Vigésimo Domingo del Tiempo Ordinario

Mateo 15: 21-28 

Estimados amigos,

Para nosotros es difícil comprender que tan profundo, los judíos en el tiempo de Jesús estimaban su rol de “pueblo elegido” de Dios y la exclusión de todos los demás. Coloreaban su realidad con una clara visión y agudamente custodiado fijan los protocolos que definían toda interacción social con los Gentiles.

La iglesia cristiana de los primeros días luchó por dos generaciones para liberarse de esta esclavitud de la exclusividad. A lo largo de la historia la iglesia y todas las sociedades han seguido manufacturando una imagen de este elitismo.

La historia de hoy del Evangelio de San Mateo es tan relevante como el blog más reciente que llena el internet cada hora.

Con el paso de los siglos, las voces de los cristianos han producido algunas fantasías increíbles para explicar el lenguaje duro de Jesús al dirigirse a la mujer canaanita. Aún permanece como lo que es: una declaración de los ciegos prejuicios de su tiempo. Me gustan especialmente aquellos que dicen que era protocolo no prejuicio.

La historia está llena con protocolos que salieron de las leyes que sencillamente escondían el prejuicio del tiempo atrás de una fachada legal. En Irlanda en 1710, una ley decía que todo gobierno y líderes militares debían recibir los sacramentos de la iglesia de Inglaterra. Esta fue la primera de un conjunto de Leyes Penales que llevaron a la opresión y a la pobreza de los irlandeses por más de dos siglos. En 1896, la Corte Suprema de Estados Unidos lo declaró separado pero igual fue aceptable bajo la ley. Esto llevó al sistema de segregación que deshumanizó a los afroamericanos por décadas con frases como “solo se permiten blancos” o “debes ir en la parte trasera del bus” fijar los protocolos que eran considerados legales y justos. Con el paso de la 19ª enmienda en 1920 las mujeres finalmente cambiaron otro protocolo y ganaron el derecho a votar. Este fue un gran paso en la lucha que continua hasta la fecha por igualdad para las mujeres. Cuando esta madre en pie de lucha confrontó a Jesús, ella estaba mostrando el camino para los oprimidos de toda la historia humana. Su acción y sus palabras son una declaración sencilla de su dignidad, no importa lo que protocolos y prejuicios de ese tiempo dijeran lo contrario.

Jesús vio y escuchó esta declaración de derechos humanos y empezó un viaje que continua para nosotros hoy en día. La gracia de Dios y el amor de Dios son para todos. No hay diferencia en qué tan profundas y gruesas son las normas culturales, legales y teológicas que se usan para apuntalar los muros de separación y aislamiento.

En su sencilla y brillante respuesta a Jesús, la canaanita estaba hablando por todos nosotros. Somos los hijos de Dios. Después de tres confrontaciones Jesús vio la luz y celebró su verdad vamos más allá de los protocolos aceptados y legalizados prejuicios y abrazamos la humanidad de los “fuereños.” No hay diferencia si el excluido es el ilegal, el musulmán, el homosexual y la lesbiana o tal vez simplemente una suegra.

El corazón humano tiene una capacidad aparentemente ilimitada para dividirnos en “nosotros” y “ellos”. El mensaje del Evangelio de hoy es igualmente una invitación sin final para movernos de la interpretación con sentido común de la realidad hacia el maravilloso mensaje del Evangelio que Jesús modela para nosotros hoy.
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