Nuestro momento de “Sálvame, Señor”


Los Evangelios tienen seis pasajes sobre Jesús y el mar. Tres son acerca de calmar la tormenta y tres acerca de Jesús caminando sobre el agua. Los seis contienen ese momento de desesperación expresado por Pedro: “Sálvame, Señor” (Mateo 14: 31)

El momento de “Sálvame, Señor” es común en toda la experiencia humana. Muchas veces, en la vida, encontramos la cruda vulnerabilidad de estar fuera de control sin recursos aparentes para solventar nuestra crisis. Volvemos a Dios en desesperación. Hoy, nos encontramos en una turbulencia en cascada de cambios que es realmente un momento de “Sálvame, Señor”. Estamos inmersos en una pandemia con amenazas no solamente a nuestra seguridad física sino a toda nuestra vida. Tenemos la creciente amenaza de una economía que está disminuyendo nuestra prosperidad común pero también está dirigiendo una buena porción de nuestro país hacia la desesperación de la inseguridad económica. Las grandes filas por comida se están volviendo la norma no la excepción para muchos hermanos. Un partidismo canceroso parece haber dado una solución política significativa a nuestro país y mundo divididos. Probablemente el elemento más amenazador que enfrentamos es menos aparente. Las consecuencias de nuestro continuo abuso al medio ambiente están constantemente acercando un desastre terrible. El poder destructivo de la naturaleza ya sean tormentas, incendios, huracanes, tornados o inundaciones, junto con el aumento en el nivel de las aguas de nuestros océanos y lagos, contiene el prospecto de un daño que va en incremento en cada dimensión de nuestro estilo de vida.

Unido a la convulsión social por un alargado cambio racial, el Covid-19 ha amargado en un gran incremento de homicidios y suicidios. Los problemas de la salud mental han generado muchas otras patologías a un nivel personal. Para un pueblo que ha sido guiado por el mito de la incesante búsqueda de “más grande y mejor”, esta es una verdadera emboscada a nuestra asunción de seguridad y control que ha sido nuestra herencia.

Nuestra historia nos ha guiado directamente a creer que la ciencia y la ingenuidad humana nos librarán del caos de la naturaleza. Compartimos una fe común que nuestros esfuerzos científicos producirán las vacunas y medicinas para conquistar al Covid-19. También compartimos la convicción que eventualmente habrá una responsabilidad política y una solución económica para los inmensos desafíos de nuestros tiempos.

Pero, aún quedan semillas de duda que habrán de regresar a la muy querida estabilidad y seguridad del pasado. Estamos recibiendo una leve luz de los límites de la ciencia y de la ingenuidad humana. Sin ponerle un nombre, estamos viendo la superficie de nuestras limitaciones humanas. La ciencia, en todo su poder y magnificencia, comparte estos límites.

Tenemos bastante que aprender de los momentos de “Sálvame, Señor” en los Evangelios. El pueblo en el tiempo de Jesús estaba casi totalmente vacío de la mentalidad moderna que es generada por las siempre expandibles maravillas de la ciencia. Aún, estos sencillos pobladores tenían que lidiar con el conflicto del bien y del mal que es tan aparente en nuestra crisis actual. Sin ciencia, ellos experimentaban la realidad definida como una elección entre las fuerzas del bien y el poderoso dominio de la oscuridad. Como los aparentes recursos seguros para darnos la seguridad y el control parecen alejarse de nosotros, tenemos algo que aprender de la gente en el tiempo de Jesús. Había una cierta sencillez y claridad en su enfoque de los misterios de la vida.

II 

El mundo en el que Jesús entró compartía una cierta comprensión básica de la realidad, una visión del mundo bastante aceptable. El bien y el mal prevalecían como factores dominantes. Este conflicto fue fundamental para comprender la vida. Etiquetaron a los combatientes en esta batalla que marcó época, Dios y los demonios.

Los demonios, bajo varios nombres tales como satanás o belcebú eran vistos como una fuerza dominante de toda la realidad. Aunque este fuera el poder del opresivo Imperio Romano, las fuerzas destructivas de la naturaleza, la presencia de una herida física y alguna enfermedad psicológica, el problema básico era el control ejercido por las fuerzas del mal bajo la etiqueta de demonios.

