Parroquia de San Lorenzo


Estimados feligreses, Yo crecí en la parroquia de San Lorenzo en el lado sur de Chicago. Fue una experiencia linda y enriquecedora en muchas formas. Pero sobre todo fue muy humana, sufría de la ceguera revelada en el Evangelio de hoy. Con el paso de los años he crecido en conciencia de los muchos prejuicios y de la ignorancia que fueron implantados en mí por la formación católica irlandesa de mis primeros años.

Primero que todo, teníamos una puerta abierta directo al infierno para todos los demás. Protestantes y católicos caídos, especialmente los divorciados,  encabezaban el desfile. El papel de las mujeres era muy claro: en la cocina y preferiblemente embarazadas. La “gente de color”, el término operativo de respeto para los afroamericanos en mi juventud, eran inferiores y felices de permanecer al otro lado de la calle, donde Dios los había puesto. Como católicos éramos muy patrióticos y con apoyo completo a la locura de la escalada nuclear.

Estábamos orgullosos de ser católicos liderando el camino en la censura de películas para mantener la ortodoxia pélvica. Nunca concedimos nuestros pensamientos para glorificar las borracheras, humo de cigarro y la violencia de Hollywood. Los únicos hispanos que conocía eran los mexicanos y eso era por medio de películas solamente. Ellos eran siempre los perdedores superados únicamente por el salvajismo de los nativos americanos cuando atacaban los asentamientos de los blancos.Podría hablar mucho sobre el dominio clerical pero ese punto está muy claro. La religión organizada, no importa cuán bella y profunda sea, no está tan lejos del fariseo en el Evangelio de hoy.

No pienso con mucha frecuencia en lo que la siguiente generación verá en nuestra parroquia y en la iglesia de hoy que está completamente fuera del radar de los valores del Evangelio. Estoy seguro que hay mucho para considerar aún si está escondido de nuestra conciencia en este momento.

Tener la franqueza y la integridad del recolector de impuestos es más bien una proeza espiritual. Santa Teresa de Ávila nos enseña la gran importancia del autoconocimiento. Ella lo practicó tanto que pudo decir al final, que la historia de su vida es la historia de la misericordia de Dios.

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