Decimo Tercer Domingo del Tiempo Ordinario

Mateo 10: 37-42


Estimados amigos.

El Evangelio de hoy concluye la enseñanza de Jesús sobre la misión. Está claro que si vamos a caminar con Jesús, tenemos que pagar un precio. El sacrificio y el sufrimiento son parte del viaje. Este es el camino hacia la vida y la libertad en el esquema del Evangelio. La ley de amor del Evangelio significa que las personas que buscan solo para ellos mismos están ligadas a la ruina. Nuestra salvación está en salir de nosotros mismos en servicio y reconciliación. La espada de doble filo de la pandemia y el grito por la justicia racial cristaliza este llamado a ser testigos abnegados en nuestros tiempos.

En esta primera misión, y en todas las misiones que siguen, la prioridad es ser testigos, la integridad personal de las vidas de los proclamadores. El mensaje es siempre filtrado por medio de este compromiso personal con Jesús. En nuestro tiempo, el Papa Francisco ha hecho de esta verdad la mayor parte de su exhortación, La Alegría del Evangelio: “Yo sueño con ‘una opción misionera’ que sea un impulso misionero capaz de transformar todas las cosas, de manera que las costumbres de la iglesia, las formas de hacer las cosas, el tiempo y los horarios, el idioma y las estructuras puedan ser adecuadamente canalizadas para la Evangelización del mundo de hoy más que para su auto preservación.” (# 27)

Las palabras de hoy de Jesús que son aparentemente severas sobre la familia son sencillamente una invitación para poner todas las cosas en orden. Cuando amamos a Dios primero, no solamente amamos más a nuestra familia, sino que este amor es desinteresado y dador de vida. Este amor está libre de decepciones e ilusiones. Me gusta reflexionar sobre nuestro encuentro con la voluntad de Dios con este ejemplo: cada mañana despertamos con una notita de Dios esperándonos en esa mesita imaginaria junto a nuestra cama. Este pequeño texto divino es nuestra lista de cosas para hacer durante el día. Las prioridades máximas son las relaciones y las responsabilidades. Cada uno de nosotros en el viaje de la vida ha creado una red de trabajo de amor y servicio. Esta es la expresión más clara de la voluntad de Dios para nosotros.

De igual manera, el discipulado de Jesús enriquece y expande nuestra visión del mundo. Nuestras responsabilidades diarias del trabajo, la comunidad y la sociedad se abren a nuevos horizontes cuando caminamos con Jesús. Estamos invitados a ir más allá de la superficie, fuera de los angostos límites de nuestro egoísmo. Estamos invitados a entrar en las profundidades de la vida donde encontramos las maravillas del amor de Dios en el ordinario fluir de la vida. Nuestra tarea es cruzarle el palito a la “t” y poner el puntito a la “i” en las circunstancias particulares de nuestro tiempo.

Jesús lo hace claro. Necesitamos sacrificio y una reflexión más profunda para transformar nuestras vidas con nuestras familias y nuestras responsabilidades comunales y profesionales. Este mismo esfuerzo de sacrificio abre el cómo nosotros nos relacionamos con nuestros vecinos, cómo enfrentamos de desafío de un mundo que sufre por la negligencia de nuestro indulgente estilo de vida. Nuestra cultura consumista no le ha puesto límite a nuestros deseos. Estamos al filo de destruir nuestro planeta. La voluntad de Dios es clara. ¡Ya fue suficiente!

El Evangelio de hoy nos dice que aquellos que se buscan a sí mismos están el camino de la autodestrucción. Nuestra relación con Dios, con nuestros seres queridos, nuestra comunidad y con nuestro mundo solamente encuentra vida a través de la entrega.

“El que no tome su cruz y me siga no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá; y el que pierda su vida por mi causa la encontrará.” (Mateo 10: 38-39) El Jesús del Evangelio es claro. El camino a la vida es a través del sacrificio, la abnegación y nuestra cruz de cada día. Nuestra grande y continua tentación es crear un nuevo Jesús a nuestra propia imagen que nos libere de la dureza de este claro mensaje.
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