El corazón puro

Hemos llegado al quinto corazón, el Corazón Puro. Cada una de estas cinco presentaciones nos ayudan a entender nuestra experiencia de Dios en el contexto de la espiritualidad Carmelita. Empieza con un hambre básica, el Corazón Anhelante. Luego confrontamos la realidad de nuestra pecaminosidad y quebrantamiento en el Corazón Esclavizado. En el Corazón que Escucha se nos da una salida cuando empezamos el camino hacia la libertad en oración. En el Corazón Preocupado vemos que las dificultades y las cargas de la vida tienen el potencial de dirigirnos al misterio del amor. Ahora, en el Corazón Puro, experimentamos un progreso significativo en nuestro viaje. Vemos nuestra meta, para ser uno con Dios en nuestra transformación personal, lo vemos como algo que es posible y como un acercamiento a la realidad.

LA TRANSFORMACIÓN DEL DESEO

La espiritualidad Carmelita ve la vida cristiana como un proceso de transformación y purificación. Uno se mueve constantemente hacia el enfoque de lo que Dios quiere. Este es un viaje lejos de la superficial autoabsorción en el centro de nuestro ser donde Dios habita.
El vehículo de este viaje es la oración evolucionando a la contemplación. La contemplación, como una expresión más profunda de oración, trae el amor de Dios a una nueva y práctica madurez en nuestra vida. Nosotros empezamos consistentemente a eliminar los patrones limitados y egoístas de vida. Nuestro pensamiento, nuestra creencia, nuestra confianza y nuestras acciones son transformadas. Ahora queremos lo que Dios quiere y gradualmente vivimos las consecuencias en nuevos patrones de comportamiento.

Coforme esta relación contemplativa con Dios madura, oramos más y más calmadamente. Crece la escucha y disminuyen las palabras. El cambio más grande, sin embargo, transpira en nuestras vidas diarias. El amor se vuelve el modo operativo de acción en cosas grandes y pequeñas. La mayoría de nosotros nos volvemos más reales lo que ultimadamente significa ser libres en el amor de Dios.

PASAJE DE PURIFICACIÓN

En este cambio a la contemplación experimentamos un profundo sentido de ser amados por Dios. Esto nos ayuda a aceptarnos en nuestro quebrantamiento y en nuestro dones. Somos más pacientes en nuestra escucha a Dios. Estamos más dispuestos a ser tomados por Dios. El deseo por controlar a Dios sigue disminuyendo. Ahora nuestra oración es que Dios nos hará libres para amarlo con un corazón puro.

Este pasaje de purificación es sencillo e intrincado. Las distracciones y los ruidos se desarrollan dentro del corazón y molestan la tranquila voz de Dios. Todos los eventos en la vida de uno, los valles de oscuridad y las planicies con rayos de sol, todos llevan hacia la acción de Dios que purifica a la persona de fe. La lucha es disminuir los ruidos interiores y las distracciones y entrar más profundamente en nuestra zona tranquila. Es aquí donde oímos la voz de Dios en el sonido gentil de la brisa de nuestro silencio personal.

QUERER LO QUE DIOS QUIERE

Este viaje no es facil porque acercarse más a Dios tiene un precio. Teresa dice que la vida de oración y la vida cómoda no son compatibles. Nuestro estilo de vida, que se mantiene influenciado en una forma no cuestionable, ahora enfrenta nuevas demandas de conversión. Entran en juego grandes areas de negociación en nuestra vida personal, social y cultural. Mientras que nosotros cambiamos solo un paso a la vez, nunca imaginamos la etiqueta del precio en este nuevo viaje hacia Dios. Todo esto significa cambiar en la forma a la transformación personal más profunda.

Cuando el cambio sucede, empezamos a ver más allá de lo externo, más allá de nuestras ilusiones. Nuestro pequeño mundo confortable, se mantiene en su lugar por el poder de nuestra cultura y de nuestros prejuicios, empieza a desmoronarse. El centro de gravedad cambia. Nuestra conciencia empieza a reconocer y aceptar lo que siempre ha sido la realidad. Dios es nuestro centro. Las cosas se vuelven más claras y más reales.

Teresa es muy clara. El propósito de la oración es encontrar y abrazar la voluntad de Dios en este proceso de transformación personal. Conforme progresamos en la peregrinación a Dios, crecemos en nuestro deseo por querer lo que Dios quiere. Este cambia el cómo vivimos. No cumplimos con esto por nuestra propia determinación. El amor de Dios nos libera gradualmente para entrar en el deseo por la voluntad de Dios. El progreso en este viaje nos ayuda a ver que nuestra fortaleza está en nuestra debilidad. Estamos perdiendo el control y Dios lo está tomando. Debemos rendirnos. Esta sumisión se mantiene verdadera en oración y en la vida.

Empezamos a experimentar cosas en una forma nueva y fascinante. Nuestras relaciones experimentan una fresca independencia. Permitimos que la gente sea libre. Nuestro apego y control sobre otros empieza a declinar. Reconocemos que los demás también son capaces de dirigir sus vidas sin nuestra guia. Esto sucede “porque estando más cerca de la morada central, los ojos del alma empiezan a ver a uno mismo y a los demás a través de los ojos de Dios.” (Castillo Interior. 4,2.5-6)

El cambio básico para situar a Dios en el centro de nuestra conciencia nos lleva a una nueva percepción que nunca antes fue posible. Las situaciones que antes estaban encerradas rigidamente ahora están abiertas a muchas opciones razonables. Las barreras de la raza, orientación sexual y cultura se vuelven insignificantes. Un enfoque que está menos auto centrado ilumina el mundo en toda forma de manera que aplasta la antigua oscuridad. La nueva mentalidad se abre a la grandeza de Dios y revela las consecuencias de nuestra dependencia de Dios. La misericordia de Dios se vuelve el centro y el frente.

Lo que Teresa quiere decir cuando dice que seamos reales es el proceso de transformación personal. El amor es lo que buscamos. Necesitamos ser purificados para experimentar el amor en su verdadera expresión. Cuando se vuelve amor, solamente Dios puede ofrecer el trato real. Todo el otro amor auténtico es solamente un grado de participación en el amor divino.

Necesitamos cambiar muchas cosas para aceptar las consecuencias de la llamada a la tranformación y a la unión. Jesús es la invitación de Dios para nosotros. Teresa insiste en que nosotros fijemos nuestros ojos en Jesús que es el símbolo del amor apasionado de Dios por cada uno de nosotros. Él es la invitación contínua de Dios para amar intimamente. En este contexto, aprendemos que toda la vida es de preocupación para nosotros. No hay separación de lo santo y lo ordinario. Todo eso que sucede puede ayudarnos o dañarnos en la búsqueda que es la unión con Dios. La vida es la gracia más grande.
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