LOS DISCÍPULOS: UNA LECCIÓN PARA NOSOTROS


Si leemos el evangelio de Marcos cuidadosamente, es algo chocante como él describe a los discípulos. Particularmente, en la segunda mitad, Marcos pinta un cuadro oscuro de los seguidores más cercanos de Jesús. Ellos sencillamente no entendieron el mensaje. Gradualmente, ellos salieron de su agenda dirigida por su ambición. En el momento de la prueba final en ese fin de semana de la muerte y la resurrección, su abandono a Jesús fue aparentemente completo. Ellos incluso rechazaron el mensaje de María Magdalena en la mañana de Pascua.

Ahora, sobrecogidos en su debilidad, confusión y temor, ellos son confrontados por el Cristo resucitado. Esto los llevó a un avance demoledor de la pregunta de Jesús. Ahora ellos empezaban a comprender que la verdadera identidad de Jesús será encontrada en el corazón atribulado. Estos corazones eran en verdad el verdadero campo de batalla del bien y el mal, el pecado y la gracia, ambición y entrega. Solamente Jesús podía hacerlos libres para empezar el viaje de amor.

No más podían ellos ver a Jesús como su boleto a la seguridad, prosperidad y privilegio. Ahora, ellos tenían que recalcular el mensaje completo de Jesús como el Mesías Sufriente y no el Mesías de la exclusividad y elitismo.

La gran historia no es la falla obvia de los discípulos sino su humilde aceptación de la necesidad de cambiar y entrar otra vez a las enseñanzas de Jesús por medio del filtro de la muerte y la resurrección.

Al final, a diferencia del hombre rico, ellos no se alejaron, sino que se quedaron fieles a la lucha. Ellos eventualmente dejaron ir sus sueños rotos y ambición exagerada. Ellos empezaron a responder de nuevo a la pregunta fundamental de Jesús, “¿Quién dicen ustedes que soy yo?” (Marcos 8: 29)

Solamente en una valiente evaluación de sus vidas, entendieron la profundidad del mensaje y la totalidad del costo. Les tomó a ellos un largo tiempo para “entenderlo todo”.

Un gran paso en este largo viaje fue entender cuán poco apreciaron la maravilla y belleza de la presencia de Jesús, sus enseñanzas y amor en sus tres años de compartir, de intimidad y de discernir el misterio de su identidad.

Los evangelios están estructurados de manera que nosotros, como Pedro y los otros discípulos, encontremos a Jesús en la maravilla de su ministerio. Estamos llamados a recibir sus enseñanzas y a testificar sus sanaciones. Estamos desafiados a responder a su mensaje radical de perdón e inclusión. Estamos invitados a ponderar la maravilla de su compasión. Estamos invitados a entrar en sus historias. Nos ayuda a vernos a nosotros mismos como la persona que recuperó la vista, el leproso que fue limpiado, el paralítico que es perdonado y sanado.

En esta forma de lectura de los Evangelios con un corazón hambriento, somos guiados a la misma pregunta crítica que ultimadamente confundió a los primeros discípulos: “¿Quién dicen ustedes que soy yo?” (Marcos 8: 29) no hay pregunta más importante y desafiante en nuestra vida. ¿Quién es Jesús para nosotros?

Para los discípulos y para nosotros, el poder transformador del mensaje viene lentamente. Estamos en el camino pero nuestro encuentro con Jesús es siempre parcial e incompleto. Estamos creciendo en conciencia de nuestros límites personales que nos abren siempre tan lentamente a la misericordia de Dios. El encuentro con Jesús siempre viene a un precio, y un precio que continua en escalada. En el centro del encuentro con Jesús está una transición moviéndose de nuestra visión de la felicidad, de nuestras prioridades, a la visión y llamada de Jesús. Este proceso de conversión se repite en sí mismo a niveles más profundos conforme nos mantenemos fieles con Jesús en el camino a Jerusalén.

La oración personal profunda lleva a una apreciación siempre en expansión de la identidad de Jesús, y a la vuelta, lo que es la voluntad de Dios para nosotros. Una experiencia más profunda y nueva de oración, fluyendo de esta conversión, nos empodera para vivir en una forma que es más y más guiada por la voluntad de Dios. Eventualmente, nos llama a decir no a todo lo que no es Dios. Esto es posible solamente conforme crecemos dolorosamente en conciencia de la profundidad de nuestra debilidad y quebrantamiento. La necesidad de ser purificados y transformados se vuelve sobrecogedoramente transparente. Este cambio necesario puede suceder en esta vida al seguir fielmente a Jesús. Si no, sucederá en la otra vida. Es llamado purgatorio. Aprendemos lentamente pero de seguro todo es sobre la misericordia de Dios. La historia de nuestras vidas es la historia de la misericordia de Dios.
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