Segundo domingo de Pascua

JUAN 20: 19-21

Cuando piensas en eso, los discípulos tuvieron setenta y dos horas realmente devastadoras desde el lavado de pies el día jueves hasta la visita del Cristo Resucitado el domingo por la tarde. Por supuesto, Pedro guía el camino en el departamento de traumas.

¡Lavar mis pies! ¡nunca! ¡entonces lava mis manos y mi cara también! Yo estaré complacido de morir antes que negarte! ¡yo no conozco al hombre! "salió y lloró amargamente" (Lucas 22:62) “las puertas de la habitación donde estaban los discípulos estaban cerradas, por temor a los judíos” (Juan 20:19). Fue un corto viaje de la arrogancia total a la devastación total.


Ellos estaban atrapados en sueños destruídos y amarrados en temores y dolor. Lentamente se dieron cuenta que los eventos del fin de semana no solamente los exponían a ellos como perdedores por desperdiciar tres años de su vida cazando una ilusión sino que tambien sabían que ahora estaban en peligro de ser encarcelados y talvez hasta perder su vida.

El manejo de la crisis no les dio mucho tiempo para permitirles profundizar en su pérdida. De igual manera, ellos eran incapaces de ver con claridad el grado de su cobardía en su huída y rechazo después de tres años de compartir a los pies de Jesús. El autoconocimiento toma mucho tiempo.

Luego en medio del dolor, el temor, la pérdida y la confusión absoluta con que ellos lo ven a Él y escuchan, “La paz sea con ustedes.” (Juan 20:19)

Ellos tenían mucha experiencia con el mundo confuso de Jesús. Sin embargo, nada los preparó para esto. En un instante la derrota y la falla se vuelven victoria y triunfo. La oscuridad ahora es luz. El abandono lleva hacia el abrazo. El pecado y la negación son lavados con amor y sanidad. En verdad, “La paz sea con ustedes.”

No es de extrañar que la iglesia nos invita a ponderar y orar sobre este impresionante misterio de la resurrección por las próximas siete semanas. Hay mucho para aprender.

Si estamos dispuestos a cavar suficientemente profundo, gradualmente veremos la historia de nuestras vidas en la vulnerabilidad de los discípulos. Veremos el dominio y control de nuestros temores y ansiedades dando paso a la esperanza. Veremos y abrazaremos el perdón de nuestro Dios, “aquellos a quienes les perdonen sus pecados les quedarán perdonados.” (Juan 20:23)

¡En verdad, Cristo ha resucitado! ¡Aleluya! Cuando entramos en esta realidad que es la más profunda de nuestra vidas nada será igual otra vez.

Como los discípulos, somos amados en nuestros quebrantamientos. Somos aceptados en nuestras   debilidades. Lentamente obtendremos una pequeña luz del amor que Jesús tiene por nosotros. Es sin   límites ni condiciones. Es un tesoro que difícilmente podemos alcanzar. Ya sea que lo alcancemos o no, la meta de nuestra jornada espiritual en la vida es permitir que el poder y la belleza de este amor nos transforme en una nueva creación así como hizo por los discípulos.

Compartir: