Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario

LUCAS 4: 21-30 


Estimados amigos,

El pasaje del Evangelio de hoy ofrece un giro dramático de los eventos. Es un vistazo hacia el pasado y una inmersión en el futuro.

Es difícil entender la increíblemente rápida transformación de “Todos lo aprobaban y quedaban maravillados” (Lucas 4: 22) en sus frases de: “empújenlo al barranco del cerro…con la intención de arrojarlo desde ahí.” (Lucas 4: 29)

Su rechazo fue claro y enfático. Había sido predicho por Simeón en el Templo. “Mira, este niño traerá a la gente de Israel caída o resurrección. Será una señal de contradicción, mientras a ti misma una espada te atravesará el alma.” (Lucas 2: 34-35)

Mirando hacia el futuro, la escena del furioso y singular rechazo será repetido a gran escala cuando Jesús llega a Jerusalén. En el centro está el rechazo en ambas situaciones, y este rechazo sigue hoy en nuestros días, es el mensaje de Jesús de amor universal. Jesús presenta un Dios que ofrece hospitalidad para todos. Esta imagen de Dios nos llama al cambio. Una conversión profunda debe aplastar la limitada y cómoda visión religiosa expresada en la declaración, “¡Pensar que este es el hijo de José!” (Lucas 4: 22) ¿no es él uno de nosotros? ¿No compartió él nuestro sentido de privilegio y prestigio y exclusión como el pueblo especial de Dios? Los ciudadanos entendieron tranquilamente, al igual que el jefe de los sacerdotes y los escribas un poco más tarde, que Jesús era una amenaza para su comodidad y control. Ellos con mucho gusto habrían convertido a Jesús en un héroe local si hubieran podido controlar la agenda. Ellos fueron los primeros en la larga historia de la Cristiandad en tratar de hacer a Jesús a su imagen. Ese Jesús de ellos quedaría perfecto con sus prejuicios y su ignorancia, su falta de conciencia por “los demás” y todas sus muchas manifestaciones que todavía son expresadas en los titulares de hoy.

Recientemente escuché una broma sobre este tema. Ellos se deshicieron de todos los extranjeros, los migrantes y los pobres en el Nacimiento, de manera que solo quedaban vacas y burros.

Jesús entendió claramente. Él enfrentó una elección sobre la integridad de su mensaje y la realidad del Dios universal de la hospitalidad y la aceptación. El “juego de Nazaret” es jugado en nuestras iglesias, parroquias, comunidades aún hoy en día. Todavía estamos en esa “remodelación” de Jesús. Definitivamente estamos buscando el modelo más cómodo para nosotros.

“Jesús pasó por medio de ellos y siguió su camino.” (Lucas 4: 30) Él hizo lo mismo con los líderes hostiles que pensaron que se estaban deshaciendo de Él en la crucifixión. Ese tiempo que Jesús pasó por medio de ellos en la resurrección y la ascensión. Él hace lo mismo para nosotros. Aun así Él nunca nos culpa. Él siempre está llamándonos, como Pedro, a un lugar que preferiríamos no ir.

Caminar con Jesús involucra una destrucción implacable de nuestros horizontes. Hace una expansión consistente y constante de nuestra renuencia para aceptar a “los demás.” El mensaje de Jesús nunca nos deja descansar en la comodidad del hogar de nuestros prejuicios y nuestra ceguera. Jesús nos pide siempre compartir la hospitalidad del Padre con todos.
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