CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO

LUCAS 1: 39-45

Estimados amigos, el tiempo de Adviento, como cada tiempo del año litúrgico, nos invita a entrar en el gran misterio del evento de Cristo. El Adviento mira hacia la venida de Cristo en el complemento de la realidad redentora de la Segunda Venida, y hoy, recordando la gran venida en el nacimiento de Cristo.

Para que nosotros entendamos verdaderamente y aceptemos en fe el mensaje de adviento, necesitamos empezar con la realidad presente de nuestro mundo. Necesitamos un salvador. Nuestras divisiones raciales, étnicas y religiosas, el quebrantamiento de nuestra sexualidad, la pobreza desenfrenada, el consumismo deshumanizado, el descuido del planeta y muchas otras expresiones de injusticia gritan por la necesidad de un salvador. Agregado a esto, el daño personal y el hambre y el caos en nuestras vidas y nos encontramos verdaderamente listos para la oración de Adviento, ¡Ven Señor Jesús!

El encuentro de hoy entre la adolescente embarazada y la expectante madre anciana fija la escena para la intervención definitiva de Dios en nuestra quebrantada historia humana. Estas dos mujeres son parte central para la historia del evento de Cristo. La triple bendición de Isabel reveló el papel especial de María en la venida del Salvador, el fruto bendito de su vientre. María es bendita entre las mujeres como la madre y como mujer de fe. La bendición final reconoció la profundidad de su fe: “Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor.” (Lucas 1: 45)

La fe de María la hizo la primera entre los discípulos. Su “Hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1: 38) modeló una vida que todos los seguidores de Cristo pueden emular. Ella se encomendó en el viaje con su Hijo contra toda lógica y sentido común. Isabel identificó estos dones de fe desde el inicio con su triple bendición.

Si vamos a imitar la fe y entrega de María, no lo encontraremos en una lista de enseñanzas y doctrinas. Será en una persona. Será el evento de la venida de esa persona entre nosotros. Como María, la experiencia de nuestra vida se llenará de preguntas interminables y situaciones de confusión y desesperación. Aun así debemos estar abiertos a la llamada para ser fieles en nuestro compromiso. De la pobreza de Belén al poder y belleza de Caná, al rechazo en Nazaret hasta el último misterio en el Calvario, María no tiene respuestas. Ella, sin embargo tiene un corazón abierto y confiado. Ella fue, en verdad, la verdadera discípula de Cristo.

El Adviento nos ofrece el desafío que enfrentó María: una oportunidad para aceptar la alegría del Señor o para caer en la desesperación y desesperanza. El mismo desafío nos espera a nosotros. La fe le permitió a María entender bien una enseñanza del Evangelio de su Hijo: lo que parece ser, realmente no es y lo que no parece ser, realmente es. Jesús demostró esta verdad desde su nacimiento como el Mesías con los pobres pastores en la insignificante aldea de Belén para el total abandono y rechazo al Calvario. María caminó en fe y amor cada paso del camino con él. El mensaje del Adviento para nosotros es abrazar la esperanza y la llamada del evento de Cristo en nuestra oración, ¡Ven Señor Jesús!
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