PENTECOSTÉS

JUAN 14: 15-16, 23-26 


Estimados amigos, si ha habido un tiempo para ser cuidadosos por lo que oramos, es en este domingo de Pentecostés cuando oramos por la respuesta: “Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra.” Cuando el Espíritu viene, hay una explosión de creatividad. Los límites de nuestra zona de confort están bajo asedio.

Todas las lecturas de hoy descubren la acción del Espíritu. La presencia del Espíritu es un evento inquietante. Abre la amplitud y profundidad del mensaje revolucionario de Jesús. Hay una creación de nuevos mundos con expansión de horizontes, con la aceptación de lo nuevo, lo diferente y lo que tenemos descuidado. El Espíritu destroza nuestro sentido de seguridad, y con frecuencia, nuestra confianza enraizada en la falsa independencia. El Espíritu siempre está pidiendo más, por nuevas maneras de incluir a los demás.

Los discípulos que recibieron el Espíritu, como es descrito en Los Hechos de los Apóstoles, fueron apartados sólo por un momento de ser dominados por la búsqueda de poder, prestigio y riqueza en su compromiso con Jesús. (Marcos 8:22 - 10:52) Con la iluminación del Espíritu, el mensaje de Jesús tenía un nuevo poder transformador dentro de sus corazones. Ahora las buenas nuevas del amor incondicional de Dios y su misericordia sin límites penetraba en todo su ser. El misterio del Cristo Crucificado y Resucitado ahora abría sus ojos y corazones. La realidad ahora era experimentada con una gracia y belleza que los alejaba del egoísmo para liberarlos en un viaje de amor. Con la guía del Espíritu, ahora ellos se sentían como en casa en el mundo de cabeza de Jesús. Finalmente, ellos anhelaban servir, lavar los pies, ser los últimos y desear perder sus vidas de manera que ahora podían caminar en la nueva realidad de vida y verdad revelada en Jesús.

Les tomó algo de tiempo, pero eventualmente experimentaron su derecho de nacimiento como el Pueblo Elegido para ser la nueva realidad del mundo. Con mucho esfuerzo, rompieron la esclavitud de la ley y abrazaron la libertad del Espíritu. Ellos vieron claramente el infantil y destructivo tirar de la carne. Ellos reconocieron que “El fruto del Espíritu es el amor, la alegría, la fidelidad, la dulzura del autocontrol. (Gálatas 5: 22-24)

Conforme los discípulos aprendieron a escuchar al Espíritu, dos cosas se volvieron obvias para ellos. Primero ellos tenían que aprender a escuchar a sus corazones. Esto destrozó su visión tradicional y sentido común de la realidad. Y segundo, ellos deben asentir las dolorosas consecuencias de la presencia del Espíritu. Siempre demanda un cambio, una experiencia perturbadora.

Los discípulos recordaron a Jesús diciéndoles que él enviaría el Espíritu para profundizar su conciencia de sus palabras. Esto les ayudó a enfrentar el caos y confusión que ellos sabían que era un subproducto del movimiento del Espíritu.
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