LLAMADO A LA SANTIDAD-4



Evangelización y contemplación: fijando nuestros ojos en Jesús

Durante muchos años, he hecho un llamado hacia Santa Teresa de Ávila y el Papa Francisco para ayudarnos a explorar las riquezas de nuestra espiritualidad católica. Me gustaría ir una vez más a lo profundo de sus visiones y sabiduría para ayudarnos a comprender el llamado universal a la santidad. Para ello usaré el llamado a la evangelización del Papa y las citas para una oración más profunda de Teresa de Ávila en la tradición Carmelita.

Estas personas aparentemente diferentes ofrecen mucha claridad para nuestra directiva de proclamar la Buena Nueva de un Dios amoroso a un mundo tambaleante en busca de significado y dirección. En ambos escritos, La Alegría del Evangelio y El Castillo Interior, encontramos una fuente vasta de sabiduría para guiarnos en nuestra peregrinación hacia Dios en la confusión y quebrantamiento de nuestras vidas y de nuestro mundo. Ambos, el Papa Jesuita y la santa Carmelita, nunca se cansan de decirnos que mantengamos nuestros ojos y nuestro corazón fijos en Jesús. Ambos están de acuerdo en que una de las mayores consecuencias de este encuentro continuo con Jesús será una conciencia nueva y atractiva por los pobres y aquellos marginados en nuestro medio.

El desafío de la evangelización y la necesidad por la contemplación

Para el Papa Francisco, el énfasis en la búsqueda por la santidad universal nos llama a compartir el llamado de Jesús a evangelizar. Para Teresa, la oración más profunda que abre a la contemplación, es la experiencia más importante. Estos dos conceptos aparentemente diferentes se apoyan mutuamente en la búsqueda de Dios. El Papa nos dice al inicio de La Alegría del Evangelio que tener a Jesús en nuestra vida nos libera de la estrechez y el ensimismamiento. Nos movemos constantemente hacia el desarrollo de nuestro ser de acuerdo al plan de Dios. Queremos compartir con otros el amor que hemos descubierto. Este crecimiento personal y espiritual nos mueve a compartir la Buena Nueva, para evangelizar todo lo que tiene vida.

El Papa se refiere a una declaración de Obispos de Latinoamérica y el Caribe: “La vida crece al regalarla y se debilita en aislamiento y comodidad. En verdad, aquellos que disfrutan más la vida son los que dejan la seguridad a un lado y se emocionan con la misión de comunicar vida a otros.” Francisco está simplemente agregando su voz sobre el tema de la evangelización a un mensaje expresado muchas décadas atrás por Pablo VI y repetido por Juan Pablo II y Benedicto XVI. Todos nosotros estamos llamados a proclamar el evangelio, y al hacerlo, transformamos el mundo y nuestro ser al dar nueva vida en Jesucristo. Todos estamos convocados a ser evangelizadores, discípulos misioneros.

Esto es nuevo para nosotros, esta no es una visión común que nosotros compartimos como seguidores de Cristo en la iglesia de hoy. Para muchos, la idea de la evangelización está limitada y con frecuencia, distorsionada. La verdadera evangelización significa muchísimo más que estar parado en una esquina sosteniendo un letrero que dice: “Jesús salva” De igual manera, la mayoría respeta la religión de otros y sencillamente no están cómodos hablando sobre las riquezas de nuestra fe. La religión es un asunto privado en el intercambio social usual que compartimos. Esto es especialmente así en problemas personales pero también un grado en la esfera social, económica o política.

El Concilio Vaticano II prepara el escenario para este desafío renovado de la evangelización. Los miembros del Concilio establecen un llamado claro a la santidad universal. Este también es un mandato que no ha sido parte del entendimiento generalmente aceptado de lo que significa ser un buen cristiano. Francisco y Teresa ofrecen una visión más profunda y más extensa de lo que significa para nosotros caminar con Jesús en la tarea dada por Dios para evangelizar y para buscar el regalo de Dios de la contemplación. Estamos convocados para ser santos y somos dirigidos a compartir la Buena Nueva del amor de Dios en Cristo en nuestra vida y en nuestras acciones. La evangelización, comprendida en la plenitud de su significado es un progreso radical en nuestra conciencia y la aceptación de nuestro llamado cristiano. Francisco nos pide proclamar la profundidad del amor de Dios en Cristo conforme entramos más profundamente en el misterio. Él cita a Juan de la Cruz, el gran Doctor del misticismo, para describir este proceso: “La espesura de la sabiduría de Dios y su conocimiento es tan profundo y tan amplio que el alma, sin embargo, mucho tiene aún por conocer, puede ir siempre más profundo.”(Cántico Espiritual 36, 10)

La contemplación, una nueva y diferente experiencia de Dios, donde Dios toma un papel fresco y activo, normalmente es el resultado de un viaje fiel y generoso con Jesús. Teresa de Ávila nos señala un sendero claro y directo hacia este desarrollo especial. En los siglos que siguieron a la Reforma ciertos elementos de la tradición fueron descuidados o tergiversados. La evangelización y la contemplación fueron dos víctimas significativas del descuido y la tergiversación. La distorsión y el descuido de la evangelización y la contemplación llevo a minimizar la santidad para la mayoría de miembros de la iglesia. La contemplación fue específicamente retorcida para ser entendida como el privilegio de unos pocos elegidos y no como la consecuencia normal de una vida cristiana de fe. La evangelización fue minimizada y considerada principalmente como una tarea exclusiva de la facción clerical de la iglesia.

Como su invitación al igual que el de muchos otros tesoros enterrados, el Concilio Vaticano II nos ha dirigido a recuperar las riquezas escondidas de estos recursos profundos, un ser central santo para todos los discípulos de Cristo. Este encuentro más profundo con el mensaje de Cristo y con el llamado a una experiencia más profunda de oración son el pasaje a nuestra más auténtica experiencia de Dios.
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