A causa del amor continuo de Dios, el espíritu humano nunca puede ser completamente borrado. No importa que tan oprimidos estemos, por otras personas o circunstancias o por nuestras propias adicciones internas, una pequeña capacidad para elegir aun permanece invencible.
Podemos pasar por gran humillación, cuando no sea por la humildad completa, antes de venir a esta simplicidad de esperanza. No nos gusta admitir la derrota, y aun luchamos valientemente, aun tontamente, para probar que podemos manejar nuestros destinos. Dios, a cuya imagen somos hechos, inculca lentamente en nosotros la capacidad por una tenacidad incesante, una firmeza que complementa nuestra hambre de anhelos por Dios. Pero la mayoría de nosotros exageramos; nuestro espíritu de firmeza rápidamente se vuelve un espíritu de orgullo. Nunca nos volveremos realmente hacia Dios en amorosa sinceridad en tanto que podamos manipular las cosas suficientemente bien por nosotros mismos. Y ahí están precisamente nuestras más poderosas adicciones que causan que nos derrotemos a nosotros mismos, que nos traen de regreso al fondo a darnos cuenta que finalmente no podemos manejarlo todo. En consecuencia, aunque en un sentido la adicción es enemiga de la gracia, tambien puede ser un canal poderoso para que fluya la gracia. La adicción puede ser, y con frecuencia es, la cosa que noS hace caer de rodillas.
Mi Reflexión:
En la parábola de la cizaña y el trigo (Mateo 13: 24-30) Jesús captura uno de los aspectos más profundos de nuestra experiencia humana: el problema estará ahí hasta el final. Vemos esta mezcla del bien y el mal en todos los niveles de la realidad: la familia, nuestra comunidad, nuestra parroquia, nuestra sociedad y más que todo dentro de nosotros mismos.
El autoconocimiento es fundamental para la espiritualidad Carmelita. Esta nueva auto-conciencia está acompañada por una franqueza hacia la vida que es guiada por la oración y el discernimiento personal. Esta persecución del autoconocimiento es generalmente un renuente paso hacia adelante. Nos enfrentamos con nuestra oscuridad personal en un proceso que con frecuencia es tedioso y gradual. Nuestras adicciones, apegos, ilusiones y prejuicios emergen para revelar un falso yo que nos ha estado llevando a caminar lejos de Jesús. La tentación es grande para renunciar a los problemas serios y difíciles. Queremos establecernos en nuestra area de comodidad la cual con frecuencia es más bien superficial. Cuando rechazamos el llamado para enfrentarnos a nosotros mismos sinceramente, nos volvemos la fuente de nuestros propios problemas y sufrimientos porque el corazón se está alejando de la verdad. Está en un sendero hacia ningún lado. Una vez más, necesitamos regresar a Jesús.
Nosotros somos criaturas, limitadas pero llamadas a lo infinito. Estamos llamados a ir más allá de nuestros pequeños sueños hacia un Dios de amor ilimitado e incondicional. La misericordia de Dios siempre está merodeando, siempre buscándonos. Una mística de la edad media, Julian de Norwich, lo puso muy bellamente cuando dijo: “Primero viene la caída y luego la recuperación de la caída. Ambas son la misericordia de Dios.” El mensaje de ella es claro. Aun en nuestro pecado Dios encuentra una manera para amarnos.
La gracia está en la lucha. La vida nunca está completa. Siempre está en desorden. Esta es la naturaleza de las cosas que todas las relaciones son incompletas. Hay un factor de cambio incorporado. No podemos para el reloj. Los niños crecen demasiado rápido y aun más rápidamente, de la edad media pasan de un solo a la vejez.
Juan de la Cruz tiene un buen consejo para estas crisis inevitables de la vida. Él dice que el amor de Dios está escondido en un disturbio y uno no es capaz de ver o experimentar este amor al principio. Juan expone una simple respuesta: paciencia, confianza y perseverancia. Las cosas están sucediendo durante el disturbio. Los falsos dioses lentamente son expuestos por la vanidad pasajera que son en realidad. Nuestro corazón se vuelve libre gradualmente de las decepciones.