El corazón preocupado

Lo Trágico en la Vida


En la parábola del trigo y la cizaña (Mt 13:24-30) Jesús captura uno de los aspectos más profundos de nuestra experiencia humana. Los problemas estarán allí hasta el final. Vemos esta mezcla del bien y del mal en todos los niveles de la realidad: la familia, nuestra comunidad, nuestra parroquia, nuestra sociedad y, sobre todo dentro de nosotros mismos.

Thomas Merton, como es el caso con frecuencia, tiene una declaración muy poderosa sobre ese quebrantamiento que impregna nuestra realidad.

Hay que reconocer francamente el verdadero significado y el verdadero desafío del mensaje cristiano. Todo lo que el Evangelio predica se convierte en impertinente y ridículo si hay una respuesta fácil a todo en unos pocos gestos externos e intenciones piadosas. El cristianismo es una religión para las personas que son conscientes de que hay una herida profunda, una fisura del pecado que afecta hasta lo más profundo del ser de la persona. Ellos han probado el mal que está presente en lo más profundo de cada persona que está alejada de Dios por la culpa, la sospecha y el odio encubierto. Si la enfermedad es una ilusión, entonces no hay necesidad de la Cruz, de los sacramentos y la Iglesia

(Thomas Merton, La Oración Contemplativa: p. 107)

El autoconocimiento es fundamental en la espiritualidad Carmelita. Tiene que ver con la profundidad del engaño y la decepción en nuestro corazón. Esta nueva concientización se logra en la apertura a la vida que es guiada por la oración y una actitud reflexiva.

Esta búsqueda de autoconocimiento no es un proceso agradable. Nos enfrentamos con nuestra obscuridad personal de la que habla Merton en un proceso gradual y lento. Nuestras adicciones, apegos, ilusiones y prejuicios salen a la superficie para revelar un falso “yo” que nos ha estado alejando del caminar con Jesús. La tentación es grande para abandonar los temas serios y difíciles y pasamos a lo superfluo. Cuando rechazamos el llamado a enfrentarnos a nosotros mismos con la verdad, nos convertimos en la fuente de nuestros propios males y nuestro propio sufrimiento porque el corazón está desorientado. El regalo del corazón preocupado es ver y abrazar las muchas cargas de la vida como un pasillo hacia Dios. Una vez más necesitamos buscar a Jesús para entender esta verdad dadora de vida.

El oro en los Escombros de la Vida


A pesar de la evidencia que el mal es penetrante en nuestra experiencia diaria, la espiritualidad Carmelita es testiga de que el amor de Dios está siempre presente en los escombros de la vida, en la hora de nuestras más profundas adversidades.
En las etapas tempranas de la oración empezamos buscando una respuesta a los problemas de la vida. Hacemos esta búsqueda con fe creciente. Sin embargo con más experiencia, aprendemos que la oración que es atendida el día de hoy muy pronto da paso a una avalancha de problemas el día de mañana.

Eventualmente, queda claro que tenemos que cambiar nuestro enfoque. Tenemos que aceptar a Dios con los terminos de Dios en lugar de trivializar nuestra jornada de fe pensando que Dios es alguien que resolverá nuestros problemas. Este cambio no es una tarea pequeña. Una gran percepción llega cuando finalmente nos damos cuenta que los problemas no son el problema. Nuestro planteamiento a las dificultades de la vida es lo que debe cambiar.

Los tres grandes Santos Carmelitas y Doctores de la Iglesia son Santa Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz y Santa Teresa del Niño Jesús. Ellos llegaron a un punto en su vida donde aceptaron a Dios en sus términos. Esta aceptación los llevó a tener gran sabiduría. El resultado en su vida y en su mensaje es una historia de amor apasionada. Ellos son muy reales. Ellos reconocen la profundidad y las consecuencias de la lucha entre el bien y el mal, la cizaña y el trigo. Ellos rechazan al planteamiento superfluo y engañoso de un “Jesús que me hace sentir bien” que se encuentra en una gran parte de la religión organizada de hoy. Al buscar sólo la comodidad en la religión y evitando la parte difícil, creamos un mundo basado en la fundación desmoronada de nuestras ilusiones personales, sociales y culturales.

Lo que es real es real, sin embargo, nuestro pequeño mundo nunca será liberado de las consecuencias universales de la condición humana. Los Doctores Carmelitas son los grandes portavoces para la dimensión de sufrimiento y oscuridad como la avenidad hacia Dios en nuestro mundo quebrantado. Su mensaje es que la respuesta está en como manejamos a esta situación fragmentada. Ellos nos invitan a encontrar el oro en los escombros de la vida.

La mayoría de las personas finalmente toman conciencia de que ellos necesitan una espiritualidad que dirige los elementos trágicos e inciertos de la vida. Jesús fue claro en esto en su llamado a unirnos a Él en el camino a Jerusalén.

Somos criaturas, limitadas, pero llamadas a lo infinito. Somos llamados más allá de nuestros sueños pequeños, a un Dios de amor ilimitado e incondicional. Tenemos energía y creatividad increíble para negar que somos pecadores, aunque nosotros somos amados y salvados y llamados como pecadores.

En los interminables encuentros humanos que fluyen de nuestra debilidad, abrazamos las semillas de la paz o el conflicto, la reconciliación o la división. Las enseñanzas de Teresa sobre esto son claras. La oración en el momento de nuestra crisis es muy importante. Más importante aun es la práctica habitual de la oración que es profunda y personal. Esto crea un depósito de paciencia, visión y prudencia para ayudarnos con las erupciones no planeadas de los escombros de la vida.

La misericordia de Dios siempre está al acecho, siempre buscándonos. Una mística de la Edad Media, Julian de Norwich, lo expresó de manera bella cuando ella dijo: “Primero viene la caída y después la recuperación de la caída. Ambas son la misericordia de Dios”.

Luz en la Oscuridad


La gracia está en la lucha. La vida nunca está completa. Siempre está desordenada. Es la naturaleza de las cosas que todas las relaciones sean incompletas. El factor del cambio está integrado. No podemos parar el reloj. Los niños crecen muy rápido y aun más rápido, pasan de la edad media a la vejez.

Juan de la Cruz tiene buen consejo para estas crisis inevitables de la vida. Él dice que el amor de Dios está escondido en los problemas y uno no puede ver o experimentar este amor al principio. Juan da una simple respuesta: paciencia, confianza y perseverancia. Hay cosas que pasan en medio de la tormenta. Los ídolos son expuestos y liberados del corazón que se aferra.

Los dioses se mueren en la noche y el alma necesita pasar por un proceso de sufrimiento. El camino equivocado sería resolver la condición artificialmente o sanar la condición o negarla completamente. Juan nos invita a enfrentar a la condición, enfrentándola con paciencia, y allí, en donde el corazón esta batallando más fuerte, estar alertas para cuando se acerque el amor. Juan le llama “el amor atento” en la obscuridad; es hora de vigilar en la noche. La contemplación es abrirse al amor transformador de Dios, especialmente cuando se acerca de una manera disfrazada. Solamente cuando pasamos por la purificación que necesitamos, gradualmente vemos la belleza que es Dios escondido en la oscuridad.
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