Vigésimo Sexto Domingo del Tiempo Ordinario

Marcos 9: 37-42 


Estimados amigos,

El Evangelio de hoy tiene dos puntos principales: las cosas buenas que ocurren afuera de la comunidad y las cosas malas que ocurren dentro de la comunidad. Como siempre, somos confrontados con una invitación al Misterio de Dios. Este ofrecimiento nos llama a expandir nuestro corazón y nuestra visión del mundo para abrazar la presencia de Dios en cada uno de nuestros hermanos.

Es interesante que cuando Juan le está diciendo a Jesús sobre el problema de los “fuereños”, él dice, “Nosotros hemos tratado de impedirselo porque él no anda con nosotros.” (Marcos 9: 38) en los capítulos previos y en los siguientes de Marcos hay una gran evidencia de que ese “nosotros”, que son los discípulos, todavía no entienden lo que Jesús está enseñando. Esto es verdad para muchos de nosotros en la iglesia de hoy.

El Vaticano II ha capturado la enseñanza de Jesús para hoy cuando proclama la universalidad de la gracia. Esto significa que Dios está siempre activo para alcanzar y llamar a cada ser humano a la vida de gracia, que es el Reino de Dios.

En tiempo reciente, los Papas continuamente han señalado la necesidad de la Evangelización. Parte de esta proclamación de las buenas nuevas traen una conciencia sobre el amor divino activo para todo lo revelado en Jesús. Esta evangelización se enfoca primero en los fieles. Hay tres grupos adicionales que necesitan la evangelización: aquellos bautizados que están viviendo una buena vida pero que no participan en la adoración y en los rituales de la iglesia; aquellos bautizados que están fallando en vivir incluso las mínimas responsabilidades de su bautismo y finalmente aquellos que aun no han encontrado a Cristo.

Muchos, en su calidad de padres, han luchado con su hijo que “Ha dejado la iglesia.” La cosa más importante que necesitan recordar es que Dios no ha dejado a su hijo. Este es un misterio doloroso de pecado y de gracia. Un elemento negativo al hablar sobre aquellos que han dejado la iglesia es de que muchos en la iglesia fallan al dar testimonio que encaje con nuestra llamada a ser seguidores de Jesús. Hay un impulso que está siempre presente en las personas religiosas y en las instituciones hacia la hipocrsía y la autorectitud, y una gran rapidez para señalar con el dedo a los demás. Un autor describe el incidente con Juan en el Evangelio de hoy como un espejo de “arrogancia clerical” en nuestros días. La iglesia siempre está en necesidad de reformas.

Aquellos que están fuera de la iglesia con frecuencia pueden ver sus defectos, las “cizañas” de la iglesia, con una mayor claridad. En la segunda parte del Evangelio de hoy, Jesús está llamando a que todos seamos testigos más allá de los defectos de la iglesia hacia el “trigo” del amor e inclusión como la realidad de la comunidad de fe.

Uno de mis amigos compartía la siguiente visión con mucha frecuencia. Él decía que cuando finalmente ve a una persona con un solo ojo, con un solo brazo y usando muleta para cubrir la falta de una pierna, es ahí donde encuentra a un verdadero creyente en la interpretación literal de las escrituras.

Una alternativa a esta vista literal de las Escrituras es lo que ha sido descrito como la “metáfora quirúrgica” para el texto de hoy. Jesús está diciendo que la última medida de la realidad es la elección del Reino de Dios. Esta elección, de acuerdo a Jesús, siempre debe ser nuestra prioridad e incluir ayuda que sostenga a otros en nuestra búsqueda mutua de Dios. No debería haber nada en el camino de esta decisión responsable y amorosa de situar a Jesús sobre toda clase de preocupaciones.

Un tema fundamental de conexión en el mensaje del Evangelio de hoy es la inclusión. Jesús siempre está desafiándonos a aceptar “al otro” en todas las diferentes formas y figuras. Esto abrevia el dejar ir y permitirle a Dios ser el distribuidor de misericordia y gracia. Necesitamos destruir las falsas etiquetas de separación y división. Necesitamos caminar humildemente en las huellas de Jesús. Nosotros somos y Él es el salvador. Nuestra tarea no es juzgar sino invitar a todos los demás a las manos misericordiosas de nuestro Dios amoroso.

Mientras tanto, necesitamos hacer todo lo posible para que la iglesia sea una señal de la misericordiosa bienvenida y del amor que es proclamado en el Evangelio. Todo empieza con nosotros.
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