LA ADICCIÓN ES UNA BENDICIÓN


Recientemente escuché el segundo capítulo de la historia de la vida de un compañero de la escuela de gramática. El primer capítulo se centraba en su notable ascenso exitoso en su carrera de negocios. El segundo capítulo, aunque muy diferente, me hizo poner más atención en él.

Pues bien, a lo largo de la vida, él perdió la batalla contra la maldición Irlandesa. Su vicio de la bebida dejó a su familia en una gran confusión. Su esposa lo dejó. Sus hijos adultos estaban confundidos y muy amargados al ser testigos de su aparente auto destrucción.

Sin embargo, no todo estaba perdido. De hecho, se ganó mucho cuando él recibió el regalo de la sobriedad. Este es el punto de mi entusiasmo. El milagro de la Gracia de Dios, el regalo que finalmente es el que importa más en la vida, el que es más fácilmente abrazado en la debilidad de la recuperación que en el resultado final del éxito financiero. La única bendición de la adicción es esta. Puede llevarnos a aceptar nuestra dependencia total de Dios en medio de las más severas expresiones de nuestro quebrantamiento humano, en la adicción. Nuestra libertad nos permite aceptar la gracia de Dios como el único camino para la liberación. De manera, que realmente aprecié mucho el final del segundo capítulo en la sobriedad de mi amigo en lugar de toda la miseria humana junto al doloroso camino de la recuperación. La alternativa era permitir que el alcoholismo tuviera la palabra final que es la muerte.

I

En el siglo XIV, la famosa mística, Julian de Norwich, tuvo esta visión. Ella dijo, primero viene la caída, luego la conversión. Ambas son expresiones de la misericordia de Dios.

Las reflexiones de Gerald May sobre la adicción comparten esta visión. Para May, esta es la única dimensión seria liberadora de las adicciones. Nos hace ponernos de rodillas en total impotencia. Estamos atrapados. El único escape es volvernos hacia la misericordia de Dios. Es una elección de la vida o la muerte. La poderosa patología de la adicción nos da una posibilidad doble: aceptar la destrucción total que causa la adicción o volvernos hacia Dios. Por lo tanto, la adicción, en este extraño giro de eventos, con frecuencia lleva hacia una de nuestras experiencias más profundas de la gracia de la misericordia de Dios y su compasión. La gracia con frecuencia brilla maravillosamente en la adicción.

La descripción perceptiva y articulada de Gerald May de cómo trabaja la gracia de Dios y la libertad humana concluye con que no importa que tan poderosa sea la adicción, la interacción de la gracia y la libertad siempre permanecen como una opción. Profundizando en el misterio de la gracia, él señala que Dios nunca nos controla pero siempre respeta nuestra libertad. El centro del misterio de la gracia es así, el amor de Dios nunca cambia, no importa cuál sea nuestra respuesta. Ya sea que sigamos insistiendo en nuestro rechazo a la llamada de Dios o que nos sometamos completamente a las demandas de la gracia, Dios y su amor permanecen igual que siempre. Este amor divino es como “El sabueso del cielo” siempre persiguiendo nuestro amor y compromiso.

Este amor divino que nunca cambia contrasta con el amor humano que siempre está cargado con el quebrantamiento de un corazón dividido. Las adicciones siempre están alejándonos de la llamada de la gracia. Por otro lado, independientemente de nuestra generosidad o fallas, el amor de Dios siempre permanece enfocado en nuestro bienestar total. Dios nunca se aleja de nosotros en nuestro pecado y rebelión.

Es justo en esta juntura de la fidelidad de Dios y nuestra ambivalencia que May encuentra la gran visión de Julian de Norwich. Aun cuando nuestras acciones tienen consecuencias desastrosas, Dios todavía respeta nuestra libertad. Aun en nuestro pecado, no importa cuán extenso o dañino, el amor de Dios es totalmente fiel a nosotros. Siempre nos está llamando para salir de la muerte hacia la vida.

La sobrecogedora carga de las adicciones nos lleva a ponernos de rodillas. La muerte nos ronda por la cara. Para la mayoría de adicciones que implican el abuso de sustancias el efecto incluye muerte física y espiritual. Ya que todas las adicciones serias, llevan a la idolatría producen una dimisión espiritual. Estamos totalmente contritos por la pérdida de la libertad cuya única redención es la entrega a Dios. Por lo tanto, la adicción, en este extraño escenario, con frecuencia nos abre a una de las experiencias más profundas de la gracia de Dios. Para ambos, May y Julian de Norwich esta es la misericordia de Dios que florece de la total depravación de nuestras adicciones.

II

El Sabueso del Cielo


El poeta inglés del siglo XIX Francis Thompson escribió “El Sabueso del Cielo” es un poema profundo sobre la gracia y la adicción. Es una magnifica historia del amor de Dios persiguiéndolo a través de la total depravación traída por su adicción a las drogas. Describe en detalle la futilidad de la búsqueda de la felicidad en las drogas. El poema retrata a Dios como el Sabueso del Cielo en incesante persecución del poeta, ofreciéndole la libertad, la sanación y gracia real en contraste a las destructivas y fatales consecuencias de las drogas.

El poderoso lenguaje que usa Thompson despliega la profundidad del conflicto ardiente en su alma. Solo dolorosa y lentamente el amor de Dios emerge en respuesta a la persistencia del Sabueso del Cielo.

Aquí presento unas pocas líneas claves del poema junto con la sección final. Espero que esto los anime a leer el poema completo.


EL SABUESO DEL CIELO.

(Fragmento)

"Todas las cosas traicionan, a quien me traiciona."
"Nada refugia, a quien no se ampara en Mí".
Nada
"(Él dijo),
"Y el amor humano necesita del merecimiento humano:
¿Cómo lo has merecido -
De todo el barro coagulado del hombre el bobalicón más deslucido?
¡Ay!, tú no sabes
¡Qué poco digno eres de cualquier amor!
¿En quién quieres encontrar tú el amor innoble,
Sálvame, ¿sálvame sólo a mí?
Todo lo que tomé de ti, lo tomé pero,
No para hacerte daño,
Pero al igual lo pudiste buscar en mis brazos.
Todo lo que confundiste de niño
Imagínatelo como perdido, lo he guardado para ti, en casa:
¡Levántate, estrecha mi mano y ven! "
Detén junto a mí esa pisada:
Es mi tristeza, después de todo,
¿Es sombra de su mano, extendida afectivamente?
"Ah, más tierno, más ciego, el más dócil,
¡Soy el que tú buscas!
Tú encaminaste el amor hacia ti, quien lo encaminara hacia mí”.
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