El uniforme del amor

Ultimadamente, nuestro anhelo por Dios es el aspecto más importante de nuestra humanidad, nuestro tesoro más precioso; le da a nuestra existencia un significado y dirección. Ha habido debate considerable sobre si este “impulso humano religioso” realmente es universal, si representa una verdadera unidad primaria, y así sucesivamente. Estoy convencido que en verdad es universal y primario, y, más que eso que es un deseo muy específico para una comunión amorosa actual, aun una unión, en una relación absolutamente personal con Dios.

Yo creo que es este deseo del que Pablo habló de cuando él trató de explicar el Dios desconocido a los ateos: “es Dios quien da vida a toda la gente y aliento y todas las cosas…Dios nos creó para buscar a Dios, con la esperanza que podríamos buscar a Dios a tientas en las sombras de nuestra ignorancia, y encontrar a Dios.” Los salmos están llenos de expresiones profundas de amor por Dios: sedientos, hambrientos, anhelantes. Y Dios promete una respuesta: “Cuando me busquen con todo su corazón, los dejaré encontrarme.”

Para mí, la energía de nuestro deseo básico por Dios es el espíritu humano, plantado dentro de nosotros y nutrido incesantemente por el Espíritu Santo de Dios. En esta luz, el significado espiritual de adicción no es solamente que perdemos la libertad por medio del apego a las cosas ni aun el hecho de que las cosas muy fácilmente se vuelven nuestras preocupaciones finales. De mucha más importancia es que tratamos de llenar nuestros deseos por Dios por medio de los objetos del apego. Por ejemplo, Dios quiere ser nuestro amor perfecto, pero en su lugar buscamos la perfección en las relaciones humanas y somos decepcionados cuando las personas que nos aman no pueden amarnos perfectamente. Dios quiere proveer nuestra seguridad final, pero buscamos nuestra seguridad en el poder y en nuestras posesiones y luego encontramos que debemos preocuparnos continuamente por ellas. Buscamos la satisfacción de nuestros anhelos espirituales en una gran variedad de formas que tienen poco que ver con Dios. Y. más tarde o más temprano, somos decepcionados. P. 92-93

Mi reflexión:
Recientemente, perdí un vuelo de conexión por cinco minutos, que me costaron cuatro horas. Fue un 4 de julio muy ocupado. Para sumarle a mi desdicha, mi teléfono no podía conectarse a internet. Todo se redujo a solamente leer y ver pasar a la multitud.

Noté que todos teníamos un uniforme de un tipo o de otro: los empleados de la aerolínea, los de seguridad, los empleados de restaurantes o el guardarropa casual de verano de la mayoría, los mantos de África, las burkas musulmanas, los yarmulkes judíos, chicos exploradores, clérigos y monjas y mucho más.

Empecé a reflexionar que nuestra ropa estaba dirigida, al final, a nuestra búsqueda de la felicidad. Era claro mirando el desfile de gente que parecía no tener final que vamos en diferentes direcciones a muchos y diferentes niveles de la vida. A pesar de todos nuestros destinos inmediatos, todos estamos buscando felicidad. La felicidad que no muere solo se encuentra en Dios, nuestro destino verdadero.

May es brillante en su claridad de que ésta búsqueda realmente está enraizada en un hambre básica humana de complemento en Dios. Los apegos y las adicciones son las distorsiones principales que bloquean la transparencia de este anhelo universal.

Una franqueza básica hacia la vida está enraizada en la llamada de la gracia para regresar a nuestro verdadero hogar. Para el grado de autenticidad que buscamos en la vida, nos daremos cuenta que Dios nos está buscando más de lo que nosotros lo buscamos a Él. Esto abre una trayectoria que demanda una conversión continua, un reajuste de prioridades, desamarrar los apegos y las adicciones.

La visión central de May nos llama a traer a la superficie las distorsiones y los efectos de la ceguera de nuestras adicciones. El movimiento de la esclavitud a la libertad, la verdadera búsqueda de Dios, combina nuestro esfuerzo y la gracia de Dios. Cualquier otra felicidad posible lentamente se desvanece en la luz de esta gran misión para satisfacer el hambre verdadera de nuestros corazones. Por último, cuando el corazón llegue a completar su total libertad, todos tendremos el mismo vestido, el uniforme del amor.

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