Cuando oramos regularmente hay cambios serios en nuestro corazón. Dios es inexorable. Dios siempre quiere más. Esto es el por qué salimos con muchas razones por las que no podemos orar. Al tope de la lista está el tiempo de una forma u otra: necesitamos trabajar, necesitamos estar presentes para nuestros seres queridos, necesitamos… y siempre ver televisión, futbol, ir de compras, politica, etc. Hay otras razones como simplemente estar demasiado cansados, enfermos y otras responsabilidades que son muy pesadas. Todo se reduce a la cuestión de determinar lo que es importante para nosotros.
Ya que Dios es tan insistente, la oración regular nos traerá siempre al desafío de cambiar nuestras vidas. La oración señala lo que Dios quiere de manera que confronta nuestros puntos ciegos. La naturaleza de la oración personal profunda es sacarnos de las ilusiones confortables de la auto decepción. La jornada hacia el centro y su encuentro con un Dios amoroso en la oración tiene un precio. El problema del tiempo y las otras excusas que obstaculizan nuestra oración están enraizadas en un temor de alejarnos de nuestra zona de confort.
La definición de oración de Merton es un anhelo para estar conscientes de la presencia de Dios, el conocimiento de la palabra de Dios y un entendimiento personal de la voluntad de Dios y la capacidad de oir y obedecer. Es la última frase “oir y obedecer” la que nos invita a salir de nuestra auto satisfacción en un movimiento de nuestra cabeza a nuestro corazón a nuestra vida. La medida de la auténtica oración es siempre la calidad de nuestra vida.
Aquí hay unos ejemplos de esta transformación interior. Muchas familias están encerradas en la trampa de un miembro destructivamente adicto. Todos sufren. Al Anon ofrece un alivio, pero viene con el precio del autoconocimiento. Uno necesita perder la ilusión de control. Tambien nos desafía el patrón de la negación o de ser una víctima. La simple aceptación de que uno no puede cambiar a otro, eso viene lentamente y con sacrificio personal. El cambio en la actitud, sin embargo, es dadora de vida. Esta es la clase de cosas que Dios resalta en nuestra oración: el movimiento de la muerte a la vida, de la ilusión a la realidad. Es una invitación para aceptar los valores del evangelio que van más allá de la palabra para la autenticidad.
Cuando ya tenía veinte años de ser sacerdote al principio de los 80’s fui confrontado por mi evidente prejuicio contra los homosexuales. Luché. Lo rechacé. Me puse furioso pero oraba y eventualmente empecé una jornada de aceptación y arrepentimiento.
Lo que es común de estos problemas, uno personal y otro social o cultural, es que con frecuencia en la oración trae sucesos a nuestra conciencia pero nosotros nos resistimos. Sin embargo, ahora está en juego y si nosotros oramos regularmente tenemos que trabajar duro para evitarlo. El cambio evoluciona de nuestro “oir y obedecer” algunas veces es cuestión de días o meses o años. Dios es paciente pero nunca deja de llamarnos de la oscuridad hacia la luz.
El “oir y obedecer” de la definición de oración de Merton es el encuentro de nuestro ser con la palabra de Dios y su voluntad. Esto significa una transformación personal cuando estamos abiertos a aceptar el llamado de Dios. El mensaje del Evangelio está sembrado en nuestro corazón. Estas semillas de nueva vida están buscando siempre la oportunidad para florecer.
Esta es la meta de la oración: lentamente pero seguro, crear un nuevo corazón en la imagen de Jesucristo. Es un pasaje gradual de la auto absorción al darse uno mismo.
El mapa de Teresa de Ávila de la jornada espiritual es muy claro. Es el movimiento inexorable hacia el centro donde mora Dios. La oración nos lleva a un crecimiento de conciencia del llamado de Dios para sacarnos del egoísmo hacia la presencia amorosa que es nuestra verdad más profunda. El boleto a este viaje es el auto descubrimiento. La oración es la que lo hace posible.
Para Teresa, “la práctica de la oración” era la seria búsqueda de Dios. Esto involucra toda nuestra vida. La liberación de Teresa de la mediocridad fue la simple aceptación de la realidad. Esta aceptación involucró todo su ser, su mundo y a Dios. Esto la llevó a realzar la importancia de la humildad, el desapego y la caridad. Estas tres virtudes fueron fundamentales para su programa.
La humildad fue la aceptación de sí misma como una total dependencia de Dios. El verdadero autoconocimiento lleva a la humildad y la llevó a ella a aceptar dos cosas: el amor de Dios y sus limitaciones humanas. El desapego fue la habilidad para ver las cosas con claridad. Sus posesiones la acercaron más a Dios o fueron un camino en este viaje. La caridad era la habilidad de ver y amar a otros como Dios los ve y los ama.
Su movimiento fue de la auto-importancia hacia la humildad. Las fijaciones fueron el uso distorsionado de cosas que entonces fragmentaban su corazón. Algunos de estos fueron aparentemente inocentes, algunos más destructivos. Todos eran obstáculos para un compromiso de orar. Al tope de la lista de impedimentos para su búsqueda de Dios en oración era un corazón que rechazaba la reconciliación y las necesidades de sus hermanos y hermanas.
Estos tres elementos de humildad, desapego y amor de vecino, fueron la fundación y contexto de la “práctica de la oración” para Teresa que la llevó a ser una mística y Doctora de la iglesia.
Al final, nuestro compromiso para orar diariamente nos llevará a una aceptación de vida a traves de la humildad, desapego y amor de vecino. La disciplina de encontrar un tiempo y lugar para hacer de la oración una parte no-negociable de nuestra vida diaria que nos hará más confortable aceptar nuestro quebranto en humildad. La consecuencia de esta conversación regular con alguien que sabemos que nos ama, nos guiará a poner las cosas en la perspectiva que está liberando en lugar de esclavizando. La peregrinación al auto-descubrimiento nos llevará a ver nuestro servicio y amor de vecinos como el encuentro continuo con el Dios de amor que vive en nuestro centro.