Trigésimo domingo del tiempo ordinario

MATEO 22: 34-40


Queridos amigos. La selección del Evangelio de hoy es la tercera de cuatro historias de conflictos en el capítulo veintidós en el que los jefes tratan de poner una trampa a Jesús. En cada ocasión Jesús torna el dasafío para darle un vistazo más profundo a su mensaje del Evangelio. De hecho, la lección de hoy es sobre estar tan cerca como sea posible a un resumen del mensaje completo del Evangelio.

En Su instrucción sobre el doble mandamiento de amor de Dios y de amor al prójimo Jesús dijo, “Toda la ley y los profetas dependen de estos dos mandamientos.” (Mateo 22: 40)

El total y consumidor amor de Dios significa que estamos llamados a compartir y participar en el amor de Dios para nuestro prójimo. Este amor divino es incondicional y sin límites. Tenemos muchas expresiones de este amor en el Evangelio de Mateo pero especialmente en el Sermón en el Monte. Un ejemplo muy poderoso de esta invitación personal para compartir el amor de Dios con todos está en la increíble sección desafiante en Mateo 5: 21-48. Hay una serie de siete declaraciones de la ley de “Ustedes han oído” sobre la ley, el adulterio, el divorcio, juramentos, represalias y amor hacia el enemigo. Cada ejemplo ofrece una alternativa radical de amor desinteresado. Las demandas de esta sección de Mateo parecen absolutamente imposibles a nuestro enfoque de sentido común a la realidad: “Si uno se enoja con su hermano, es cosa que merece juicio.” (Mateo 5: 22); “cualquiera que mira a una mujer con lujuria ya ha cometido adulterio.” (Mateo 5: 28); “cuando alguien te golpea la mejilla derecha, ofrécele la otra mejilla.” (Mateo 5: 39); “amen a sus enemigos y oren por aquellos que los persiguen.” (Mateo 5: 44).

Estas y muchas otras declaraciones del Sermón en el Monte son las que Jesús modeló para nosotros. Estas y el resto de mensajes del Evangelio están resumidas en dos mandamientos de amor de Dios y amor hacia el prójimo. En estos dos mandamientos de amor Jesús nos invita a compartir el amor de Dios con todos. La tarea de participar en el amor de Dios es el trabajo de toda una vida en el viaje con Jesús. El llamado del Evangelio es una apertura gradual a la impresionante realidad de Mateo donde leemos, “Señor, cuando te vimos…y el rey les dirá en respuesta, ¡Amen yo les digo que todo lo que hicieron por el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron por mi.” (Mateo 25: 39-40)

El amor es la clave para la ley. Al final, cuando hay confusión sobre en qué forma interpretar y seguir la ley, el amor es la respuesta.

Nuesta buena amiga Santa Teresa de Ávila declara en la séptima morada, el estado más alto de unión mística, y el estado más profundo de amor en nuestra condición humana: “¡Buenas obras, mi hermana, buenas obras!” en otras palabras, a la más alta y purificada expresión de amor en el corazón humano transformado, el amor a Dios y el amor al prójimo son totalmente uno: servicio para nuestros hermanos y hermanas.

Esta es nuestra meta. El viaje es largo y arduo pero es posible cuando damos el siguiente paso, no importa que tan pequeño sea, en el viaje del amor en las huellas de Jesús. 
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