Cuarto domingo de Cuaresma

Juan 9: 1-41
Queridos amigos. Una vez más tenemos una historia de conversión de San Juan en nuestro viaje por la Cuaresma. Jesús es la luz del mundo llamándonos a salir de la oscuridad y de la ceguera espiritual.

Me gusta llamar a esto el camino de conversión católica.  A diferencia de  la semana pasada donde la samaritana luchó con Jesús en cada paso hasta rendirse, hoy el hombre ciego comienza con el bello encuentro con Jesús en la restauración de su vista.


Para su gran sorpresa,  el hombre ciego tenía formas para ir.  Cada paso estaba cargado con obstáculos que demandaban una nueva decisión y un compromiso más fuerte con Jesús. Él responde a las crecientes peticiones y hostilidades eligiendo a Jesús a un nivel más profundo en cada vez. En el versículo (9:12) él dice, “un hombre llamado Jesús.” En el versículo (9:17) él dice, “Él es un profeta.” Y luego en (9:38) él profesa, “Yo creo (en el Hijo del Hombre) y él  lo adoró.”



La historia de Santa Teresa de Ávila sigue este patrón. Ella fue una tibia y mediocre religiosa por veinte años. Básicamente, ella dejó los rituales secos de la vida del convento la definieran. Luego ella evolucionó con un encuentro transformador con Cristo. Ella se movio de su cabeza a lo más hondo de su corazón y descubrió que ella era amada sin condición o límite. Esto fue posible solamente conforme ella luchó contra los tentáculos mata-espíritus de la vida religiosa de su tiempo. Esta fue una vida religiosa alejada del fuego y la pasión del Jesús de los Evangelios. Su búsqueda radical cosecuente por un cambio transformador estuvo anclado en una conciencia creciente de la misericordia sin límites del Dios revelado por Jesús. Así que su mantra era, “mantener tus ojos en Jesús.” En el proceso Teresa se movió en el doloroso pero alegre viaje de ser una monja piadosa a ser una santa gloriosa, una reformadora de la vida religiosa y una Doctora de la iglesia.

Yo tengo una historia mucho más personal y sencillla pero que sigue el mismo patrón. En una misa dominical cuando estaba en cuarto grado, yo recibí dos hostias por parte del sacerdote.  Meditando a fondo en mi formación teológica y cultural esto se volvió el momento más traumático en ese momento de mi vida. Yo estaba seguro que iría derechito al infierno si tragaba la segunda hostia. No podía detener la misa para devolverla.  Sumergido en temor y ansiedad, la puse a un lado de mi boca con la esperanza de regresarsela al sacerdote en la sacristía después de la misa. No tuve esa suerte. Se disolvió. Para mi asombro el piso no se abrió para llevarme a las eternas llamas que estaba seguro que me esperaban.

Al final de la misa corrí hacia Monseñor para expresarle mi pena e inocencia ante el desastre de las dos hostias. Él dijo con una suave palmadita en mi cabeza, “hey chico, eso no es problema. No te preocupes por eso.”

Este encuentro sacerdotal me dio una mente de veinte años que empiezan en el Vaticano II.  Me imaginaba que si ellos me ensañaban tanto temor de Dios, talvez yo tenía que buscar un mejor programa tenía todo pero me aseguraba que estaba a unos segundos del fuego eterno del infierno.  Era un poco confuso para mi curiosa mente de cuarto grado.

Como el hombre ciego  yo estaba en el camino para encontrar a Jesús en una manera diferente de como yo aprendí en el catecismo de Baltimore. Trato de tomar el mensaje de mi hermana Carmelita para “Mantener los ojos en Jesús” conforme continuo el viaje de una nueva búsqueda para la apertura al misterio que es Cristo Crucificado y Cristo Resucitado.
En Cristo.


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