra fe y de nuestra vida, la Muerte y la Resurrección de Cristo Jesús.
Tantas veces como hemos escuchado la historia, y aún conserva las semillas de luz y sabiduría, de esperanza y ternura por nosotros. Siempre estamos al borde de nuestra fragilidad humana y nuestra mortalidad. Ya sea el quebrantamiento por nuestras relaciones, las consecuencias del pecado, o la corrupción de nuestro mundo, necesitamos buscar las profundidades de nuestro corazón y “Escuchar a Él” (Marcos 9: 7) Él revelará de nuevo que la última palabra no es enfermedad, injusticia, prejuicio, los poderes destructivos de la naturaleza o la muerte misma. La última palabra revelada en el Cristo Crucificado y Resucitado es la vida y la victoria del amor. Una vez más, nuestro viaje a Jerusalén en Cuaresma y más que todo en nuestra vida, es una invitación para entrar en el misterio que une lo Divino y el sufrimiento que lleva a la victoria de la Pascua.
Cuando Jesús preguntó, ¿Quién dicen ustedes que soy yo? (Marcos 8: 29) y Pedro contestó, “El Mesías” (Marcos 8: 29) no cabe duda que Pedro pensó que al fin había llegado al final de su búsqueda. Luego Jesús indica lo del viaje a Jerusalén con la Cruz y la muerte sobre el pobre Pedro. Él se sintió confundido y perplejo. Sufrimiento y Dios, Mesías y falla no encajaban en sus categorías de victoria y triunfo.
No hay duda que compartimos la confusión de Pedro cuando tratamos de igualar nuestra creencia a la de un Dios que es amoroso y todopoderoso y los horrores que vemos y oímos en las noticias diarias; tornados, balaceras en las escuelas, violencia interminable y confusión en Afganistán, violencia doméstica fatal y más que todo, la incesante muerte que fluye de la pandemia. El dilema de Pedro es nuestro dilema. ¿Cómo nosotros conectamos la bondad divina y el sufrimiento en una escala incomprensible y la consistente ocurrencia de sufrimiento en nuestras vidas diarias?
En la Transfiguración, Jesús reafirma esta divinidad y lo hace en el camino a Jerusalén donde Él será rechazado, sufrirá y morirá. Entonces El Padre dice, “Este es mi Hijo amado, escúchenlo.” (Marcos 9: 7) esta es la clave para situar la historia de la Transfiguración en este segundo domingo de nuestro viaje de Cuaresma.
Cuaresma es un tiempo para prepararse a celebrar con nueva alegría y esperanza, una fe más fuerte y un amor que crece que es el misterio de nuestra fe y de nuestra vida, la Muerte y la Resurrección de Cristo Jesús.
Tantas veces como hemos escuchado la historia, y aún conserva las semillas de luz y sabiduría, de esperanza y ternura por nosotros. Siempre estamos al borde de nuestra fragilidad humana y nuestra mortalidad. Ya sea el quebrantamiento por nuestras relaciones, las consecuencias del pecado, o la corrupción de nuestro mundo, necesitamos buscar las profundidades de nuestro corazón y “Escuchar a Él” (Marcos 9: 7) Él revelará de nuevo que la última palabra no es enfermedad, injusticia, prejuicio, los poderes destructivos de la naturaleza o la muerte misma. La última palabra revelada en el Cristo Crucificado y Resucitado es la vida y la victoria del amor. Una vez más, nuestro viaje a Jerusalén en Cuaresma y más que todo en nuestra vida, es una invitación para entrar en el misterio que une lo Divino y el sufrimiento que lleva a la victoria de la Pascua.