Caminando con Jesús en Oración-III

Mantener nuestros ojos fijos en Jesús


Me gusta señalar qué tan pobre era el hombre rico en el Evangelio. Él no tenía electricidad, no tenía agua potable, no había infraestructuras en los caminos, y(Marcos 10:21-22)
no había sistema médico. Esto solo es para iniciar. Él probablemente tenía tres mantos, algunos sirvientes, una mula y algo de tierra. En unas pocas décadas todo estaría perdido con la invasión de los Romanos. “Jesús miró fijamente a este joven y lo amó…él se fue triste porque era un hombre de grandes riquezas.”

En contraste con el claro rechazo del hombre rico, los discípulos continuaron su viaje con Jesús. Ellos estaban llenos de sueños rotos, confusión y temor pero al final fueron fieles. Ellos estaban aprendiendo que el corazón es un campo de batalla entre el bien y el mal. De igual manera, experimentaron en su corazón la creación de ídolos que distorsionaban su realidad; también los cegó y les endureció el espíritu.

En su lucha por entender a Jesús, los discípulos empezaron a reconocer el dilema humano del corazón fragmentado. Ellos estaban viviendo lo que Pablo articuló pocas décadas más tarde en Romanos: “sabemos que la ley es espiritual pero yo soy carnal vendido a la esclavitud por el pecado. Lo que yo hago, no lo entiendo. Ya que no hago lo que quiero, sino que hago lo que detesto.” (Romanos 7:14-15)

La segunda parte del Evangelio de Marcos retrata a los discípulos como un grupo al filo de la desilusión. Ellos están lidiando con el llamado a caminar con Jesús a Jerusalén y el absoluto aplastamiento de sus sueños y ambiciones.

Todo ese tiempo Jesús continúa llamándolos a la luz, proclamando la verdad y preparándolos para ser libres del cautiverio de su auto absorción. La guerra en sus corazones fragmentados ha causado estragos.

Ellos estaban luchando con el nuevo autoconocimiento que aplastó sus ilusiones de ver a Jesús como su pase al poder, riqueza y privilegio.

Después de su rechazo y abandono de Jesús en aquel fatal fin de semana ellos aún seguían aferrados en desconcierto solamente para que Jesús se apareciera con increíble misericordia, “La paz esté con ustedes” (Juan 20:21). No hubo un dedo señalando para condenar, solamente una aceptación incondicional y ánimos. Ahora con esta última pieza puesta en el rompecabezas, que es la resurrección en sus manos, era su trabajo poner el misterio de Jesús junto con sus vidas. La experiencia de la misericordia de Dios renovó su compromiso. Ellos estaban listos para despojarse de la incertidumbre y el temor y caminar con Jesús en lugar de continuar con la ambigüedad de la vida.

Mudándose de la Religión a la Espiritualidad

Los discípulos son un buen espejo para nosotros. Nosotros compartimos su incertidumbre y ansiedad en medio de nuestras ilusiones que nos llevan a buscar felicidad y seguridad en los lugares equivocados.

Nosotros tambien sufrimos las consecuencias de un corazón fragmentado. Tratamos de obtener, con un mínimo para Dios y el máximo para nosotros. Sin embargo, hay tendencias para eventualmente emerger de un vacío profundo en nuestro ser. Los “hacer” y los “no hacer” de nuestra religión ya no son suficientes. La cuestión del joven rico está enraizada en el inevitable empuje del corazón por querer siempre algo más.

Aquí es donde nosotros nos movemos de nuestro acercamiento confortable y seguro hacia Dios en nuestros rituales religiosos y en nuestras prácticas para buscar algo más profundo. La espiritualidad es el proceso completo de crecimiento de la inautenticidad hacia una completa relación con Dios y la posesión de la verdad de uno en la imagen de Dios. La espiritualidad nos lleva a la lucha donde nos retiramos de lo superficial e ilusorio a una relación más auténtica con Dios. Este es un movimiento de la formalidad de la religión a la riqueza de la autenticidad en un sendero espiritual más profundo.
El Evangelio nos revela las bases de toda espiritualidad y nos llama a la sencillez de la identidad cristiana. Nos enseña que ser un discípulo de Jesús es seguirlo a Él, y la medida de nuestro abrazo al Evangelio es nuestra respuesta a esta llamada.

