Un lento viaje de amor por la Palabra de Dios


I

Era el año 1954, nueve años antes del Concilio Vaticano II. Yo tenía todo empacado y listo para salir hacia el seminario Carmelita. El dilema era que aún tenía una gran Biblia que fue un regalo. Como la mayoría de los católicos de ese tiempo, no tenía interés en la Biblia. Sin embargo, tenía gran amor y respeto por mi párroco que me la había regalado. El amor por mi mentor ganó. De mala gana tomé la Biblia.

Con el paso de los años, seguí arrastrando la Biblia conmigo hasta que en mis pocos años finales empecé a usarla en mis estudios. Después de cerca de una década de estudios y formación, finalmente empecé a desarrollar algo de aprecio y un poco de entusiasmo por la Biblia. Lentamente, supe que mi espiritualidad estaba completamente vacía del regalo de la Palabra de Dios. Fue solamente después de las enseñanzas del Concilio Vaticano II que empecé a filtrar mi conciencia en mis primeros años como sacerdote cuando empecé un viaje que me guiaba hacia el verdadero amor por la Biblia. Ahora, después de 58 años como sacerdote, puedo decir que no pasa un solo día en el que no aprecie aún más la Biblia. Es una fuente de sabiduría y luz y una guía para la experiencia diaria.

Una de las claves para mí en el viaje de la ignorancia y la indiferencia hacia el amor y el compromiso por la Palabra de Dios fue esta: empecé a entender la Biblia como una historia que es, en verdad, nuestra historia.

II

La experiencia de Dios que tiene el pueblo elegido

Recuerdo un gesto muy sencillo en una de mis clases hace algún tiempo. Un esposo llegó tarde y le dio un corto pero afectuoso beso a su esposa de muchos años cuando se sentó junto a ella. El beso fue más bien modesto aunque expresivo de una realidad muy profunda. No fue solo una demostración de afecto. Tenía el peso de su viaje mutuo para bien o para mal, en la enfermedad y en la salud en el paso de las décadas.

La Biblia es como ese beso. Es una historia de amor entre Dios y su pueblo. Es sencillo pero también extravagante. Refleja una historia de lealtad humana, ambivalencia y rechazo por siglos.

Los relatos de la creación en el Génesis tienen su propio estilo. Son un grupo con un mensaje profundamente simbólico. Contienen visiones profundas sobre la experiencia humana y nuestra realidad histórica. Su descripción de la aventura humana está enraizada en tres relaciones fundamentales y profundamente conectadas: con Dios, con el prójimo y con la creación. Los sucesos del génesis relatan un quebrantamiento básico en estas tres interacciones vitales. Esta es la realidad del pecado. Nuestros padres fijaron el patrón. Nosotros lo seguimos.

Presumimos de tomar el lugar de Dios en el centro de toda realidad. Nos rehusamos a reconocer los límites de ser criaturas. Mientras que la Biblia es la historia de la salvación, la necesidad por la salvación fluye de las historias de rebelión humana reveladas en  los primeros once capítulos del Génesis. 

El Papa Francisco tiene un nombre para este pecado de situarnos en el centro en la experiencia histórica de hoy. Él la etiqueta como “Relativismo práctico”: nosotros mismos colocándonos en el centro, dando absoluta prioridad a la conveniencia inmediata y todo lo demás se vuelve relativo.

Este relativismo, una expresión poderosa y penetrante del pecado en nuestros días, lleva a la explotación y negligencia de otros en todas las manera posibles. Las personas son reducidas a objetos. El abuso a otros en especial económicamente, racialmente y sexualmente es una consecuencia natural de esta manera de pensar. Este enfoque caracteriza las fuerzas invisibles del mercado, el tráfico humano, el crimen organizado, tráfico de drogas y un mal uso desenfrenado de la tierra, aire y mar, junto con los bosques y toda la vida animal. Tordas estas fuerzas destructivas fluyen de esta falsa visión y negación de la dignidad humana. Otra expresión de este pecado es la rutina “usar y tirar” de un consumismo maligno. Esta corrupción diaria de nuestro medio ambiente genera un vasto desperdicio que está destruyendo nuestro ecosistema.

La historia de salvación que empieza en el capítulo doce de Génesis es sobre el llamado y la promesa hechos a Abraham. La historia cubre casi dos mil años de la evolución de esa promesa que lleva hacia Jesús cuya vida concluye esta lucha de la época de pecado y gracia.

