EL AUTOCONOCIMIENTO Y LA MISERICORDIA DE DIOS


El autoconocimiento demanda una búsqueda incesante de una conciencia más profunda y extensa de nuestra realidad personal. Las demandas y los beneficios del autoconocimiento nunca se agotarán en esta vida. Saber lo que verdaderamente pasa dentro de nosotros es una tarea que nunca termina. Una forma de obtener una visión en la búsqueda del autoconocimiento es ver el conflicto en nuestras vidas como una lucha entre el falso ser y el verdadero ser, entre el pecado y la gracia, entre la cizaña y el trigo.

El falso ser involucra capa tras capa de autoengaño, desilusiones y un sentido de grandeza que nos coloca en el centro de nuestra conciencia. Tendemos a volvernos ciegos a nuestras faltas y fallas y, lo más importante, a la presencia de Dios en el verdadero centro de nuestro ser. Enfatizamos los errores de otros. La justicia propia domina la vista del mundo.

Teresa de Ávila tiene algunos pensamientos perspicaces para nosotros sobre este viaje precipitado del autoconocimiento. Teresa era inflexible al declarar la importancia del autoconocimiento como nuestra guía para el camino hacia Dios en el centro de nuestro ser. En una de sus muchas declaraciones sobre el autoconocimiento ella dijo:

“Bien y ahora, es tonto pensar que entraremos al cielo sin entrar en nosotros mismos, reflexionando sobre nuestra miseria y lo que le debemos a Dios y rogándole con frecuencia por su misericordia.” (C. I 2.1.11)

El mensaje de Teresa, “Ser realistas” básicamente es sobre poner a Dios en el centro. Esto demanda que dejemos la indulgencia del falso yo en el centro de sí mismo.

Teresa tenía una noción expansiva de oración. La oración era la respuesta para casi todos los problemas. La oración tenía lugar en el contexto de la relación entre Dios en el centro, nuestra persona y nuestra experiencia de vida. En la interacción de estos tres elementos en la oración, el autoconocimiento tiene un papel esencial. El misterio de Dios se despliega en la dinámica de la oración de la persona y de la experiencia de vida. La auto comprensión pone junto este proceso. El movimiento, al aceptar la realidad del lugar de Dios y nuestro lugar, trae la misericordia de Dios al primer plano. Conforme ella avanzaba en autoconocimiento, ella se convencía más de su creencia: “Mi vida es la historia de la misericordia de Dios.”

AMOR Y PERDÓN EN LA MISERICORDIA DE DIOS


Hubo tres elementos como la base de la espiritualidad de Teresa. La primera era su pecaminosidad. Por medio del autoconocimiento, ella lentamente aceptó su impotencia para cambiar. Con el aumento de la sensibilidad a la presencia de Dios dentro de ella, esta nueva luz le permitió verse verdaderamente a ella misma como una pecadora de clase mundial. Ella también se dio cuenta que era amada y perdonada a pesar de su opinión de que era profundamente defectuosa. El camino del autoconocimiento gradualmente abrió a Teresa a la grandeza de Dios y a su dependencia total de Dios. Ella era la criatura atrapada en el pecado. Sin embargo, ella se experimentó como amada y perdonada como una hija de Dios. Su conciencia en constante expansión de ella misma como una criatura pecadora le permitió darse cuenta que vivía en un mar de misericordia. El autoconocimiento fue un componente crítico de la comprensión fundamental de Teresa sobre su realidad como pecadora amada y perdonada.

CONVERSIÓN

El lento proceso de crecimiento en el autoconocimiento lleva a un desarrollo gradual de la transformación personal llamada conversión. Estos cambios personales profundos son repetidos en varios niveles. El viaje para descubrir y aceptar el verdadero ser, llevando a Dios al centro, solamente es posible cuando reconocemos nuestra pecaminosidad y pequeñez. La humildad exterior es indispensable para nuestro crecimiento en la oración.

Enfrentarnos a nosotros mismos con honestidad es una tarea desafiante. No es una parte alegre de nuestro crecimiento. La etiqueta de precio por la fidelidad a Dios aleja a los tímidos y a los cómodos. Toda oración debe empezar con un sentido de la presencia amorosa de Dios. Cuando aceptamos el desafío, descubrimos el puente entre nuestro corazón y nuestra vida. Esta conexión siempre une la llamada amorosa de Dios, nuestra aceptación de nuestra pobreza y nuestra determinación para movernos al verdadero ser.
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