Los demonios representaban una pérdida de control en sus vidas. Ya se tratara de un gobierno tirano que impedía su libertad o una aflicción personal o una adicción que robaba su independencia, todas estas fuerzas se unían para denigrarles, limitando su elección y restringiendo su desarrollo. Todo era un ataque a la armonía y buena voluntad de la comunidad. Había un profundo sentido de impotencia.

Cuando Jesús confrontó la tormenta, Él uso el mismo mandato que cuando hacía un exorcismo sobre alguna persona. Ambos actos eran vistos como ganancia de control sobre un enemigo común, las fuerzas del mal que eran personalizadas en los demonios.

Para la gente en el tiempo de Jesús, la conexión entre la sanación personal de un paralítico, de un leproso, los ciegos y todos los demás, todo era similar a un exorcismo y a la calma de la tormenta. Ellos eran una expresión de la acción de Dios liberando a su pueblo de las fuerzas unidas del mal.

Jesús era visto por los creyentes como alguien que los liberaba de las muchas situaciones que los tenían cautivos ya fueran fuerzas políticas, económicas o personales que manifestaban el poder de los demonios. Había un nuevo poder de bondad contra lo que había parecido ser la autoridad insuperable del mal. Ellos estaban experimentando una fuerza poderosa para la liberación.

III

Las dos experiencias de Jesús en las aguas tormentosas tienen un elemento en común. Están llenas con simbolismo de las Escrituras Hebreas. Agua fuera de control era otra imagen de caos y de poder demoniaco. El lenguaje de Jesús para ordenar y reprender al mar revoltoso es similar al lenguaje del exorcismo en Cafarnaúm. (Marcos 1: 25) La tormenta claramente representa poder demoniaco. Caminar sobre el agua era una prerrogativa divina.

El grito de Pedro de “Sálvame, Señor” refleja la verdad desnuda y sin filtro de nuestra humanidad. El episodio del hundimiento del discípulo desplegó la totalidad de nuestra vulnerabilidad. Ambos muestran nuestra absoluta dependencia de Dios. Ambos eventos revelan lo indefensos que somos en la vida. Como criaturas, nosotros estamos llamados a ser inteligentes, responsables y amorosos al crear nuestra seguridad. Aún con nuestros mejores esfuerzos, aún permanece un gran elemento de incertidumbre. Nuestra mortalidad nos asegura que Dios tiene la última palabra.

Al principio cuando los discípulos vieron a Jesús caminar sobre el agua, su reacción fue de horror. Jesús dice, “No tengan miedo” (Mateo 14: 27) esta frase es una de las más comunes en toda la Biblia. Está pronunciada más de trescientas veces. En cada vez revela la presencia de un Dios salvador y compasivo. Para que sea una declaración de comodidad está bastante lejos de la raya. Revela a un Dios profundamente comprometido en la lucha humana con el poder de sanación y entrega ejemplificada por Pedro regresando a salvo al bote.

Jesús, en las historias del mar, nos muestra a un Dios profundamente sensible y cariñoso de cara a la lucha humana con la pronunciada ambivalencia de la vida y del poder del mal. La calma de la tormenta y el rescate de Pedro fueron expresiones de la liberación que podemos anticipar cuando alcanzamos la mano de Jesús.

Conforme enfrentamos el Covid-19 y su miríada molesta de ramificaciones en nuestros días nos vemos frente a frente con nuestra inseguridad básica como criaturas. Necesitamos gritar, “Sálvanos, Señor” Necesitamos alcanzar la mano de Jesús para evitar el embate de la desesperación y la desesperanza. La intensidad del mal nos conduce a buscar el último poder de la bondad de Jesús.

La mentalidad moderna es rápida para rechazar los demonios de los tiempos bíblicos. Lo que no puede rechazar es la fuerza del mal que sigue creando el caos y la injusticia en nuestros tiempos. Para nosotros, la cuestión no es elegir entre la ciencia o los demonios. Es un reconocimiento de los límites de la ciencia y el poder del mal y la necesidad de asistencia divina.

Jesús nos llama a la entrega fiel y la aceptación que está enraizada en la conexión de nuestra necesidad y su poder salvador. Como los discípulos y Pedro en sus crisis, Jesús está disponible para nosotros cuando buscamos liberarnos de las fuerzas del mal. Necesitamos creer y confiar al mantener nuestros ojos y corazón en Jesús.
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