EL BAUTISMO DEL SEÑOR


LUCAS 3: 5-6, 21-22

Estimados amigos en Cristo, hoy celebramos el Bautismo del Señor. Esta fiesta concluye el tiempo de navidad en el año litúrgico.

El mensaje secular de navidad se termina con las ventas especiales que duran unos días después del 25. La iglesia tiene un calendario totalmente diferente y un significado totalmente diferente para la navidad.

“El Verbo hecho carne” (Juan 1: 16) del Evangelio según San Juan que se lee en la Misa de Navidad al medio día, es nuestra invitación para ponderar lo que significa que Dios se volvió humano. Ese misterio se hace aún más desafiante en el Evangelio de hoy cuando Jesús es bautizado.

Por medio de Jesús, Dios escogió entrar a nuestra realidad, para compartir nuestra experiencia. El bautismo es un símbolo de ese compartir porque una parte muy verídica de nuestra realidad es que necesitamos el perdón de nuestros pecados.

Navidad significa que Dios compró el paquete humano completo en el nacimiento de Jesús. Esto incluía pañales y cepillo de dientes, aprender a caminar y cómo clavar un clavo. A un nivel mucho más profundo, significa que el amor y la bondad fueron para encontrar pecado y maldad. Significaba que Él quien es el camino, la verdad y la vida ultimadamente traería esta vida al conflicto con la ignorancia y la violencia y su consecuencia en la muerte. Que el Verbo se haya hecho carne significa que Dios abrió el camino para que nosotros salgamos de la oscuridad de nuestra humanidad quebrantada. Fue el inicio de nuestra liberación de la muerte.

Pablo, en la carta a Tito en la segunda lectura de hoy dice, “Pero se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador y su amor a los hombres. Pues no fue asunto de obras buenas que hubiéramos hecho, sino de la misericordia que nos tuvo. Él nos salvó por el bautismo que nos hacía renacer y derramó sobre nosotros por Cristo Jesús, nuestro Salvador el Espíritu Santo que nos renovaba. Habiendo sido reformados por gracia esperamos ahora nuestra herencia, la vida eterna.” (Tito 3: 4-7)

Cuando Jesús se volvió un bebé hubo consecuencias. El bien y el mal estuvieron en el conflicto absoluto y final. La luz y la oscuridad, una gran parte de nuestro tortuoso viaje como humanos, esos iban a rifarse la batalla final. El amor y el odio, que saturan nuestra lucha diaria dentro de nuestros corazones, dentro de nuestras familias, dentro de nuestras comunidades y dentro de nuestro mundo tienen el último y más consecuente conflicto. Que el Verbo se haya vuelto carne no solamente significaba que lo llevaría a la cruz sino que aun más importante, significaba la victoria de la luz y la verdad y el amor y la vida en la Resurrección.

En Jesús, las semillas de la victoria son sembradas de manera que el amor sobrepasa al odio, la ignorancia es succionada para convertirse en el poder de la verdad, y la vida es la última palabra en la conquista de la muerte. El amor de Dios prevalece en Jesús, el Hijo Amado.

Escuchamos la Buena Nueva de este gran evento otra vez en el prefacio de la misa de hoy para el Bautismo del Señor:

“Porque en las aguas del rio Jordán revelaste con señales y maravillas un nuevo Bautismo y así por medio de la voz que venía del cielo podemos creer en el Verbo que habita entre nosotros y por el descenso del Espíritu en forma de una paloma podemos saber que Cristo su siervo ha sido enjugado con el aceite de la complacencia y enviado para traer la buena nueva a los pobres.”
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