Décimo Domingo del tiempo Ordinario

MARCOS 3: 20-35


En el Evangelio de hoy tenemos dos grupos diferentes en conflicto con Jesús. Sin embargo, ellos comparten una meta en común. Ellos quieren hacer que Jesús se haga a la imagen de lo que ellos piensan que debería ser. Ellos han sido los predecesores de este mismo pensamiento frecuente en la historia cristiana. Constantemente estamos tratando de hacer a Jesús a nuestra imagen. Somos incansables tratando de hacer que Jesús se ajuste a nosotros para mayor comodidad. Consistentemente nos gusta sacar el aguijón del mensaje. Nunca estamos más arriba que su desafío y su esfuerzo persistente para romper nuestras vallas de falsa seguridad y de exclusión. Así es como terminamos con el Evangelio de Prosperidad o un Jesús atado a en el límite más tribal de una cultura o grupo etnico. Aparentemente hay falsedades sin final del Jesús de los Evangelios.

En el mundo del tiempo de Jesús, la gente sentía que los demonios eran los que mandaban. Los espíritus malignos controlaban un mundo de enfermedades y pecado, opresión y pobreza, división y aislamiento. Los exorcismos de Jesús fueron una señal clara de que el dominio de satán estaba siendo destruido por el Hombre Fuerte que era Jesús. Todas las señales apuntan a la penetración de un nuevo dia de Dios. El Reino de Dios estaba, en verdad, muy cerca.

Los escribas respondieron con un argumento rigido e infantil que fue facilmente refutado por Jesús. Su propia opinión y mentalidad era la medida de la realidad. Ellos no tenían cabida para las acciones de sanación de Jesús ni para las fuerzas que lanzaban afuera los demonios. Ellos eran obstinados. Ellos no habrían cambiado por la realidad objetiva.

El gran pecado de ellos fue haber identificado el poder del espíritu de Dios en la acción de Jesús contra los demonios como el verdadero poder de los demonios. Este es el rechazo del Espíritu Santo y la distorsión total de Jesús.

La familia tenía otro problema. Ellos sentían que Jesús estaba fuera de sí. El chico local de Nazareth estaba aplastando todo tipo de tradiciones y prácticas religiosas. Jesús se había convertido en una figura controversial que desafiaba a todas las autoridades, grandes y pequeñas. Estaba echando abajo las barreras y abriendo a todas las formas de extrañas actividades religiosas.

La familia esperaba traerlo a casa y hablar con algo de sentido con él. Ellos no querían ninguno de los nuevos cambios. La forma sencilla y tradicional de Nazareth era más que suficiente.

Jesús respondió a su familia lo mismo que le contestó a todo Israel que esperaba por el Mesías. Él les compartió que sus creencias no estaban enraizadas en lazos familiares o en tradiciones religiosas inflexibles. Su verdadera familia eran aquellos que aceptaban su mensaje de buenas nuevas y de la venida del Reino. Estos eran aquellos que trascendían los vínculos naturales y ahora caminaban en la nueva luz y verdad del Reino de su Padre. Normal nunca sería lo mismo.

Hoy enfrentamos el mismo desafío al igual que los escribas y sus padres de Nazareth. Nuestra tarea es aceptar a Jesús en sus términos. Necesitamos vivir afuera de la protección de una doctrina inflexible. Nuestra llamada es para abrazar las siempre-expansibles barreras de su mensaje de inclusión. Necesitamos aceptar la incertidumbre que viene con la llamada de Jesús. Solamente es sobrellevada por una fe confiable que lo guia a uno en la oscuridad que solamente se torna en luz gradualmente en el camino a Jerusalén. Volverse parte de la nueva familia de Jesús significa que enfrentamos la tarea diaria de encontrar a nuestros nuevos hermanos y hermanas que Jesús llama “Los más pequeños de mis hermanos.” (Mateo 25: 40) Nuestra tarea es estar listos a oir que Jesús nos llama madre, hermano, y hermana en medio de los problemas desafiantes de la vida para nuestra fe y búsqueda de Dios.
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