Domingo de Pentecostés

(HECHOS 2: 1-11, GÁLATAS 5: 16-25, JUAN 15: 26-27 Y 16: 12-15)

Queridos amigos, si ha habido un tiempo para ser cuidadoso con lo que pedimos en nuestras oraciones, es en este Domingo de Pentecostés cuando decimos: “Señor envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra.” Cuando el Espíritu viene, hay una explosión de creatividad. Los límites de nuestra comodidad estan bajo acoso.

Todas las lecturas de hoy descubren la acción del Espíritu. La presencia del Espíritu es un evento inquietante. Abre las profundidades y la amplitud del revolucionario mensaje de Jesús. Hay una creación de nuevos mundos con expansión de horizontes, con la aceptación de lo nuevo, lo diferente y lo abandonado. El Espíritu aplasta nuestro sentido de seguridad, y con frecuencia, nuestra confianza enraizada en la falsa independencia. El Espíritu siempre empuja más, quiere nuevas formas de incluir a los demás.

Los discípulos que recibieron el Espíritu, como se describe en Los Hechos de Los Apóstoles, dejaron solo por breve momento de ser dominados por la busqueda del poder, prestigio y riqueza en su compromiso con Jesús (Marcos 8: 22; 10: 52) Con la iluminación del Espíritu, el mensaje de Jesús tenía una nueva transformación del poder dentro de sus corazones. Ahora las buenas nuevas del amor incondicional de Dios y su misericordia ilimitada penetraba en todo su ser. El misterio del Cristo crucificado y resucitado ahora abrió sus ojos y sus corazones. La realidad ahora es experimentada con gracia y belleza que los llevaba lejos del egoísmo hacia la libertad en el viaje del amor. Con la guia del Espíritu, ahora ellos estaban en casa en el mundo al revés de Jesús. Finalmente, ellos anhelaban servir, lavar los pies, ser los últimos y deseaban perder sus vidas y así podrían caminar en la nueva realidad de la vida y en la verdad revelada en Jesús.

Les tomo algún tiempo, pero ellos pronto vieron a todos más allá de la gente elegida como hermanos y hermanas. Con muchas dificultades, ellos rompieron la esclavitud de la ley y abrazaron la libertad del Espíritu. Ellos vieron claramente lo infantil y lo destructivo de la carne. Ellos reconocieron que el “el fruto del Espíritu es el amor, la alegría, la fidelidad, el gentil autocontrol.” (Gálatas 5: 22-24)

Conforme los discípulos aprendieron a escuchar al Espíritu, dos cosas se volvieron obvias. Primero ellos tenían que aprender a escuchar a sus corazones. Esto aplastaba su visión tradicional y el sentido común de la realidad. Segundo, ellos tenían que consentir a las dolorosas consecuencias de la presencia del Espíritu. Siempre demanda un cambio, una experiencia perturbadora.

Los discípulos recordaron a Jesús diciéndoles que Él enviaría el Espíritu para profundizar su conciencia de sus palabras. Esto les ayudó a enfrentar el caos y la confusión que eventualmente experimentaron al darse cuenta que era producto del movimiento del Espíritu Santo.

Dos ejemplos concretos de esta lucha con el cambio en la primera iglesia fueron: el retraso de la segunda venida de Jesús al mundo y la recepción de los gentiles dentro de la iglesia. Estos dos problemas fueron eventos verdaderamente traumáticos. Estos hacen que los cambios del Vaticano II parecieran un argumento sobre el color y tamaño del mantel del altar.

Los discípulos aprendieron que el Espíritu de Jesús los guiaría al futuro. (Juan 16: 13). A través de la historia esto ha servido para que muchos abusen al predecir el fin del mundo y muchas otras predicciones para beneficio propio. De hecho, esta apertura al futuro está más en linea con todo el trabajo del Espíritu, la construcción de la comunidad de fe en las huellas de Jesús. Esta enseñanza sobre el futuro nos dice que el Espíritu nos guiará a ver donde Dios está trabajando moviendo a la comunidad fiel hacia el futuro que Dios desea. Esto es lo que significan las señales de los tiempos. El verdadero futuro es caminar en la confianza y amar guiados por el Espíritu de Dios. Esto nos llama a compartir la creatividad de Dios y a oponernos a todo lo que disminuye esta llamada a la nueva vida en cualquiera y en todos nuestros hermanos y hermanas.
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