La Cuaresma y Teresa de Avila

Cuando yo era joven la Cuaresma era algo grandioso en nuestra familia que era muy católica. Los dulces, las galletas y los pasteles estaban fuera, la misa diaria estaba mejor. Cuando finalmente llegabamos a la Semana Santa, se volvía realmente una prueba de nuestra resistencia. Cada dia, hasta llegar al Viernes Santo, se leía completamente la Pasión del Señor de uno de los Evangelios, ni más ni menos, que en Latín. La mañana del Sábado Santo era lo más difícil. La misa empezaba a las seis de mañana. La mayoría del tiempo el sacerdote estaba al fondo de la iglesia con la gente de frente delante del altar. Todo parecía como siempre, pero se llevaba un poquito menos de dos horas. (Esto era antes de que ellos cambiaran a la Vigilia Pascual que celebramos hoy en día). Cuando el sacerdote venía al altar en el frente, él empezaba lo que parecía una misa regular.

Cuando llegabamos a casa, teníamos que esperar cerca de tres horas y media hasta el medio día. Este era el gran momento. Podíamos comer todos los dulces que eramos capaces de aguantar. Habíamos sobrevivido. Aun si no permanecíamos completamente fieles a nuestra resolución de Cuaresma, todavía estábamos dentro de la celebración.

Esto, por supuesto, era un evento profundamente cultural y minimamente conectado con el propósito real de la Cuaresma. Esa era nuestra idea de ser un buen católico. Eramos los sobrevivientes espirituales y los conquistadores esperando a ser recompensados.

Los cambios del Vaticano II le dieron vuelta a este escenario completamente. El nuevo énfasis hoy llama a la Cuaresma como un tiempo para preparar nuestro corazón para entrar en el Misterio del Amor que es Cristo Crucificado y Cristo Resucitado. Cristo es el centro. Nuestra lucha espiritual intenta girar nuestra atención hacia otro lado.

En el nuevo entendimiento de lo que es la Cuaresma, cualquier sacrificio debería ayudarnos a liberar nuestro corazón para encontrar a Cristo más intensamente. Las prácticas tradicionales de oración, el ayuno y las limosnas se entienden como medios para llegar a un fin. Estos significan liberar nuestro corazón para el viaje con Cristo en las escrituras de la Cuaresma y en nuestra vida. Nuestra verdadera meta de Cuaresma es celebrar la revelación más profunda del amor de Dios, el Salvador Crucificado y Resucitado.

Las enseñanzas de Teresa de Ávila pueden ayudarnos a entender esta profunda responsabilidad cristiana. Para Teresa, la base de la vida entera del espíritu es poner énfasis en Dios y alejarnos de nosotros mismos. Todas las cosas en sus enseñanzas, que la hicieron a ella la primera mujer Doctor de la Iglesia, fluye de esta unica fórmula. Dios es Dios. Nosotros sus criaturas. Dios es amoroso y misericordioso, un Dios que perdona. Nosotros somos criaturas pecadoras y quebrantadas pero amadas y perdonadas. La humildad y el autoconocimiento son una misión siempre-presente que nos permite ver a Dios como el centro y a nosotros mismos como los recipientes de este amor misericordioso sin condiciones y sin límites. Este amor misericordioso nos está llamando a que salgamos de nuestro propio yo y entremos en el Misterio del Amor.

La Cuaresma es un tiempo para re-enfocar. Es un tiempo para alejarnos de nuestra agenda egoísta. La Cuaresma es un tiempo para permitir que las lecturas diarias nos llamen a la conversión y a dirigir nuestros ojos hacia Jesús.

Para Teresa y para la iglesia, estamos llamados para alejarnos de ser los conquistadores espirituales listos para atracar sin golosinas al medio día del Sábado Santo como era en antaño.

En el esquema de Teresa, la prioridad es situar a Dios en el centro y alejarnos de nuestro yo interior. Debemos, en verdad, estar mejor si fallamos en nuestra resolución para orar, ayunar y dar limosnal. Con frecuencia este tipo de fallas expone nuestra debilidad y nos muestra en la profundidad de nuestro corazón la necesidad por tener la misericordia de Dios.

La Cuaresma nos llama a poner nuestra atención en una cosa unicamente, Cristo Crucificado y Cristo Resucitado. Como el amor de el gran evento de nuestra fe, el Misterio Pascual, penetra nuestro corazón y cambia nuestras vidas. Nos acercamos más a darnos cuenta de la inmensidad de nuestra debilidad. Nosotros somos los pecadores. Dios es el Dios misericordioso y de perdón. Necesitamos regocijarnos en nuestra debilidad ya que nos permite ver la necesidad ilimitada que tenemos por el amor y la misericordia de Dios.
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