En un vistazo más amplio, la historia fluye en un marco de tiempo de dos mil años de Abraham a Moisés y a David. Luego se mueve hacia los profetas terminando en Jesús. Es una expresión continua de la fidelidad de Dios y la ambivalencia humana. La historia se mueve de la promesa de Abraham que se vuelve el padre de una gran nación a Moisés que libera al pueblo en el camino a la tierra prometida. La era de David y los Reyes inicia la idea de esperanza por la intervención final de Dios en la persona del Mesías. La ilustración del mensaje de los profetas desarrolla y profundiza esta esperanza. A lo largo del camino somos obsequiados con la sabiduría colectiva del pueblo en muchos de los otros libros e historias, especialmente en los Salmos. También nos llevan más profundo en el misterio de este siempre activo, siempre amoroso y salvador Dios.

Durante este viaje completo de la familia de Abraham que evoluciona de las doce tribus en el Pueblo Elegido, la esperanza de la promesa avanza a pesar de las profundas y consistentes infidelidades. De igual manera, hay un lento pero constante crecimiento en la comprensión comunal de quien es Dios y lo que quiere. Muchos siglos después de Abraham, el pueblo llegó a la verdad más profunda de todas: hay solamente un Dios, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob.

El empuje completo del movimiento de esta historia de salvación lleva hacia Jesús, el verbo de Dios. En Jesús, tenemos la plenitud de la revelación de Dios. Tenemos la invitación en el misterio de amor.

III

En la décima segunda semana del tiempo ordinario, hay algunas lecturas excepcionales del segundo Libro de Reyes. El primer evento en el año 721 antes de Cristo es sobre la destrucción del Reino del Norte. El segundo en el año 587 antes de Cristo, describe la destrucción del templo y el exilio del Reino del sur. En todas las apariciones, Dios ha abandonado su compromiso con su pueblo elegido. Hubo pocos momentos oscuros en la historia completa de la familia de Abraham.

En este intervalo más intenso de desesperación y desesperanza, Dios inspiró a tres de los más grandes profetas de las escrituras judías para proclamar su presencia una vez más. Jeremías fue un profeta de condenas. Él confrontó la cómoda y materialista prosperidad que llevó a la negligencia de la práctica religiosa y a un egocentrismo en total descuido de su herencia religiosa. Él predijo el caos que venía.

Ezequiel compartió el mismo mensaje de Jeremías pero él se unió al pueblo en el exilio. Esto lo llevó a cambiar su tono. Atrapado en la total desesperación y completa pobreza de la vida en Babilonia, él cambió a un mensaje de profunda esperanza y compasión.

Isaías dijo solamente un mensaje de consuelo y liberación. Su voz sonó al final y en los días más oscuros antes del regreso a Jerusalén. Su mensaje de la bella confianza en Dios con frecuencia es descrito como el presagio del Evangelio.

Mientras estos profetas hablaron en lo más sombrío de los tiempos, también hablaron en los tiempos más decisivos en la larga búsqueda de Israel por la verdadera experiencia de Dios. El pueblo fue despojado hasta su más débil y vacía condición. De manera que vinieron a Dios con las manos realmente vacías. 

Estos profetas tenían un poderoso mensaje de fe renovada en el Dios de sus ancestros. Ellos llamaron a una revitalización de las antiguas tradiciones para ver a Dios actuando en la historia. Ellos guiaron la lucha para volver a la verdadera adoración y la práctica para observar las enseñanzas de Moisés.

Fuera de la oscuridad y la desolación de cincuenta años de destierro de los babilonios, encontramos algunas de las enseñanzas espirituales más profundas de las escrituras judías. Particularmente fuerte es el implacable compromiso con el monoteísmo. No hay Dios fuera del Dios de Abraham, Isaac y Jacob.

IV

En la experiencia del exilio, tenemos una invitación a nuestra propia experiencia. Nuestros tiempos más oscuros nos encuentran despojados de nuestro más débil y grave destino. Somos libres de ver con una nueva claridad y poder nuestra dependencia de Dios. En nuestra pobreza, somos dirigidos hacia una nueva explosión de perspicacia: ¡Sólo Dios puede salvarnos y liberarnos!

Ahora las palabras de la Biblia, con toda una vida de cansada familiaridad, son transformadas con nueva autoridad y luz para revelar a un Dios que siempre escucha el llanto de los pobres. En nuestra debilidad, ahora sabemos que éste es nuestro llanto. Dios no nos abandonará.

Ya sea en la pandemia o en una crisis familiar, la pérdida de un trabajo o un niño problema, una vida de hostilidad racial o sexual o un continuo surgimiento de violencia engendrada con armas, hay una esperanza. La palabra de Dios ha hablado. El amor triunfará. Necesitamos abrazar ese mensaje en la realidad de nuestra oscuridad y de nuestras lágrimas.

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