Santo Evangelio según San Lucas
(3, 15-16. 21-22)
Estimados amigos en Cristo,
Hoy celebramos el Bautismo del Señor. Es de mucha ayuda entender la riqueza y belleza del mensaje de esta fiesta, si recordamos que es la conclusión del tiempo de Navidad en el año litúrgico.
El mensaje secular de la Navidad ha terminado con las ventas especiales en los pocos días antes del 25 de diciembre. La Iglesia tiene un calendario totalmente diferente y también un significado totalmente diferente de lo que es la Navidad.
“El verbo se ha hecho carne.” (Juan 1: 16) esto es del Evangelio de Juan que se lee en la misa de Navidad al medio día. Es nuestra invitación a ponderar que verdaderamente lo que significa es que Dios se volvió humano. Ese misterio se hace aún más desafiante en el Evangelio de hoy cuando Jesús es bautizado.
Por medio de Jesús, Dios elije entrar en nuestra realidad, para compartir nuestra experiencia. El bautismo es un símbolo de ese compartir porque una parte muy real de nuestra realidad es que necesitamos el perdón de nuestros pecados.
Navidad significa que Dios adquirió el paquete completo de humanidad con el nacimiento de Jesús. Esto incluye pañales, cepillo de dientes, aprender a caminar y cómo clavar un clavo. En un nivel aún más profundo, significaba que en lugar de encontrar amor y bien, encontraba pecado y maldad. Significaba que Él, que es el camino, la verdad y la vida ultimadamente traería a esta vida conflicto, con ignorancia, con violencia, y las consecuencias de todo eso sería la muerte. Que el Verbo hecho carne significa que Dios abrió el camino para que nosotros salgamos de la oscuridad, de nuestra humanidad quebrantada que lleva a nuestra muerte.
Pablo dice a Tito en su carta de la segunda lectura de hoy “Porque la generosidad del Dios Salvador acaba de manifestarse a todos los hombres, nos enseña a rechazar la vida sin Dios y las codicias mundanas, y a vivir en el mundo presente como seres responsables, justos y que sirven a Dios. Ahora nos queda aguardar la feliz esperanza, la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador, Cristo Jesús, que se entregó por nosotros para rescatarnos de todo pecado y purificar a un pueblo que fuese suyo, dedicado a toda obra buena.” (Tito 2: 11-14)
Cuando Jesús fue bebé hubo consecuencias. El bien y el mal estuvieron en un sobrecogedor conflicto final. La luz y la oscuridad, una gran parte de nuestro tormentoso viaje como humanos, son los que tomaron parte en la batalla final. El amor y el odio, el cual encarna nuestra lucha diaria dentro de nuestros corazones, dentro de nuestras familias y dentro de nuestro mundo tienen el conflicto final y que es de mayores consecuencias. Que el verbo se haya hecho carne no solamente quería decir que llevaría a la cruz sino, aún más importante, significaba la victoria de la luz y la verdad y el amor y la vida en la resurrección.
En Jesús, las semillas de la victoria son sembradas de manera que el amor sobrepasa al odio, la ignorancia es apartada por el poder de la verdad, y la vida es la última palabra y la muerte es conquistada en el amor de Dios revelado en Jesús.
Escuchamos otra vez la Buena Nueva de este gran evento en el prefacio de la Misa del Bautismo del Señor.
“Porque en las aguas del Jordán tú revelaste con señales y maravillas un nuevo Bautismo, ya que por medio de la voz que bajó del Cielo podemos creer en tu palabra que mora entre nosotros y por el descenso del Espíritu en forma de paloma sabemos que Cristo, tu siervo ha sido ungido con el aceite de la alegría y enviado para llevar la Buena Nueva a los pobres.”