En lugar de nuestro progreso, eventualmente enfrentaremos el desafío del compromiso. Esta es la manipulación desesperada del ego por mantener el control. Buscamos un espacio entre las demandas del Evangelio y la comodidad del mundo. Sutilmente creamos nuestro evangelio y hacemos a Jesús a nuestra imagen. Como Pedro después de su fatal rechazo, Jesús no se rinde a nosotros. Él siempre está llamándonos a la vida. Cada crisis manifiesta una visión más profunda en la profundidad de nuestra debilidad y la grandeza misericordiosa del amor de Dios revelado en Cristo crucificado y Cristo resucitado.

Es en esta coyuntura que el genio de Santa Teresa de Ávila puede ser una gran ayuda. Ella es llamada la Madre de la espiritualidad. Ella nos ofrece un desafío para dirigir unos pocos pasos fundamentales para entender el llamado a la autenticidad personal que es central para cualquier espiritualidad. Primero necesitamos crecer en autoconocimiento que lleva a la humildad. Entonces aceptamos las consecuencias de esta visión emergente: la interacción de nuestros límites personales y la misericordia de Dios. Todo esto se hace en la oración que ella describe como una conversación con alguien que nosotros sabemos que nos ama. Mantener nuestros ojos fijos en Jesús nutre este desarrollo. Esta es la historia de los discípulos. Esta es nuestra historia si estamos abiertos a la llamada.

Para Teresa es el encuentro personal al seguir a Jesús que devela la amorosa misericordia de Dios. Este regalo tiene su comunicación privilegiada en la oración. La oración es siempre su prioridad máxima. El encuentro fiel con Jesús. El encuentro de oración con Jesús constantemente se mantiene en el centro de nuestra búsqueda de Dios, que es el deseo final del corazón humano.

¿Quién dicen que Soy Yo?

 Los Evangelios tienen muchas lecciones, pocas son más importantes que mantener nuestros ojos fijos en Jesús. Caminar con Jesús va más allá de las enseñanzas de la iglesia, más allá de leer la Biblia, más allá de cualquier devoción o de otras expresiones religiosas favoritas. Seguir a Jesús está en el corazón de la auténtica espiritualidad. Seguir a Jesús pone nuestras vidas al revés. Seguir a Jesús es lo mismo hoy como fue en los días de los discípulos. Lo llama a uno a salir de los escondites confortables y nos lleva “a donde no queremos ir.” (Juan 21:18)

Los Evangelios están estructurados de manera que nosotros, como Pedro y los demás, encontremos a Jesús en las maravillas de su ministerio. Estamos llamados a testificar sus enseñanzas y sus sanaciones. Somos desafiados a responder a su mensaje radical de perdón e inclusión. Estamos invitados a ponderar la maravilla de su compasión. Estamos invitados a entrar en las historias. Invita a vernos a nosotros mismos como la persona que recupera la vista, la lepra que es limpiada, el paralitico que es perdonado y sanado.

En esta forma somos guiados a la pregunta crítica, “¿Quién dicen que soy yo? (Marcos 8:29), no hay otra pregunta y desafío más importante en nuestra vida. ¿Quién es Jesús para nosotros?
Para los discípulos y para nosotros el mensaje viene lentamente. Estamos en el camino, pero nuestro encuentro con Jesús siempre es parcial e concompleto. Nunca termina durante toda nuestra vida. El encuentro con Jesús siempre tiene un precio, y un precio que sigue subiendo. En el centro del encuentro con Jesús está una transición moviéndose de nuestra visión de la felicidad, de nuestras prioridades, a la visión de Jesús y su llamada. Este proceso de conversión se repite conforme nos mantenemos fieles con Jesús en el camino a Jerusalén. La oración nos lleva a una conciencia siempre expansiva de la voluntad de Dios. Una experiencia nueva y más profunda de oración que fluye de esta conversión nos permite vivir en una forma que es más y más, guiada por la voluntad de Dios. Eventualmente nos llama a decir no a todo lo que no es Dios. Esta lucha gradualmente revela que la historia de nuestra vida es la historia de la misericordia de Dios.
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